Capítulo 1: EL TRONO DE ORO

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KARA

Cuando abrí los ojos, creí que me encontraba en mi estudio. Regresé al día en que desperté sobre el cálido pecho de Marxel y por instante, imaginé su respiración sosegada acariciándome el oído. Pero cuando caí en cuenta de la realidad y entorné los ojos a las paredes blancas, supe que me encontraba muy lejos.

Mi vista se clavó en el celaje abierto, adornado por una recubro transparente que separaba la habitación del cielo gris. En la reserva, los días estaban concertados por mañanas sombrías y noches frías. Tan frías que obligaba a cubrirme con mantas gruesas y enrollarme en un ovillo. Así fue como desperté, arremangada con la cálida textura que confundía de manera ilusoria por un chico de ojos claros y cabello suave y platinado.

Escuché un toque en la puerta de la habitación.

Me separé de las mantas y me dirigí hacia el armario para cambiarme de ropa. Me gustaban las prendas que tenía la reserva. Negras o grises. Eran cómodas, al menos no tenían esos colores llamativos y extravagantes como los elitistas. Nadie intentaba juzgar los atuendos de los demás, así que no me molesté en arreglarme tanto el cabello y tan solo me lo sujeté con una coleta.

Se escuchó otra vez los nudillos de alguien contra la puerta metálica. Me apresuré en colocarme las botas. No pude evitar en echarle un vistazo a la ventana que se apegaba a la cama. La vista estaba bloqueada por un árbol de frutos dorados que descansaban sobre el vidrio de cristal. Seguía resultándome llamativo y pelicular. En Prakva no habían árboles así.

Cuando me dirigí hacia la puerta con el fin de abrirla me encontré con el rostro de Dante y el puño en alto como si estuviera a punto de tocar por tercera vez. Dio un paso hacia atrás al verme y sus mejillas se tiñeron de un color rojo.

Había pasado tres días desde que llegamos a la reserva. Tres días en los que me permitieron descansar y acomodarme al sitio. Por supuesto, yo había objetado a la alargada espera, pero me infundí a la promesa de Dante con la esperanza de que partiríamos pronto a la fortaleza de la Orden.

—Kara —susurró. Se aclaró la garganta, evitando mis ojos—. Cynthia quiere hablar contigo.

Asentí.

Cerré la puerta a mis espaldas para enfrentarme al pasillo en compañía de él. Un incomodo entorno acedía entre los dos. Habíamos hablado muy poco desde nuestra llegada, se había encargado de darme el espacio suficiente, pero nada podía remediar el hecho de que me había mentido.

En especial al omitir que su madre era la líder de la reserva.

Dante se mantuvo en silencio con las manos detrás de su espalda, hasta que cruzamos por el siguiente pasillo y se atrevió a romper el silencio.

—¿Has descansado lo suficiente?

Dejé de fingir estar entretenida viendo mis botas y enfoqué mi vista en él.

—Sí, me siento como nueva —susurré—. Hasta podría encontrarme lista para pelear —pretendí bromear, pero me salió más como un fracasado intento por bromear.

Sonrió un poco.

—Eso veremos —volvió la vista hacia el pasillo.

Fuera de la habitación que me habían otorgado, apenas conocía un poco de la edificación de la reserva. Era un lugar amplio lleno de pasillos y habitaciones. Pasamos al lado de varias puertas metálicas, las cuales no me he atrevido a entrar. «Habitaciones de investigación. Habitación de botánica. Habitaciones de ingeniería en sistemas»

Era pulcro y ordenado. Por supuesto, no era un sitio lujoso como el interior de los edificios o las casas de la zona élite, donde cada rincón parecía exhibir la inversión de miles de praks. Era sencillo, su estructura estimaba ordenar un mantenimiento, pero parecía lo suficiente necesario para darles una acogía a los rebeldes. En realidad, la primera impresión de la reserva había sobrepasado todas mis expectativas, pues me imaginaba en el peor de los casos un sitio excluido lleno de personas que estaban por terminar unas casas hechas a maderos y se calentaban con una fogata.

Ladrón de Humo| 2Where stories live. Discover now