CAPÍTULO 26: LA FIESTA DE RESTAURACIÓN

41 5 0
                                    




MARXEL

El salón principal de la Alta Torre se encontraba atiborrado de invitados de todos los distritos de la zona Elitista. El entorno manaba a risas y olores distintos, desde los perfumes más caros y penetrantes hasta el banquete de mariscos frescos transportados de las costas de Victoria. La luz de la luna llena entraba por los altos ventanales decorados por los velos translúcidos que serpenteaban con el viento y susurraban monotonías de afuera.

La cúpula que se alzaba sobre nuestras cabezas se encontraba iluminada por el destello dorado de los candelabros más descomunales, reunidos por las tiras en espirales que descendían hasta los cuerpos de los invitados. El vaivén de los ciudadanos bailar me resultó monótono e ilusorio mientras contemplaba las sonrisas radiantes bajo el refugio de las máscaras.

—Deberías sonreír un poco más. Tus invitados te están mirando —murmuró Samaria a mí lado, con las manos apoyadas en las extremidades de su estrado, luciendo tan majestuosa y elegante cómo siempre.

Dejé escapar un suspiro irritado. El ropaje que llevaba encima era increíblemente incómodo y ajustado, la camisa blanca se apretaba demasiado a mí cuello, sin dejarme la capacidad de mover la cabeza a mí gusto, mientras el chaleco dorado y uniformado era asfixiante y bochornoso.

Desajusté el borde de mi camisa y me incliné hacia Samaria, tan cerca dónde sus labios pintados de rojo se inclinaron.

—Podría sonreír —alegué— si no fuera porque más de la mitad de los invitados fingen no tener una puñetera idea de lo que está pasando en Prakva.

El concejero Tyrrel se aclaró la garganta al escuchar mí comentario.

—Debo decir que estoy bastante impresionado con los preparativos de la fiesta. Ha hecho un buen trabajo.

—Yo no he hecho nada —murmuré, pero Samaria me sacudió con la punta de su tacón por debajo de la mesa y mi respuesta fue inclinar la comisura de mis labios para evitar quejarme del dolor—. Quiero decir, ha sido todo gracias a la ayuda de la señorita Bennett.

El concejero Tyrrell se inclinó sobre su asiento para dar su aprobación hacia samaria, asintiendo con la cabeza.

—Tiene usted un increíble gusto, Señorita Bennett.

Ella le dio las gracias, mostrando una de sus grandes sonrisas. A ella se le daba mucho mejor poder soportar todo este escenario, yo por el contrario, tenía unas terribles ganas de levantarme del estrado y alejarme de aquella mesa.

La cabeza comenzó a dolerme entre el revoltijo de la música de los violines y las voces de los invitados, me masajeé la cien al tiempo que mí atención se concentró en la luz que entraba de la puerta que conectaba al siguiente salón. Entonces la vi entrar.

Su cabello oscuro recogido en un moño detrás y los pequeños mechones ondulados sobre la tez de su frente. Llevaba un antifaz negro pero sus ojos caramelizados y de rasgos sagaces, a pesar de la distancia, podía distinguir con bastante facilidad.

Había algo en su forma de andar que siempre podía reconocer en ella. La máscara le otorgaba poder y seguridad. Había nacido a la perfección para ese tipo de mundo.

Mí ojos recorrieron su cuerpo sin ningún pudor, en la forma en que aquel vestido azul le sentaba de maravilla. Su tez combinaba a la perfección con el color del océano, y su rostro, podía quedarme una eternidad observando cada detalle.

Deseaba acercarme a ella y recorrer mis manos alrededor de su cintura, poder deslizar mis dedos por debajo de su barbilla y tener de cerca aquella boca, aquellos ojos tan profundos que me dejaban embelesado.

Ladrón de Humo| 2Where stories live. Discover now