Capítulo IV: Maestra del engaño

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Lucas:

Tienes 20 años Lucas, aléjate de ella, es fácil, solo sé el mismo antisocial que eras antes de que llegase. Eso me repetí desde el momento en punto en que me topé con Josslyn en mi casa. Sabía el por qué estaba aquí, o al menos uno de los porqués.

Pero nada de eso me importaba. La semanas antes de su llegada, el nombre de su familia era el único comentario de mis padres. Una atención ciega a alguien que ni siquiera conocían. Le alababan como una diosa, solo que yo estaba seguro de que no lo era.

La vi en la alberca, con aquel pullover enorme que dejaba al descubierto sus voluminosas piernas. Hay que señalar que aún con el cabello desordenado y cubierta de protector solar, era linda, demasiado la verdad.

Hasta entonces mi único entretenimiento era incordiarla. Jugar un poco con la niña que se había colado en mi casa. Eso era todo. Me divertía hacerla rabiar.

Josslyn representaba una sutil perfección y yo un hermoso desastre. Pero más allá de la sencillez con la que la veía, podía meterse en tu cabeza y taladrarla como nadie. De eso estaba más que seguro, porque después de ese encuentro, no pude dejar de pensar en lo rosadas que se le ponían las mejillas cuando me acercaba.

¿Le ponía nerviosa?

El vestido rojo que yo mismo había comprado, terminó por ser una tortura para mis hormonas. Y por si fuera poco la niña se cruzaba las manos debajo del busto, dándome unas vistas estupenda de sus tetas. Juro que intenté no mirar.

De la primera hija de los Gile, pudiera decir muchas cosas. Que tenía hoyuelos en ambas mejillas, que sus ojos negros hablaban más que su boca. Era buena para decir insultos y para contenerse. Sobre todo eso último. A Josslyn se le daba demasiado bien contenerse. Y la pregunta era ¿de qué?

En el momento exacto que comencé a tratar con ella, tuve claro una cosa. Mi curiosidad pitaba siempre que me le acercaba. Yo no era de los que se quedaba con dudas, solo que para aclarar las mías debía ir más allá.

Sus virtudes eran claras, por ende, mi objetivo no era sacar su parte buena. Quería encontrar ese lado oscuro que tanto se esforzaba en ocultar. Porque aunque suene egoísta, aun sin conocerla, una parte de mí anhelaba conocer sus demonios, fundirlos con mi mundo caótico y disfrutar de aquel enorme desastre.

¿Cuál sería el sabor de un enfrentamiento entre nuestras almas?

Los ángeles solo muestran su lado bueno, mientras no han bajado al infierno. Una vez ahí, son incapaces de subir nuevamente al paraíso. Y eso era precisamente lo que haría con Josslyn. Mostrarle el cielo de los pecadores.

Salí de aquel restaurante con esas ideas locas dándome vueltas en la cabeza, hasta llegar a la casa de Alex. Ahí no había nada de diferente de las veces anteriores. En un final, todos seguíamos siendo unos críos, nadie dejaba de lado el alcohol y las drogas, incluso los estúpidos juegos de películas americanas, continuaban siendo un plato fuerte en este tipo de ¨eventos¨.

Ubiqué sin dificultad a mis amigos, sentados en el sofá principal de la casa. Nada nuevo viniendo de ellos.

— ¡Hey! —Demian agitó su mano en cuanto me vio acercarme.

—Hola —respondí escueto a su saludo y me dejé caer junto a una chica rubia, que no había visto en mi vida.

— ¿Cómo te fue con la nueva inquilina? —preguntó Alex, metiéndole mano a la morena que cargaba en las piernas.

—Es una niña —dejé salir.

Una niña que me pone como un tren.

— ¿Qué edad tiene? —inquirió Demian.

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