12. Verano de los 16 años

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Hoy hubo doble actualización, así que asegúrense de leer el anterior antes que este 

{VERANO DE LOS 16 AÑOS}

Al otro día surfeamos toda la tarde, pero, como siempre, yo salí del mar antes que Cole. Cuando él finalmente salió del agua, se dejó caer en la arena a mi lado. Yo estaba tumbada de costado y levanté mis anteojos de sol para mirarlo. Él había dejado una piedra en la lona justo frente a mí. Era una caracola vacía de almeja de un intenso color violeta. Parecida a la que compartimos Cole y yo, pero de mayor tamaño.

―La levanté cuando salí del mar ―explicó, pasándose la mano por el cabello mojado para quitárselo de la frente―. La vi y pensé que te gustaría.

Sonreí y la tomé para observarla de cerca. De repente, recordé ese dato que había visto en una serie que los pingüinos machos solían regalarle piedras a las hembras y me reí. Cole sonrió al ver que me estaba riendo.

―¿De qué te ríes?

No creía que apreciara que lo comparara con un pingüino, así que solo negué con la cabeza y le dije que me encantaba la piedra.

―¿Te harías un tatuaje? ―le pregunté minutos después.

Cole asintió.

―Claro que sí, me encantan los tatuajes tribales que Rafa tiene en los brazos. ¿Tú?

―Sí, aunque me gustaría que mi primer tatuaje sea algo significativo.

―¿Cómo qué?

―No lo sé, supongo que voy a saberlo cuando tenga la necesidad de hacerme algo.

Giré mi cabeza y vi a dos chicos a unos pocos metros de nosotros. Uno de ellos estaba tumbado sobre una toalla y llevaba anteojos de sol, pero el otro estaba de pie y, Dios mío, estaba buenísimo. Parecía que recién había salido del agua. Pequeñas gotas de agua se deslizaban por su cuerpo atlético y seguía teniendo arena en la piel. Su cabello castaño estaba revuelto y sus ojos avellanas estaban entrecerrados por el sol mientras le hablaba al otro chico que estaba tumbado en la arena. En uno de sus brazos tenía tatuado un ancla.

―Dios, deja de babearte por ese tipo ―masculló Cole a mi lado―. Es mayor que tú.

Bufé.

―Lo dices como si tuviera cincuenta años, debe estar en sus veintipico. Y para tu información, estaba mirando el tatuaje ―repliqué. Una mentira a medias―. Parece significativo.

El tatuaje estaba en la parte interna del brazo y era de un tamaño medio. Era un ancla pintada por dentro de negro con una soga alrededor. Me encantaba.

―Sí, claro ―ironizó Cole.

―Shhh, escuchemos lo que dicen.

A veces hacíamos eso con Cole, escuchábamos la conversación de las demás personas de la playa. No podíamos evitarlo, éramos unos chismosos.

―James, no vamos a hacer una clase de surf ―se quejaba el chico del tatuaje del ancla―. ¿Tú quieres volver de las vacaciones con el cuello roto?

James se cruzó de brazos.

―No seas exagerado, mira lo fácil que parece ―se quejó señalando hacia el mar. Cole y yo intercambiamos una sonrisa. Fácil, si claro―. No puedo creer que tú seas el deportista y tengas miedo, Kian.

―Ah, porque lacrosse y surf son exactamente iguales ―se burló.

En ese momento una chica pelirroja y de baja estatura se acercó a ellos.

―¿De qué hablan?

―Tu novio quiere hacer surf ―respondió Kian.

―Uy, esperen, ¿contratamos el seguro médico de viajes? ―preguntó la chica con preocupación.

James lanzó un grito de exasperación.

―Los odio.

Cole se acercó más a mí para hablarme al oído.

―La verdad es que yo tampoco le tendría mucha fe ―me susurró y yo le di un codazo.

―No seas malo ―murmuré, aunque era cierto que el chico que quería hacer surf parecía no tener mucha fuerza.

―¿Dónde está Aspen? ―le preguntó Kian a la pelirroja.

―Está comprando tu helado de menta y el suyo en la heladería de la entrada.

Kian agarró una camiseta y se la pasó por el cuello. Me sentí decepcionada cuando ya no pude ver sus abdominales.

―Voy a ayudarla ―avisó y se alejó corriendo.

―Media hora y ya extraña a su novia ―se burló James.

La pelirroja se cruzó de brazos, mirándolo mal.

―¿Es que tú no me has extrañado a mí?

James la miró con una sonrisa.

―Si digo que sí, ¿me acompañas a hacer surf?

La chica le tiró arena y él se rio, agarrándola de la mano para que se tumbara con él. Cole y yo desviamos la vista cuando comenzaron a besarse.

****

Más tarde ese día, cuando Cole y yo entramos a Samurai para comprar unos batidos, me acerqué a la pizarra y alcé la vista para descubrir qué frases nuevas habían escrito. Algunas eran sobre el buen servicio de Samurai, otras sobre lo mucho que amaron El Monte. Reprimí una risa cuando leí una frase extraña.

―Cole, mira esto ―lo llamé, señalando la pizarra.

Cole se posicionó detrás de mí, poniendo sus manos en mis hombros y lanzó una carcajada al leer.

―"No alces la voz, alza tu espíritu" ―leyó― ¿Qué mierda significa eso?

―Cole, el vocabulario ―se quejó Rafa y luego miró la pizarra para ver lo que nos había llamado la atención―. Ah, lo escribió anoche un turista con unas cuantas copas de más. Dijo que era su mantra.

―Seguro estaba fumado ―opinó Cole volviendo a la barra y yo lo seguí.

―Nah ―dijo Rafa―. Me parecía que él y su amigo eran bastante extraños por naturaleza, y sus novias parecían estar acostumbradas. Empezaron a contarme una historia de retos en el instituto, pero me perdí un poco cuando entró en la ecuación unas tetas como melones.

Cole y yo nos reímos sin entender.

―¿Cuándo podremos venir nosotros aquí por la noche a que nos sirvas unos tragos? ―se quejó Cole.

Había perdido la cuenta de cuántas veces Cole le había pedido a Rafa que por lo menos nos diera su trago con menos alcohol.

Rafa lo miró mal.

―Ya saben que no les serviré una gota de alcohol hasta que cumplan dieciocho.

―Pero ya tomamos alcohol ahora y lo sabes ―rezongué. 

Bueno, parecía que tomábamos alcohol todas las noches cuando yo había probado muy pocas veces, pero Rafa no tenía por qué saberlo. 

―No me importa. Samurai cumple las reglas, así que sigan tomando esa cerveza asquerosa aguada en lata que, cuando cumplan dieciocho y vengan aquí, van a saber lo que son los tragos de verdad.

Cole y yo nos seguimos quejando, pero por dentro me gustaba el hecho de que Rafa nos pusiera la regla de los dieciocho años. Solo me daban más ganas de que ese día llegara y finalmente pidiéramos alcohol en el puesto en el que pasamos tanto tiempo desde pequeños. Estaba segura de que sacaríamos fotos y grabaríamos el momento exacto en el que Rafa apareciera con los dos vasos de alguno de los tragos de los que tanto habíamos oído hablar por años. Sentía que faltaba una eternidad, pero no podía esperar a vivir esa tonta experiencia con Cole.

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Ahhh, me encanta hacer pequeños cameos de personajes de otras historias así que no pude evitar escribir sobre los personajes de ¡Esto es guerra! Ojalá les haya gustado ♥♥

Hasta el próximo veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora