Capitulo tres

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Me levanté a un lado de mi mejor amiga, María seguía dormida y ni siquiera estaba segura de como habíamos llegado hasta esa cama.

Sentí un pequeño mareo, pero nada realmente preocupante. Lo primero que me pasó por la cabeza, fue la noche de ayer y con quien la había pasado. Pasé un poco de saliva, pero terminé soltando un manotazo para que María despertara de una vez por todas.

—Déjame dormir. —reclamó tapando su rostro con la cobija, pero terminé jalando la cobija.

—Levántate en este instante, tenemos mucho que hablar. —dije como si yo fuera su mamá e intentara regañarla, aunque la que merecía un regaño era yo.

—Paula, ¿por que me haces esto? —reclamó la chica y después de incorporarse, comenzó a soltar varios quejidos.

—¿Te sientes bien? —le cuestioné preocupada a mi mejor amiga.

—¿Bromeas? Esta resaca me durará todo el día, ¿tu no tienes resaca? —respondió Maria, para terminar con ese cuestionamiento.

—¿Resaca? —repetí sin comprender.

—Si, resaca. Cuando te da dolor de cabeza, nauseas, mareos y todo eso, después de haber tomado alcohol. —declaró burlona.

—Lo se, se perfectamente la definición de resaca. Pero no, me siento entera, si no contamos el arrepentimiento. —respondí poniéndome de pie y caminando hacía la salida de la habitación de mi amiga.

—Olvidaba que tengo a la virgen María como mejor amiga y compañera de departamento. —la escuché gritar y solo solté una leve risita.

Yo también olvidaba que aunque mi mejor amiga tuviera nombre de virgen, probablemente era lo ultimo que ella era.

Iría a la cocina por un vaso de agua y alguna pastilla para quitar el dolor de cabeza. Después tomaría una ducha, porque apesto y podríamos ir a desayunar. Aun me estaba debatiendo entre si es buena idea contarle todo lo que sucedió, o mejor dejarlo para mi misma.

Regresé a la habitación y después de entregarle el vaso con la pastilla. Salí y me dirigí hasta mi habitación, para tomar la tan necesitada ducha.

Una hora después, ambas ya estábamos entrando a un restaurante en el centro de Madrid. Era demasiado rústico, pero María no se cansaba de decirme que era el mejor desayuno para la resaca.

—Ahora si, dime que sucedió durante la hora entera en que te desapareciste. —afirmó la chica dando un trago a su jugo de naranja.

—Creí que estabas demasiado tomada como para darte cuenta. —concluí mas para mi misma, que como respuesta a su pregunta.

—Estaba tomada, mas no idiota. ¿Con quien estuviste? —cuestionó elevando la voz y yo tapé su boca para que no siguiera gritando, porque el mesero ya estaba enterado de que la noche anterior me había perdido con alguien.

—Baja tu volumen de voz. —le pedí.

—Está bien, pero dime. —declaró la chica con una clara emoción en el rostro.

—Yo... —inicié.

Pero antes de que pudiera continuar con mi explicación, la puerta del establecimiento se abrió y dejó entrar al francés con el que había compartido la noche anterior.

Tomé rápidamente mi taza de café y escondí mi rostro en esta. Sentí como mis mejillas se enrrojecían de tan solo recordar la manera en que me había comportado la noche anterior, y como le había permitido que hiciera lo que hizo conmigo.

Mi amiga me miró extrañada, para después ver en la misma dirección que estaba viendo yo. Para mi suerte, el futbolista no había notado mi presencia y si probablemente lo hacía, seguramente actuaría como si nada hubiera pasado y al final se lo agradecería.

Pero lo que en definitiva no esperaba, era que María comenzara a agitar sus manos en el aire y a llamarlo para que tomara asiento con nosotros.

—Griezmann. —gritó mi amiga, llamando la atención de medio restaurante y estaba incluido el francés.

El jugador del Atleti miró en dirección del grito de mi amiga y frunció el entrecejo. Al parecer no le agradaba la actitud de María, pero después chocamos miradas y soltó una pequeña pero burlona carcajada.

Tapé mi rostro avergonzada y cuando levanté la mirada nuevamente, él ya estaba caminando en nuestra dirección. Dios, ¿que había hecho?

—Al parecer ya descubriste quien soy. —comentó en mi dirección con una sonrisa irónica.

—¿Te conozco? —opté por hacer como si nada hubiera pasado.

Si yo digo que nada pasó, es porque nada pasó. Al menos de que llegue alguien de los que estuvieron presentes en nuestras "demostraciones de afecto", afecto inexistente, asegurando que si pasó algo. Pero no, porque no pasó nada y me mantendría en esa postura.

Soltó una sonora carcajada, ahora no solo me había convertido en la chica que había besado e intentado llevar a la cama la noche anterior, ahora también me estaba tratando como su bufón. Sabía que debía de seguir el camino de Dios, pero no, decidí venir al camino del mal a Madrid.

—¿Dije algo gracioso? —dije como si nada, con tranquilidad.

—¿Puedo sentarme? —hizo un ademán hacía la silla que estaba vacía.

—Si. —dijo María.

—No. —afirmé yo.

—Lo tomaré como un sí. —respondió ignorando lo que yo había dicho y jaló la silla para finalmente tomar asiento.

Miré fulminante a María, para después hacer exactamente lo mismo con el francés que ahora compartía nuestra mesa.

—¿No tienes amigos o algo, con los que quieras sentarte a desayunar? —cuestioné con sarcasmo en la voz.

—Muñeca, si lo que te preocupa es que alguien haya sabido lo mucho o poco que hayamos hecho. No te preocupes, soy el menos interesado en que se sepa. —dictaminó haciéndome enfadar por su forma de hablar.

—Rubito, me parece excelente. Porque no tengo planeado publicarlo. —respondí siguiendo su juego de tontos apodos.

—Trátame con un poco de cariño, ayer me mostraste que si sabes hacerlo. —guiñó uno de sus ojos, y no supe si eso me hizo enojar mas que sus propias palabras.

Odio a los hombres como él. Bueno, tampoco es que conozca a muchos hombres. Pero supongo que si conociera a muchos hombres, los que son como él, serían el tipo que odiaría.

—¿Por que no te pones de pie y te vas por donde viniste? —le pedí ya desesperada, no aguantaba ni siquiera su presencia.

—El problema es que todavía no consigo lo que quiero. No me va eso de las calientabraguetas, así que de alguna u otra manera terminaremos lo que iniciamos. —afirmó con seguridad Griezmann y tenía una sonrisa satisfactoria.

—Suerte con ello, jamás seré una mas de tu lista. —hice énfasis en las palabras una mas y me puse de pie.

Ni siquiera me animé a verlo nuevamente, solamente caminé hacía la salida del restaurante. Si creía que conseguiría de mi, lo que consigue con las demás, estaba equivocado. Y tendría suerte si me volvía a ver, me dedicaré a mi vida espiritual y a la universidad.

Bien me decía mamá, que el mejor camino que podía seguir era el de Dios. Debí haber considerado ir al convento, así como mi madre me lo proponía.

Wonderland | Antoine GriezmannWhere stories live. Discover now