Capítulo 8 (parte 1): EL PRIMER NOMBRE

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MARXEL 

El camino de regreso a la Alta Torre de Prakva me asedió por la noche. Me ajusté a los bordes de la cazadora mientras me deslizaba la gorra un poco más por la frente.

Apenas visualizaba las botas de los marginales que pasaban por la vereda salpicando la tierra húmeda. No podía tomarme el regodeo de mirar a la gente ya que así evitaba que me reconocieran, aunque, las lámparas de luces rodeaban cada veinte segundos la vía oeste de la zona marginal, de tal modo que apenas se deslumbraba el camino y era imposible que me escrutaran con tanta oscuridad.

El aire espeso filtró mis pulmones.

Volví a tomar el camino de regreso a la estación de tren, el mismo recorrido que había tomado para llegar hasta aquí.

Pagué mi tiquete y en cuanto tomé asiento avisté un sonido familiar desde las pantallas digitales. Las noticias. Estaban circulando el suceso de ayer. Los pasajeros del tren tenían la vista pegada hacia esta. Noté sus expresiones: miedo, dolor, incertidumbre, desconfianza.

Tragué saliva, sintiendo el desazón bajarme de manera dolorosa por la garganta, como piedras que se arrastraban a los largo de mi manzana. Todavía faltaba mucho para que la gente lograra depositar su confianza en mí. Apenas había tomado la presidencia en una guerra empírica tras tantos años desde el restablecimiento.

Los nervios de fracasar me tenían consumido una y otra vez, porque el sueño que tuve una vez de convertirme en Káiser se volvió una misma pesadilla. Mi nombre en alto había invadido justo en el momento en que las personas podían verme de dos formas: como a alguien a quién seguir o catalogarme como un cobarde.

Aparté la vista de la pantalla cuando la dolorosa imagen del edificio devorado por el humo letal me recordó a todas las muertes. No soportaba verlo.

Mis ojos se encontraron entonces justo en algo que llamó mi atención. Una mujer.

Felicia White.

Reconocí su cabello corto y oscuro. Nariz recta. Tan identificable como la mujer que había denunciado el robo de su vivem por la ladrona.

La participante de la Orden llevaba puesta una capucha oscura sobre su cabello, pero cualquiera habría podido deducir quién era de lejos. La ex–miembro de Prakva tenía el típico perfil que nadie podría pasar por alto: Su forma escandalosa de vestir apuntaba de manera directa como elitista meticulosa.

Me vibraron las yemas de los dedos y estuve a punto de acercarme cuando noté algo revoltoso. Se llevó la mano al cabello, apartándose un mechón de su cabello al tiempo que arrastraba su muñeca sobre el regazo de quién se hallaba a su lado. Cualquiera ignoraría ese ingenuo movimiento, excepto yo.

Con los ojos nerviosos arrastró su vivem por encima del vivem del joven.

Enfoqué la vista en él. Se veía demasiado joven para considerarse de veinte años, pero portaba unos pantalones ajustados y una camisa gris machando por polvo oscuro. Tenía que provenir de la fabrica, por lo tanto, era un marginado.

¿Qué tenía que ver con Felicia?

El joven pasó a continuación a arrastrar su vivem por encima del otro hombre que se encontraba a su lado y así continuó hasta que terminó la fila de asientos. Los ojos casi se me salieron de las cuencas.

Me dejó tan atónico que al principio no pude ni mover ni un músculo.

El trayecto llegó a su fin y observé como Felicia se bajó en la primera parada en compañía del joven que antes se hallaba sentado a su lado. Avancé hacia la salida de tren.

Ladrón de Humo| 2Where stories live. Discover now