Capítulo 10.

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"¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso…!"

Miguel de Cervantes.




    La mansión Jhonson era, probablemente, el sitio más enigmático de todo Hillston. Su construcción al estilo barroco y la luz tenue que se filtraba por entre las ramas de los antiguos árboles del jardín creaban un panorama donde las sombras parecían cobrar vida. Era un lugar silencioso y tranquilo que albergaba muchas incógnitas pero, por encima de lo tétrico, Nick se acostumbró a llamarlo hogar.

      Esa tarde, sus dos amigos le hicieron una visita. Tenían por costumbre reunirse para planificar sus acciones y analizar los hechos más relevantes de los últimos días, en especial los que podrían representar un peligro para sus secretos. Los tres habían pasado por situaciones difíciles y el dolor los unió de tal forma que se apoyaban en todo, incluso en las mayores insensateces.

—El sheriff Hugo se apareció hoy en la universidad, —comenzó a decir Louis mientras le daba una profunda calada a su cigarrillo— nos preguntó por ti —el humo salía de su boca en forma de nubes diminutas—. Te encubrimos, así que nos debes una.

    Mara emitió un quejido y atrajo las miradas de ambos chicos.

—Pensar en Lindsey me produce dolor de cabeza, ya van setenta y dos horas desde su desaparición —sonrió de medio lado y repitió, con falsedad, lo que le había dicho al sheriff—. Siento lo sucedido, su hija me agradaba, era muy… especial.

—¿Cómo puedes disimular tan bien? La detestabas —agregó Louis entre sonoras carcajadas—. Bueno, es que tú detestas al mundo.

—Estúpido.

—Gruñona.

—Basta de tonterías —los interrumpió el de ojos grises—. ¿Qué quería saber Hugo?

—No nos reveló nada, pero sabes que tengo mis contactos —alardeó el otro joven— parece que tu querida tutora es una bocazas.

—¿Qué tiene que ver ella con esto?

—Declaró que la rubia nerd buscaba tu expediente y estaba al tanto de lo ocurrido con el doctor Jhonson así que, técnicamente, te puso en la mira de su papi poderoso —Mara se miraba las uñas con asco—. ¡Esta manicura es horrible!

—Entonces, Laura lo sabía todo y…

—Disimuló —concluyó, acomodándose su pelo rojo y le recordó—.  Cuando le pedí a la cascarrabias de Corton que me colocara en sustitución de Lindsey fue para vigilarla. Intuía algo raro y te advertí que te alejaras, pero nunca me tomas en cuenta. Tampoco te culparé, porque está en tu naturaleza, los hombres no piensan cuando se topan con una cara y un cuerpo bonito —chasqueó la lengua— por eso me gustan las mujeres.

—Compañero, la doctora está buena, pero debes ser más precavido —aconsejó Louis.

—Tomaré medidas, despreocúpense —se levantó, buscó unas cervezas en la nevera y comenzaron a beber. Después de unos minutos en silencio, retomó la conversación—. Dentro de unas horas iré al psiquiátrico, necesito ver cómo está la paciente treinta y cuatro y encontrar respuestas.

—Me sorprende que aún la llames por su número. Llevas días en eso, quizás debas aceptar que realmente no sabe nada —le sugirió Mara.

—Nos hemos arriesgado mucho como para renunciar ahora, ya no hay vuelta atrás —habló con firmeza—. Un paso en falso y podríamos ir tras las rejas.

—Es verdad, sobre todo porque a la doctora Laura no le gustaría saber que hemos hecho esto —señaló Louis.

—Tuve mis razones —afirmó—. A veces debemos tomar decisiones dolorosas por una buena causa.

—Pero tengo una duda —prosiguió su amigo— ¿por qué la llevaste ahí? Hay sitios menos radicales.

—Era necesario que la trataran los mejores especialistas, su mente está torcida.

—Veo que tu empatía por ella ha disminuido —notó Mara.

—Lo peor es que no siento remordimiento. Hubiese querido que todo fuese diferente, incluso llegué a esperanzarme, pero es un caso perdido. ¿Cómo perdonar a alguien así?

—Perdonar es una palabra muy grande, Nick  —Louis le dio unas palmadas en la espalda—. Me pongo en tu lugar y sé lo que sientes, pero no olvides que, gracias a ella, existes.

—Y gracias a ella mi familia se quebró —sollozó y ganó que lo observaran con lástima y compasión—. Cada vez que le hablo es como si las heridas del pasado volvieran a abrirse, sobre todo porque no deja de mencionar a Aidan.

—¿Tu hermano fallecido? —preguntó Mara con preocupación y él asintió—. Pero, ¿qué dice exactamente?

—Incoherencias —aseguró—. Afirma que él la visita todos los domingos y le lleva galletas de chocolate.

—Puede que esté delirando —supuso Louis.

—Quizás, pero los médicos aseguran que en los exámenes no hay presencia de delirios.

—Creo saber qué le sucede —soltó la muchacha y, nuevamente, captó la atención de los otros dos—. Las personas nos aferramos a un recuerdo y, con tal de no soltarlo, intentamos volverlo realidad —al ver que no se hizo entender, explicó—. Quiero decir que, a lo mejor, ella no alucina, hay alguien ahí que le recuerda a Aidan o está vinculado con él.

—Tonterías —se burló Nick—. Yo mismo verifiqué las planillas laborales del personal y no hay ningún conocido.

—Hay algo que no me gusta en esto —susurró la pelirroja y sugirió—. Advierte que no la dejen salir de su habitación los fines de semana, así estaremos seguros de que nadie la visita.

—De acuerdo, paranoica —la molestó—. Primero tengo que ir a resolver un asunto, será mejor que se marchen, mañana nos vemos.

     Despidió a ambos y, tras cambiarse de ropa, tomó las llaves del Ford negro que su padre le había regalado años atrás y emprendió el viaje, dispuesto a ver a Laura.

     Por mucho que le advirtieran, sentía una poderosa inclinación hacia la doctora. Sabía por experiencia propia que, en cuestiones de sentimientos, un individuo fuerte se debilitaba, pero no le importaba. Ella lo había estado ignorando, la única comunicación que tuvieron en los últimos tres días fue mediante correos breves de carácter profesional y no resistía más.

        Al llegar, observó la puerta abierta y escuchó unos sollozos. Sin pensarlo dos veces entró y lo que vio le rompió el corazón: acostada en el sofá, con el rímel corrido, las ojeras pronunciadas y un papel en la mano, Laura lloraba desconsolada.

    Se acercó con cautela y ella, al notar su presencia, corrió a refugiarse entre sus brazos. No emitieron palabra alguna, solo se escuchaba el sonido de sus respiraciones. Cuando logró calmarse, cayó profundamente dormida, él la llevó a la cama y permaneció a su lado, tomó la hoja que sostenía y leyó la escritura:

    Si descifras el siguiente acertijo, sabrás dónde encontrar a tu madre y quién la raptó: "En el lugar de tus pesadillas, donde todo comenzó, el acero toca al cielo en medio de la alabanza mientras los corderos elegidos salen a pastar y exhalan su último aliento. ¿Quién los asesinó? Un ser innombrable"




 ¿Quién los asesinó? Un ser innombrable"

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