XCVI

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La señora Yang se había encerrado en el cuarto y sus lamentos se escuchaban si pasabas cerca de su puerta.

Jay quería hacer lo mismo, pero pensado en que debía ser fuerte para hacer sentir mejor a Jungwon, borró sus lágrimas camino al cuarto.

Al abrir la puerta, encontró a Jungwon, envuelto en una toalla para que su húmedo cabello no mojara su pijama, tenía mirada baja y perdida.

El pelinegro alzó la vista cuando entró, mirándolo con sus lindos y brillantes ojitos.

Y jay quiso llorar de nuevo.

Con lentitud, se sentó sobre la cama donde Jungwon dormiría, el chicho se irguió un poco, sentándose de piernas cruzadas junto a él.

Jay tomó la mano de su novio, besando su dorso, una sonrisa penosa apareció en sus labios.

—¿por qué no me dijiste?— preguntó Jay, su voz sonó ronca, algo rota, Jungwon bajó la vista, supo que ya no podría esconderlo.

Tris‐te— dijo, bajito, señalandolo—. Como Ma‐má.

El labio de Jay tembló con ganas de llorar.

—Jungwonie, hay cosas, que por más tristes que sean, deben saberse— murmuró.

Jungwon negó, parpadeo varias veces para despejar las lágrimas que comenzaban a crecer en sus ojos, aunque eso no impidió que comenzara a llorar.

No... Quiero— murmuró—. Yo q‐quiero ser fe‐liz, s-sin de‐cir eso, s‐sin pen‐sar eso...— habló entre sollozos y hipidos.

Y Jungwon se rompió, desbordando en lágrimas.

Jay lo abrazó con fuerza, como si así pudiera arreglar las cosas, acomodando a Jungwon contra su cuerpo.

—Jungwon... Tú mereces toda la felicidad del mundo— murmuró el rubio, carcomido por la injusticia.








No, Jungwon no va a morir

𝕄𝕦𝕥𝕖 ♧ 𝕁𝕒𝕪𝕨𝕠𝕟 ♧Where stories live. Discover now