Capítulo once

1.1K 76 12
                                    

Ahí estaba, envuelta en sus brazos, después de una larga noche que habíamos compartido. Habían pasado casi dos semanas de no saber nada el uno del otro; ni una llamada, un mensaje, una paloma mensajera o siquiera señales de humo. Pero había vuelto, había tocado a mi puerta como siempre lo había hecho.

Sin derecho a cuestionar que había pasado con él en estas dos semanas, pero la duda de lo que había estado haciendo en esas dos semanas se me quitaban cuando sus labios comenzaban a tocar mi piel.

—Oye. —murmuré con la voz ronca, debido a que me acababa de levantar.

—¿Qué pasa? —me cuestionó mirándome de reojo.

Dude por casi dos minutos o al menos eso calculo yo, la idea parecía increíble en mi mente pero no se si ya al externarla fuera tan increíble.

—¿Tienes hambre? —preferí no decirlo, tenía que pensarlo mejor.

—De ti, claro. —hundió su rostro en ele espacio que se forma entre mi cuello y mi hombro, me torcí al sentir un cosquilleo.

—Tranquilo vaquero. —pedí intentando detener la risa que me causaba el cosquilleo, finalmente me pude separar y me puse de pie.

—Voy a preparar algo para desayunar. —envolví mi cuerpo en una bata de seda y salí de la habitación, dejando al francés ahí recostado.

Me quedé un rato viendo a la nada, mi vida cada vez se volvía mas confusa y cada vez sabía menos que dirección estaba dispuesta a tomar.

Me elevé y me puse a cocinar un poco de huevo, nunca había sido buena en la cocina. Cuando estuvo listo, esperé un rato para llamar a Antoine, quise darme tiempo para mi.

—Rubio, el desayuno está listo. —indiqué elevando un poco la voz para que se escuchara en todo el piso.

Pronto apareció con esa característica sonrisa en su rostro, nada le acongojaba. Siempre feliz y contento con como iba su vida.

Tomamos asiento y comenzamos a comer en silencio, yo prefería que así siguiera. Pero el francés al parecer no pensaba igual que yo.

—Muñeca...

—¿Qué? —cuestioné sin mirarlo.

—¿Que querías decirme en la habitación? —preguntó frunciendo el entrecejo.

—Nada, lo que te he dicho. —respondí sin darle ninguna importancia.

—Te conozco, no es eso lo que querías decirme. Te lo has pensado mucho, dime. —pidió esbozando una media sonrisa.

—Vale, me iba a ir a Arenas con María el siguiente fin, a la casa de mis padres. —murmuré.

—Está increíble. —me miró—. Aunque claro, te echaré de menos por acá.

—Ella está en exámenes y no podrá ir, pensé que tal vez podrías venir tu. —propuse con inseguridad.

—¿Yo? —repitió confundido.

—Si, tu. ¿Que de extraño tiene? —cuestioné un poco molesta por su respuesta.

—No soy buena compañía. —se excusó.

—Vale, no quieres ir. —me puse de pie y comencé a recoger la mesa.

—Ven aquí. —me pidió y me tomó por la cintura acercándome a él—. Cuando regreses puedo venir a tu piso o si quieres tu puedes ir al mío.

—No quiero eso, Antoine. Quería pasar un fin contigo en la playa, a solas. Salir de estas cuatro paredes, que es lo único que vemos cuando estamos juntos. —repliqué mirándolo a los ojos.

—Estamos hablando de algo mas formal. —masculló incomodo.

Me solté de su agarre, caminé por la cocina y me senté sobre una de las barras. Ni siquiera lo veía, la formalidad y la seriedad quien la designaba.

—Dime, ¿para ti que no es formal? Venir a follarme a mi casa parece ser lo único que no es formal para ti. —manifesté exasperada.

No pude mantenerme sentada, me sentía muy alterada como para estar quieta. Me puse de pie nuevamente, pero no me acerqué al francés.

—Joder Antoine, no te estoy pidiendo que vayamos a vivir juntos, es solo un fin de semana. —elevé la voz.

No obtuve respuesta de su parte y no podía seguir hablando, si la única que me estaba escuchando era la pared. Caminé dispuesta a irme de ahí, no quería seguir viéndolo. No sin antes, aventar un vaso que me encontré por el camino.

—Muñeca, Paula. —escuché que me llamaba, pero me detuvo hasta que me tomó por la muñeca con fuerza. Me sentí débil nuevamente, porque sentí como el enojo de poco iba desapareciendo.

—Escucha. —me pidió.

Continué con la actitud de intentar escaparme de su agarre, sin siquiera poder verlo a los ojos. No respondí a su petición.

—Quiero ir, quiero pasar un fin de semana contigo en la playa, solos. Pero es riesgoso, no quiero que esto termine de arruinar lo que tenemos. —explicó con su suave voz.

Se a lo que se refiere, lo único que puede arruinar lo que tenemos es que nos enamoremos. Lastima que yo ya lo haya hecho y esté perdidamente enamorada de él; pero si yo podía controlar lo que siento, él podía darme un fin de semana.

—¿Cuando nos vamos? —cuestionó esbozando una media sonrisa y quitando mi cabello de la cara.

—El viernes temprano. —respondí como niña consentida que había conseguido lo que tanto quería.

—Eres una mimada. —reclamó mientras se acercaba a besar la punta de mi nariz.

—No, no lo soy. —respondí haciendo pucheros.

—¿Quién limpiara este desastre? No conocía tu lado psicópata. —bromeó refiriéndose al vaso de cristal roto.

—No es mi culpa, fuiste tu. —respondí mientras lo jalaba por el brazo y lo llevaba hasta el sillón, donde nos acurrucamos.

—Espero que no tengas uno de tus ataques psicópatas mientras estamos en Arenas. —me dijo al oído y yo solté una leve risita.

Wonderland | Antoine GriezmannWhere stories live. Discover now