Capítulo 20: CRUELDAD

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KARA

En el momento en que Marxel se había acercado, varios pares de ojos comenzaron a curiosear nuestro acercamiento. Estábamos llamando la atención, pero era algo de lo que el Káiser estaba bastante consciente, la comodidad sobre sus hombros era como si se hubiese acostumbrado a vivir con ojos detrás de la espalda.

—No creo que sea necesario —advertí de nuevo.

Avanzó hacia a mí, de tal manera que su altura me superaba al menos una cabeza y que debía alzar la barbilla tan solo para poder verlo.

—Nunca creí que fueras a acobardarte, Kara.

Fruncí las cejas.

—No se trata de eso.

—Entonces, dime —alzó la mano y unos de sus dedos alcanzó mí mentón, de tal manera que inclinaba mí cabeza hacia arriba, hacia dónde se encontraban sus ojos claros—. ¿Qué es lo que te asusta tanto?

Me asustaba la forma en que me sentía cuándo sus ojos se encontraban con los míos. La manera en que los recuerdos regresaba a mí al tiempo que mí corazón parecía escaparse de mí pecho. Tenía miedo de volver a creer que entre nosotros había algo más que solo una misión por acabar con el mismo enemigo. Pero eso era algo que él no podía saberlo.

Me aparté de su caricia y retrocedí al menos dos pasos, colocando las manos detrás de mí espalda y ajustando la postura.

—No tengo miedo de nada.

La comisura de sus labios se elevó.

—Bien —susurró, recorriéndome con la mirada—. Porque todavía me debes un duelo.

Suspiré, frustrada, pensando que realmente se arrepentiría de tener a todos mirándonos entrenar. Mis ojos se desviaron en el momento en que Marxel se retiraba la chaqueta y me concentré en mirar hacia la izquierda, donde Will posaba su mirada intensa sobre mí.

Negó con la cabeza, como si quisiera advertirme otra vez.

Marxel tomó el dobladillo de su camisa para subírsela por los hombros y luego la dejó caer al suelo. Su torso desnudo me incitó una repasada que no pude evitar. Su piel cremosa y suave cubría unos abdominales esculpidos, donde cada musculo de su cuerpo estaba tonificado. Aparté la mirada al darme cuenta de que mis ojos se habían desviado demasiado tiempo y un rubor alcanzaba mis mejillas.

¿Estaba intentado distraerme?

Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras me posicionada en la postura de pelea y esperaba a su ataque. Pero en el momento en que había colocado las botas sobre la colchoneta comencé a dudar, a olvidar completamente cómo se suponía que debía defenderme mientras tenía todas las miradas sobre mí.

«Respira hondo antes de pensar en tú próximo movimiento» pude recordar el concejo de mi padre, así con exactitud seguí sus órdenes, intentando mantener la calma.

En cuestión de segundos, mi espalda golpeó la colchoneta al tiempo que Marxel me inmovilizaba con los brazos arriba de mi cabeza. Una sonrisa traidora sacudía sus labios.

—No confíes en nadie que esté frente a ti durante un duelo.

Apreté los dientes cuándo un dolor intenso sacudió mí espalda.

—Qué manera tan dulce de empezar.

—Puedo ser todo lo dulce que quieras, cariño.

Quería ser capaz de quitarle esa superioridad de aquella sonrisa que tenía el Káiser. Así que actué rápido, sin pensar demasiado, cogí su mano y aproveché en acercarlo lo suficiente cerca para golpearlo en el vientre con mi rodilla.

Marxel se encogió del dolor, pero se mantuvo de pie y se alejó un par de centímetros para tomar aire. La sonrisa seguía mostrándose en su rostro a pesar de todo, cómo si le divirtiera todo el asunto.

Decidí atacarle de nuevo, pero fue rápido en tomarme de las caderas y aprisionarme con sus brazos alrededor de mi cuerpo, mi espalda pegada a su pecho.

—Esta es tú forma de vengarte, ¿no? —susurré, alzando la barbilla mientras intentaba alejarme de su rostro que estaba mí cerca de mí cuello—. Pero prefieres hacerlo delante de todos.

Se río muy cerca de mí oído, sintiendo el cosquilleo de su respiración en mí piel.

—Realmente no.

Probé liberarme de su brazo que se aprisionaba a mi pecho, pero no había manera. Su cuerpo me inmovilizó de nuevo sobre la colchoneta e intenté coger fuerza para poder librarme de sus brazos. Me mordí el labio, conteniendo la rabia. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Intentaba provocarme aún más mientras su mano jugueteaba con el contorno de mí rodilla, subiendo cada vez más hacia dónde mí mente se nublaba.

Le atesté una patada lateral en el vientre que le hizo gruñir. Él fue rápido, se giró para tomarme del brazo e intentó clavarme la rodilla en la espalda. Me miró con sorpresa, usé sus hombros para lanzarme encima de él y rodearlo.

—Tienes que saber una cosa —le susurró al oído—. Lo que sea qué hayas oído, no es verdad.

—¿Y que se supone que he oído?

—Nunca estuve detrás del plan de Cynthia.

Se liberó de mis piernas y se volvió a poner de pie. Sus ojos se apartaron de mí y parecía evitar mí mirada en todo momento. Entonces hice lo que él quería. Dejé de oponerme a sus movimientos justo en el momento en que sus brazos me cubrieron, inmovilizándome y tirándome de nuevo hacia la colchoneta.

Un quejido de mi boca se escapó.

—Todo lo que hice fue por una razón y la sabes bastante bien —entrecerré los ojos al tiempo que él colocaba toda la presión sobre mí pecho—. Mi trabajo no tenía nada qué ver con los rebeldes.

Su respiración cerca de mí comenzó a acelerarse.

—¿Sabes qué hice cuándo te fuiste? —murmuró bajo muy cerca de mí rostro—. Fui a tú estudio a buscarte, con la esperanza de que no fuera cierto lo qué el concejo había supuesto sobre ti —sus ojos fríos se atrevieron a mirarme de nuevo—. Y encontré información muy relevante.

Mierda.

—¿Cuántos lo saben?

—Entonces... ¿Te da miedo qué la gente sepa sobre tú pequeño secreto?

—¡No tengo un maldito secreto!

Chasqueó la lengua.

—Y así, enfadada —masculló—. Parece ser cómo si estuvieses diciendo la verdad.

—Porque digo la verdad. ¿Que necesitas para que vuelvas a confiar en mi?

Soltó una risa tensa. Acercó su boca a mí oreja.

—Nunca volvería a confiaría en ti, Ladrona. Tenlo por seguro —un susurro lo suficiente para que sus agrias palabras me atravesaran el pecho.

—¿Y entonces porqué me salvaste? ¿Por qué convencer a los concejeros para salvarme si eso significa tener que seguir odiándome? —dije—. Te hubieras ahorrado suficiente molestia para convivir conmigo, podrías haberlo de una vez por todas. Si tanto me odias.. —señalé la daga qué arrimaba el costado de su armadura—, Hazlo.

Un fuego arrimó sus ojos en aquel momento, se detuvo a contemplarme mientras su mente parecía distraída.

—No soy tan cruel cómo tú imaginas —murmuró cerca de mis labios y se dispuso a alejarse de mí.

Tenía el corazón desbocado mientras lo único que podía observar el techo frente a mis ojos, procuré calmar mí latido al tiempo que Marxel se colocaba de pie y alzaba la voz delante de todos los soldados:

—¡El entrenamiento se ha acabado!

Las voces de los soldados se dispersaron y comenzaron a seguir la orden del Káiser. Suspiré e intenté colocarme de pie. Marxel se colocó la camisa y yo procuré no mirarlo mientras avanzada a su lado y me encaminé con los demás soldados.

—Tú no, ladrona —soltó—. Tú vienes conmigo. 

Ladrón de Humo| 2Where stories live. Discover now