Capítulo 17: LA ENCUBIERTA DEL KÁISER

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KARA

[Corregido]

La multitud elitista gritaba mi nombre mientras los soltados vestidos de azul me obligaban a avanzar hacia la tarima. El cabello lo tenía hecho un desastre, lleno de mugre y olor a muerte, la ropa destrozada, donde una ligera zona entre mis pechos se había abierto lo suficiente para que el público notara mi piel desnuda.

Sentía los gritos a mis espaldas cuando me arrastraron hacia el eje de la tarima donde una pértiga de caliza se alzaba a la vista de todos. No logré pronunciar palabra cuando me encadenaron a el haciéndome daño las muñecas. No podía hablar, quizás porqué sentía la garganta tan seca como si llevara días sin beber una sola gota de agua.

Una parte de mi sabía por qué estaba ahí, la otra parte me encontraba demasiado abrumada como para entender por qué la gente estaba maldiciendo mi nombre tantas veces.

Mi verdadero nombre.

—¡Asesina! —gritó una mujer a mi lado, mientras los demás familiares justo a ella se encargaban de sujetarla con fuerza para impedir que se abalanzara al límite del público y llegara hasta mí. Escuché los sollozos que se desgarraban de su garganta y la observé con confusión, sin poder entenderlo.

—¡Ladrona!

De repente, sentí como algo se estrelló contra mi rostro. Pintura oscura y con un olor repulsivo, cerré los párpados dándome cuenta que me había salpicado hasta las pestañas, me irritaban los ojos y sentía el sabor tóxico en mi boca.

Entreabrí los ojos, justo cuando me di cuenta que un oleaje de basura se lanzaban hacia a mí. La gente gritaba mientras tiraban pedazos de comida y maldecían una y otra vez mi nombre.

En la primera línea de la multitud, noté el cabello cenizo de Tina, a su lado Kayla, quién solía ser mi amiga, sujetaba una canasta de cosas que planeaba tirar hacia mí. Sin embargo, lo que más me pareció raro fue la figura de Heck Wanes, quién señalaba mi cuerpo como si su dedo tuviera la capacidad de hacerme daño a lo lejos, donde su boca salía maldiciones y promesas de muerte. Sus ojos ardían tal fuego que provocaba que no podía ser capaz de mantenerme de pie y la caliza era lo único que podía sostenerme.

Fue en ese momento me di cuenta que algo estaba mal. Heck Wanes estaba muerto. Yo le había asesinado. No había posibilidad de encontrarse ahí.

Pero aquella revelación no hacía que todo se volviera menos doloroso. Cada vez que gritaban mi nombre sentía como me faltaba el aire en los pulmones. Cada vez que escuchaba sus palabras de odio hacia mí me sentía demasiado pequeña. Demasiado vulnerable. Cada parte de mi cuerpo y rostro como una pieza a la que ser devorada.

Alcé la barbilla cuando noté una figura que ascendía los escalones para alcanzar la tarima. Sentía el público enaltecer su presencia, cuando los ojos claros de Marxel se toparon con los míos, entendí que no había venido precisamente a liberarme.

En un mano, descansaba el arma de fuego que planeaba disparar contra mí.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas, sintiendo la humillación y el dolor sucumbir demasiado fuerte. Negué con la cabeza mientras pronunciaba el nombre de Marxel para que me ayudara.

—Ayúdame —solté sintiendo los labios temblorosos—. Ayúdame, Marxel.

Él ni siquiera se inmutó ante mis palabras, sino que sujetó su arma y apuntó hacia a mí.

—Marxel...

—Sabes lo que tienes que hacer —dijo una voz masculina y familiar detrás de él—. Termínalo de una vez.

Ladrón de Humo| 2Où les histoires vivent. Découvrez maintenant