13. Verano de los 16 años

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{VERANO DE LOS 16 AÑOS}

Mi madre a veces actuaba de forma más inmadura que yo. Por ejemplo, escondiéndome la tabla de surf cuando ella sabía que yo quería ir a surfear. Los primeros minutos lo toleraba y hasta trataba de tomármelo con gracia, pero cuando había pasado una hora y mi madre no me decía donde estaba la tabla, mi paciencia se agotaba.

―Mamá, por favor ―le pedí, acomodándome el bretel de mi malla enteriza negra―. Quiero ir a surfear antes de que se haga más tarde.

Estábamos a una hora de que anochezca.

―Oh, pobrecita.

―¡Mamá! ―exclamé― Dime dónde está. Yo no te escondo tus cosas.

Ella me miró con disgusto ante la idea.

―Deja de llorar ―se quejó. No estaba llorando, pero podía empezar a hacerlo si la impotencia que estaba sintiendo seguía creciendo―. No te vas a morir por no ir a surfear un día. Lo estás haciendo todos los días de la semana.

―¿Y qué quieres que haga si no? ―demandé― Estamos de vacaciones.

―Podrías conseguirte un trabajo. Cole ya está ayudando a su padre en la tienda, ¿no?

Sí. Cole ayudaba a su padre por las mañanas en su local de tablas de surf, Ocean Sand.

―Pero solo estamos aquí por un mes, es difícil que me contraten por unas pocas semanas.

―Pregunta en ese lugar de la playa donde se la pasan todo el día tus amigos y tú.

Se refería a Samurai.

―No voy a ponerlo en ese compromiso a Rafa.

Rafa probablemente me diría que sí, pero dudaba de que realmente necesitara ayuda.

―Ay sí, porque tú eres taan considerada ―se burló.

Me crucé de brazos.

―¿Qué hice mal ahora? ―quise saber. Porque algo debí de haber hecho mal, algo que no le haya gustado y ahora me tocaba pagar― ¿Qué es lo que hice que te molestó esta vez?

Mi madre apretó los labios.

―Ya me aburriste, Kaia. Tu tabla está detrás de la puerta del lavadero. Vete.

Tendría que haberme ido en ese instante, pero me quedé plantada mirándola. Me sentía frustrada, me dolía no entender por qué mi madre se comportaba de esa forma y por qué no podía relacionarse con su hija de una forma normal como todas las demás madres de mis compañeras del colegio.

―A veces pienso que me odias―solté.

―A veces piensas bien ―masculló.

Mi corazón se agitó en mi pecho como si hubiera recibido el impacto de sus palabras. Sentí un nudo en la garganta, porque una cosa era pensarlo y otra era que mi madre me lo confirmara.

Yo sabía que mi madre me caería mal si no fuera mi madre. Pero, ¿odiarla? No, no la odiaba y tenía la esperanza de que ella tampoco me odiara a mí.

―No quise decir eso ―dijo observando como mis ojos se llenaban de lágrimas. Me di media vuelta para ir a buscar mi tabla y huir de allí― ¡Kaia!

No le hice caso a los gritos de mi madre. Me quité las lágrimas con mi antebrazo y una vez que agarré mi tabla, bajé a la playa a toda velocidad. No me di cuenta de que la playa estaba más vacía de lo normal ni que, de repente, el cielo estaba completamente gris. Mis pensamientos eran más fuertes que lo que pasaba a mi alrededor.

Hasta el próximo veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora