Capítulo 13: LA CICATRIZ DE DANTE

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«A veces creemos que tenemos la capacidad de cambiar a la gente, pero hay quienes simplemente no desean ser cambiados»

KARA

No debí acceder a los recuerdos del Káiser. Mi cabeza  repetía una y otra vez los gritos de Marxel en aquella caja metálica, como si fuese un recuerdo que yo también hubiese vivido, cada parte de mi piel se estremecía con solo recordarlo.

Mañana volvería a ver al Káiser, y no estaba segura de poder enfrentarme otra vez a él.

Regresé a mis aposentos después de abandonar a James con la grabación en la pantalla y cuando cayó la noche, escuché tres toques en la puerta.

Sabía que se trataba de Dante. Me levanté de prisa de la cama y caminé para abrirle.

Y ahí estaba. Con el cabello oscuro recién lavado y las manos dentro de los bolsillos de su chándal. Me fijé en sus ojos avergonzados.

—Hola —pronunció nervioso y escuché como se aclaró la garganta—. Quiero disculparme por lo de antes.

Entrelazó las manos y volvió a desenredarlas.

—No sé en que estaba pensando ahí arriba. Sé me nubló la mente y te dije cosas que no debí haber dicho. Estaba cabreado, pero muy equivocado.

Suspiré y apoyé mi cuerpo en la puerta. Lo examiné lentamente, jugando con la carita de perrito que me estaba entregando.

Entonces no pude evitar sonreír.

—Sabes que no puedo estar enfadada contigo.

Él alzó la vista, me miró a los ojos y sus hombros se relajaron. Una sonrisa también empezó a formarse en sus labios.

Le di un golpe en el hombro, provocando que su cuerpo retrocediera un poco hacia atrás. Se llevó la mano al lado del hombro y frunció el entrecejo acariciándose el área adolorida.

—¿Y eso? —preguntó.

—Eso es por las cosas que dijiste antes.

Él asintió, y estuvo a punto de echarse a reír, pero continuó sonriendo.

—Me lo merezco.

Se fijó en el camisón que llevaba puesto y en la manera que se ajustaba a mi cuerpo por la delgada tela, dejando mucho a la imaginación.

Un rubor cubrió sus mejillas.

—¿Nerviosa por mañana? —preguntó.

Asentí, con la mirada un poco turbia.

—No puedes dormir, ¿verdad? —ladeó la cabeza, fijandose en mis ojos lagrimosos y achinados.

—Tú tampoco —repliqué.

Él se apartó un poco de la puerta.

—He preparado dos tasas de té, ven conmigo —me dijo, no fue una pregunta sino más bien una orden. Sus piernas largas avanzaron por el pasillo y desaparecieron de mis vista.

Me incliné hacia delante, observando su espalda.

—¿Dónde vamos?

Se volvió.

—No hagas ruido —susurró y colocó un dedo sobre su boca, una sonrisa burlona se plantó en su rostro.

Cogí una bata que se encontraba justo al lado de la puerta y seguí sus pasos por el pasillo de la reserva. Me cogió de la mano para arrastrarme. No había visto la hora, pero estaba segura de que era lo suficientemente tarde para que alguien estuviera despierto. No había ni un solo ronquido o suspiro que devorara el silencio que nos rodeaba. Me sorprendía que incluso los rebeldes que hacían guardia se habían tomado hoy el descanso, probablemente para estar lo suficiente activos para mañana.

Ladrón de Humo| 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora