Capítulo 13.

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"¿Cómo sabes si la tierra no es más que el infierno de otro planeta?"

Aldous Leonard Huxlep.


    Comisaría de Hillston, 9:00 p.m.



    Hugo resopló y tragó un sorbo de agua para refrescarse la garganta. Llevaba horas interrogando en vano a la señora que tenía en frente. ¿Cómo había logrado atrapar al culpable?

    Lindsey se encontraba desaparecida hacía más de setenta y dos horas y comenzaba a pensar que jamás la encontrarían, sumido en su frustración, recibió una llamada anónima. Aunque al principio no mostró intención de atenderla, una alarma se disparó y prefirió hacerle caso a las corazonadas. ¡Qué sabia decisión!

    Pero ahora se presentaba un nuevo obstáculo: la negativa de los implicados a confesar. Contó hasta diez y clamó a Dios porque le concediera la paciencia que le faltaba. El salón donde permanecía poseía una iluminación escasa y le costaba mantenerse concentrado en un punto específico, así que entrelazó sus dedos y retomó el cuestionario.

—Hilaria Corton, por décima vez, ¿dónde está mi hija?

—Ya se lo he dicho, no sé de qué habla. Yo le tenía mucha estima, sería incapaz de dañarla —la afligida mujer se sacudió la nariz en un pañuelo y se frotó los irritados ojos—. Sé que tengo un carácter difícil y exijo demasiado, pero no soy mala persona.

—Lo que encontramos en su casa demuestra lo contrario —contraatacó.

—¡Pero no se da cuenta, alguien quiere incriminarme!

—¿Quién tendría motivos para eso?

—No tengo ni la menor idea —bajó la voz—, nadie me odia tanto como para hacer semejante atrocidad.

—Veamos —continuó el hombre—, gracias al desconocido que la inculpó tenemos varias pruebas…

—Lo ha mencionado ya —lo interrumpió—, pero le juro que eso no me pertenece.

—Haga silencio, estoy hablando —exigió con cara de pocos amigos y provocó que la aludida se sobresaltara—. Como decía, tenemos varias pruebas: un cuchillo de cocina ensangrentado, en el cual los criminalistas determinaron que estaban sus huellas y la sangre de mi niña —cuando pronunció las últimas palabras sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero las contuvo y continuó—, también encontramos el celular y la ropa que llevaba el último día en el cual fue vista, ¿sabe dónde? —no le dio tiempo a contestar—. Sí, exactamente, escondidos en un rincón de su clóset. ¿Equivocación? ¿Casualidad? Lo dudo mucho.

—Piense en esto —le pidió con vehemencia—, soy de carácter intachable, responsable y trabajadora, con una reputación envidiable, ¿por qué haría eso?

—Aquí las preguntas las hago yo —tomó una profunda bocanada de aire—. Bien, ante la negativa de colaborar y con las pruebas que tenemos en nuestro poder, le informo que será sometida a juicio. Hasta entonces se quedará en una celda.

—¡Esto es indignante! —Corton intentó ponerse de pie, pero un guardia la detuvo y le colocó las esposas.

—Ojalá esta noche le sirva para reflexionar —el sheriff recogió sus pertenencias y le dio la espalda, antes de abandonar el sitio no pudo frenar sus palabras—. Me encargaré de que pase el resto de sus días pudriéndose en la cárcel.

    Mientras se dirigía al otro salón, escuchó los gritos injuriosos de la directora del hospital y se regocijó por saber que estaba sufriendo tanto como él al perder a su amado retoño.


Corazones de Blanco Where stories live. Discover now