Capítulo 3.

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                      “El hombre vive en un mundo en el que cada ocurrencia está cargada con ecos y reminiscencias de lo que ha ocurrido antes... Cada acontecimiento es un recordatorio"
                                                                                              John Dewey.

 


  En los cuentos de hadas, la familia real es el estereotipo perfecto de la felicidad, sus miembros ganan el aprecio de los súbditos por sus altos valores morales y la sabiduría demostrada ante la toma de decisiones cruciales.

    El rey: símbolo de firmeza, amor y profunda sapiencia; es el típico soberano admirado y respetado porque su mandato está encaminado a superar barreras y alcanzar metas para el bienestar de la plebe. Su esposa e hijos son su catapulta hacia la paz y el sosiego.

    La reina: delicado tesoro que interpreta, con paciencia, su rol de madre y cónyuge: enarbola la belleza, la cultura y la armonía de forma íntegra.

    Los hijos: fruto del amor pasional, el desenfreno y la lujuria. Representan la nueva generación de espigas que algún día madurarán para ser recogidas y degustadas con exquisitez; son la personificación de un espíritu de travesuras y devoción sentimental.

    Cualquier persona ajena a los trágicos acontecimientos ocurridos en los últimos años pudiera pensar, e incluso creer ciegamente, que la familia de Nick estaba muy cerca de semejante descripción utópica, pero la realidad se alejaba de esto.

    En su castillo no había reina, pues se había marchado cuando aún era pequeño. Tal vez fue mejor así, a pesar de no contar con el amor maternal, ya que seguramente llevaba ahora una vida feliz, más de la que podría haber tenido con ellos, pero la nostalgia era inevitable, había dejado un vacío infinito.

    Su hermano, el único conducto que lo separaba de la cruda realidad, estaba muerto. Se suponía que un padre debía cuidar a sus hijos y protegerlos, no convertirse en su verdugo, haciendo a uno de ellos su víctima, arrebatándole la vida lentamente.

    Por último, estaba el falso monarca, un hombre que antes admiraba y veía como ejemplo, que colocaba en un pedestal, pero que había perdido su corona. Ahora solo lo recordaba como  un ser vacío, manipulador e insensible, no como a su padre, el reconocido cirujano Jhonson, dueño de una de las mejores clínicas del país para el tratamiento de enfermedades mortales y creador del exitoso producto J. Life, que destruía agentes malignos y mejoraba la calidad y esperanza de vida en sus pacientes. Pura fachada para disfrazar ante los medios y el mundo lo oscuro que era su lucrativo negocio, los cientos de vidas perdidas con él, incluida la de su hijo mayor.

    Nick había descubierto todo seis años atrás.

    Esa tarde del 25 de diciembre llegó temprano de la escuela y tomó un jugo para refrescarse, antes de subir a su habitación para terminar los deberes. Al entrar, observó una hoja encima de su cama y, pensando que se trataba de alguno de sus apuntes extraviados, lo recogió para guardarlo, no sin antes echarle un vistazo rápido; percibió entonces que no era su letra, tampoco el papel que generalmente utilizaba: se trataba de una carta incompleta. La leyó en voz baja:

    Estimado lector:

    Si esto ha llegado hasta ti quiero que seas discreto, a partir del momento en que has decidido leer podrías comenzar a cavar tu propia tumba. Quiero aclarar que no es mi intención ser un justiciero de los cómics de Marvel, sino alguien que quiere contar lo ocurrido con detalles para que no se cometa un error.

    El punto es que, desde hace algún tiempo, vengo observando a esta familia porque tenía mis dudas sobre su integridad y estaba en lo cierto, lo acabo de confirmer: los Jhonson no son lo que aparentan. Siempre me sorprendió que el Dr. Jhonson pasara horas, e incluso días, en su sótano y, como periodista que soy, me di a la tarea de seguir sus pasos.

Corazones de Blanco Where stories live. Discover now