Capítulo 5.

227 65 97
                                    

"Hay que juzgar a un hombre según su infierno"

Marcel Arland.



    —Así que Nick Jhonson. —dijo Lindsey mientras pasaba la vista, por décima vez, sobre la elevada montaña de cajas que había en el cuarto destinado a guardar los expedientes escolares—. La directora Corton te ha llevado recio.

    Laura meditó en  sus palabras y sintió curiosidad, ¿por qué todo le señalaba a que el muchacho destilaba problemas? No quería sacar conclusiones precipitadas para evitar la predisposición, así que dejó de darle vueltas al asunto y se concentró en el presente.

    Llevaba media hora esperando a que la chica que conoció en la mañana encontrara el expediente del susodicho, mas, al parecer, tendría que regresar en otra ocasión, ya se estaba haciendo tarde.

—Después buscas con más tiempo, no te apures. —refirió con ademán tranquilo—. En realidad quería los documentos para hacerme una idea de a lo que voy a encararme, pero supongo que tendré que ir a ciegas esta vez. No todo puede controlarse siempre.

—Disculpa. —se excusó la otra—. He revisado varias veces en la sección  N y es como si no existiera, lo cual es dudoso porque ayer mismo la organicé y recuerdo que estaba ahí, en el fondo de la tercera caja. —añadió señalando el lugar exacto—. La única posibilidad que existe es que alguien se lo haya llevado, pero no sé cómo, si la llave la tengo yo.

    La joven doctora no pudo evitar sonreír, Lindsey y ella se parecían mucho: eran obstinadas y detallistas; sintió que podrían llegar a ser muy buenas amigas.

—Hagamos algo, te pasaré mi número de celular y, cuando lo hayas encontrado, me lo haces saber.

—Me parece perfecto, pero no quisiera que te fueses a encontrar con Nick así. Si lo deseas te puedo contar lo que conozco de él. —se acercó  y, cuando hubo quedado a pocos centímetros de su rostro, susurró—. Es alguien bastante mencionado por acá.

—Cada vez tengo más intriga. —admitió—. Está bien, cuéntame.

    Lindsey se sentó con la espalda recta y alzó el mentón, cruzó los brazos sobre la mesa e intentó imitar la postura de una presentadora famosa, impuso su mejor cara de misterio y el ambiente se tornó un poco tenso.

—Dicen que es un problemático, no habla con nadie y responde con monosílabos la mayoría de las veces. Las únicas personas que se han visto a su alrededor son Mara y Louis, dos estudiantes igual de reservados y con pésimas notas. —repuso y un destello de tristeza pasó fugazmente por sus ojos—. Su padre es famoso, debes haber escuchado sobre él, el reconocido Joe Jhonson, creador del icónico J. Life.

—¿El Dr. Jhonson dices? —cuestionó, con los ojos abiertos como platos.

—El mismo que viste y calza, o que lo hacía.

—En las noticias salió que desapareció hace unos meses y nadie sabe su paradero, ¿es eso cierto?

—Exacto, lo dan por muerto, pero las autoridades sospechan de alguien.

—¿Quién pudo haberlo hecho?

—El propio Nick —aseguró y Laura comenzó a inquietarse.

—¿Cómo es posible?

—No es algo certero, son hipótesis que se han hecho en comisaría. —y bajando el tono, añadió—. Mi padre es el sheriff de la ciudad y a veces me cuelo en su despacho a leer sobre los casos.

—¿Qué piensan que ocurrió? —preguntó, con más deseos de saber.

—Según el informe, el señor Jhonson iba a salir de la ciudad para una reunión con proveedores extranjeros que firmarían un contrato para comprar la fórmula del J. Life pero, en la noche en que se disponía a abordar su vuelo, el auto en el que se dirigía al aeropuerto fue atacado por una pandilla de tres personas.

Nick, Louis y Mara —pensó Laura.

—No se llevaron nada de valor, por lo que no fue un asalto. —prosiguió—. Esto hizo pensar a los detectives que se trataba de un ajuste de cuentas personal, pues la escena quedó bastante creepy; parecía sacada de una película de terror. Imagínatelo: sangre por todos lados, rasguños en el auto, el chofer con quince balazos, uno de los dos guardaespaldas, mutilado y el otro pasó a mejor vida. El único cuerpo que no apareció fue…

—El del Dr. Jhonson —concluyó Laura, cual investigadora.

—Aparte de ese. —la contradijo Lindsey—. El único cuerpo que no apareció en la escena del crimen fue el de Nick.

—¿Pero iba en el auto?

—Claro, cuando verificaron los boletos, había uno a su nombre y el chofer mutilado declaró que viajaban juntos, además, sus huellas de calzado y olor estaban en el lugar de los hechos.

—¿Qué fue de él?

—Lo encontraron en su casa, en el despacho del doctor, llorando, en estado de pánico, gritando y con una pistola en la mano.

—¡Wow! Demasiada información para procesar.

—Pero eso no es todo.

—¿Qué más puede haber, Dios mío?

—Cuando le hicieron el examen de balística al arma de Nick, coincidió con el arma con la que le dispararon al chofer.

—¡Mierda! —la palabra salió de sus labios y se sintió apenada al instante.

—Tranquila. Entiendo tu estado, también me costó asimilarlo. No le cuentes a nadie sobre esto, podrías buscarnos un lío a mi padre y a mí, la información no es de dominio público.

—Puedes confiar, soy una tumba cerrada.

—Mucho mejor y, por tu propio bien, te aconsejo que así sea, porque todos los que han intentado abrir la boca o averiguar más, han desaparecido.

      El pánico se hizo latente.

—Consume la información y resérvatela —concluyó.

—Gracias por contármelo todo, aunque te confieso que ahora no sé si deba salir corriendo y rechazar la misión de la directora Corton.

—No te lo recomiendo. La principal detesta que se incumplan sus órdenes, es lo más parecido a Hitler que conozco, puede llegar a ser muy cruel con quienes no acaten las normas hasta el mínimo detalle.

—Mejor enfrento lo que haya que enfrentar.

—Es preferible. ¡Anímate! Quizás el monstruo no es tan malo después de todo.

    Se despidieron con un abrazo que le brindó un poco más de seguridad.

    Una hora después estaba sentada en la biblioteca del hospital, esperando a su alumno. La directora Corton le había dicho que él se reuniría con ella, pero ya llevaba unos minutos de retraso y la impuntualidad la ponía de mal humor.

    Sacó de su bolso un viejo ejemplar de Matar a un ruiseñor, su libro favorito. Comenzó a leerlo a fin de que la espera no la desesperara más y, así de paso, evitaba pensar en la historia de los Jhonson y en los inquietantes ojos grises que había visto en la mañana.

    Tan entretenida estaba con el diálogo entre Atticus Finch y Scout  que no se percató de la silla que se deslizó a su lado, ni de la presencia masculina que invadió su espacio. Levantó la vista cuando sintió que alguien se aclaró la garganta y entonces lo vio.

—Hola. —saludó el chico—. Yo soy…

—Cold —soltó, sin un ápice de duda.



—Cold —soltó, sin un ápice de duda

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Corazones de Blanco Where stories live. Discover now