Capítulo 1.

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    “ El precio de los mejores momentos siempre ha sido tener que echarlos de menos "
                                                                       
                                       Beret.


Ciudad de Hillston.

Actualidad.



—¡Laura! —los gritos resonaban en la silenciosa casa— ¡Laura, hija, date prisa, ya es tarde!

    Un repiqueteo de tacones comenzó a ascender con sonoridad y premura por las escaleras. La señora Linson podía ser muy exigente en determinadas ocasiones y estaba frente a una que requería tal extremo. Había planificado este momento durante años y no permitiría que nada lo echase a perder: su preciada y única hija tendría su primer día de trabajo.

    Al entrar a la habitación, un brillo de orgullo se reflejó en su mirada y suavizó sus rígidas facciones por unos segundos. Siempre se sentía igual al verla, como la primera vez que la envolvió en un cálido abrazo, años atrás. Pequeños destellos de añoranza se le clavaron en el alma, pero no le daría rienda suelta a tales sentimientos, pues hoy su pequeña lucía su bata blanca como atuendo más llamativo, resultado de casi seis años de estudio y esfuerzo. Un lejano recuerdo le cruzó la mente y la trasladó a la noche en que había llegado a su vida; antes de eso, la felicidad solo le parecía una palabra desteñida y carente de sentido, de forma física, pero en aquel instante todo cambió.

—Hijos —pensó para sí misma— ¿qué sería de la vida sin ellos, sin su risa, su esperanza, su cariño?

    Laura se giró asustada al percibir otra presencia, esas reacciones eran normales en su cotidianidad y, con mucho esfuerzo, las había estado admitiendo, trataba de dominarlas pero, a veces, el instinto la superaba. Su rostro se relajó al ver a su madre recostada contra el marco de la puerta

—Te he escuchado hace un rato, ¡hasta pareces tú la que tendrás este momento y no yo! ¡Prácticamente estás más emocionada! —dijo sonriendo.

—¡Cómo no estarlo si veo que mi niña está un paso más cerca de la adultez y la independencia! —expresó  con melancolía.

—Madre —se acercó hasta tenerla de frente y envolverla entre sus brazos— creo que desde que llegué acá no soy tan niña que digamos, pero si esto ayuda en algo, estoy un poco nerviosa.

—Es lógico, los seres humanos somos sensibles ante lo desconocido, mostramos nuestra vulnerabilidad ante el mero hecho de no tener la situación bajo estricto control —explicó— pero tú eres fuerte, segura y admirable. Tendrás un excelente día.

    Permanecieron juntas un momento más y bajaron a desayunar. La señora Linson había preparado una apetitosa comida para animarla y, aunque el olor de los platos podía percibirse a metros de la casa y atraer a toda la vecindad, no probaron mucho bocado, los nervios y la ansiedad las tenían a la expectativa.

—Todo irá bien —dijeron al unísono, como si de un antiguo y ensayado coro se tratase.

     Se echaron a reír con ganas y salieron cuando el claxon del taxi que habían pedido anunció la  hora de partir.

    Laura se reparó al pasar frente al espejo de la sala y ordenó su pelo, suspiró y se colgó el bolso al hombro. No había quedado muy convencida de qué ponerse, así que optó por un vestido negro de manga corta que le llegaba por debajo de las rodillas y sus tacones rojo vino favoritos. Por un momento quiso ir a cambiarse y usar sus típicos pantalones ajustados, una camiseta y sus converse blancos, al menos así se sentiría auténtica, pero llegaría retrasada y estaba segura de que su madre no la dejaría salir así.

—Estás genial, mi niña, no pienses tanto —interrumpió sus maquinaciones la mujer.

    Diez minutos después estaba en camino al Hospital General de Hillston, el lugar donde siempre deseó trabajar. Desde que era pequeña supo que quería estudiar Medicina, ese objetivo nunca fue dudoso. Un destello triste vino a su memoria.

—Mamá, ¿por qué estás en cama a esta hora?

La mencionada  tosió y, con una sonrisa cansada, le aclaró:

—No me siento muy bien, cariño, el doctor dijo que es mejor descansar, no agotarme mucho.

—¿Mejorarás? —le preguntó con un atisbo de pánico.

—Por supuesto, pronto estaremos juntas como antes, haciendo travesuras.

Ojalá  sea rápido —añadió con tristeza— quisiera poder curarte yo misma.

—Bueno, tal vez a mí no, pero a otros sí. Lucha por tus sueños, cariño, nunca desistas de lograrlos y sé persistente, aunque a veces parezca imposible. Al fin y al cabo, de los cobardes nunca se ha escrito nada.

    Recuerdos como ese la habían impulsado a seguir, a sonreír ante la vida a pesar de que sus demonios la atormentaran de vez en cuando.

—Las emociones que tenemos son el resultado de nuestro grado de humanidad y del grado de percepción que tengamos de las situaciones —casi podía escuchar en su mente al profesor Soto, lo más cercano a una figura paterna que había tenido este tiempo— Algunos se convencen a sí mismos que es mejor dejar de sentir, así se ahorran malas experiencias, pero esas personas no pueden estar más equivocadas. Lo malo siempre estará ahí, a veces fuera, otras dentro, pero es indeleble; somos nosotros, en nuestra grandeza y espíritu de guerreros de luz los que revocamos sus efectos y extraemos su antídoto, en caso de que otra situación similar se nos avecine.

    Eso era exactamente lo que había hecho todo este tiempo, buscar la cura más efectiva para sus miedos y tenebrosos recuerdos, porque quería labrar su camino y crearse un futuro prometedor, mejorar y vivir con sentido.

—Señorita, hemos llegado —anunció el chofer— son quince dólares.

Entregó la cantidad requerida y se bajó admirando la gran construcción frente a sus ojos.

Tragó en seco y se permitió bloquear cualquier rastro de inseguridad. Avanzó más decidida que nunca mientras susurraba:

—Aquí estamos, mamá, nuestro momento acaba de comenzar.




—Aquí estamos, mamá, nuestro momento acaba de comenzar

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