Capítulo 4.

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"La memoria es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados"

Johann Paul Friedrich Richter.




    Miedo, esa palabra volvía una y otra vez a los pensamientos de Laura mientras se apresuraba a entrar en el local de las consultas.

Algunas veces los seres humanos no saben cómo reaccionar ante las sorpresas, muchos quedan en letargo, otros asumen los hechos, pero ella prefería escapar, refugiarse en su interior y camuflajear sus temores. Era una chica tímida, incluso podría decirse que poseía cierta torpeza, pero cuando quería disimular podía ganar un premio en actuación.

    Así que huyó cuando lo vio, sin más. No estaba segura de que se tratara de Cold, pero tampoco quería averiguarlo, aún no estaba preparada. Algo tenía que admitir: no hubo noche de los últimos seis años que no pensara en él, en qué habría hecho con su vida, en si sería feliz, en si lo volvería a encontrar. Una vez quiso buscarlo, pero abandonó la descabellada idea cuando no supo por dónde comenzar; pero ahora el destino parecía jugar las fichas a su favor.

    No era muy creyente de las coincidencias, pero esta, sin duda alguna, la alegraba casi tanto como la atemorizaba.

    La emoción le estaba produciendo un ataque de asma, necesitaba controlarlo o no podría pensar ni actuar con claridad. Su enfermedad había dejado de manifestarse con frecuencia, aunque al parecer los nervios y emociones la detonaron. Tomó su spray y se dio tres insuflaciones, respiró pausadamente y volvió a repetir el proceso dos veces más, la mejoría se comenzaba a apreciar.

— ¿Se encuentra bien, señorita? —le cuestionó una mujer que estaba sentada en una pequeña mesa ubicada a su derecha.

— Sí, no se preocupe. —respondió con más tranquilidad— ¿Puede indicarme dónde se encuentra la oficina de la directora?

— Claro, siga el pasillo recto hasta el fondo y doble hacia la derecha, es la segunda puerta.

— Gracias —le dijo de forma rápida y, en un intento de seguir el consejo de su madre acerca de ser amistosa, le preguntó su nombre.

— Me llamo Lindsey, mucho gusto.

— Encantada, soy Laura, es mi primer día de trabajo.

— Te deseo éxitos, cualquier cosa que necesites, ya sabes dónde encontrarme. Yo también llevo poco tiempo acá, es mi segunda semana, soy estudiante y necesitaba hacer algunas prácticas y horas extra de servicio para ganar puntos.

— Entiendo, que tengas buen día, quizás nos veamos en un rato —se despidió con una sonrisa y continuó su camino hasta llegar frente a la oficina que buscaba.

    Tocó la puerta y una fuerte voz proveniente del interior la invitó a pasar.

— Adelante.

    Una vez dentro se sentó y se dedicó a echarle un rápido vistazo a su alrededor.

    El sitio era mediano, en las paredes laterales habían estantes con varios libros perfectamente organizados que variaban en tamaño y grosor. La ambientación era sencilla y amena, destacaba una maceta con un pequeño bonsay y dos lámparas de techo que proporcionaban la iluminación adecuada.

   El buró era de madera negra y brillante, sobre el mismo se podían vislumbrar montañas de hojas y lapiceros. Un portátil y su respectiva impresora, encendidos, seguían añadiendo papeles al montón.

— Disculpa el desorden. —interrumpió su pequeña inspección la voz de la directora Corton, cuyo apellido se destacaba en una chapilla dorada—. Hoy es el día en que los de último curso vienen a elegir sus tutores de tesis y estoy pasándole la vista a sus expedientes. Ponte cómoda, en un momento estoy contigo.

    Se acomodó las gafas y tomó una carpeta con documentos, caminó hacia la entrada y salió dando un portazo.

— Vaya día de locos que se tienen aquí —pensó Laura, divertida y no pasaron cinco minutos cuando la agitada mujer volvió a entrar.

    Parecía tener unos cincuenta y seis años. Vestía con chaqueta blanca, blusa a juego y saya por debajo de las rodillas, calzaba tacones de punta y tenía el pelo corto, canoso y alborotado. Su rostro era serio, arrugado y debajo de sus ojos negros destacaban pronunciadas ojeras, podría asegurarse que llevaba sin dormir bien en mucho tiempo.

— Entonces… tú debes ser Laura Sandoval Vastos, la nueva doctora que relizará especialidad en Oncología —dijo con seguridad y rapidez mientras miraba un expediente que cogió de una gaveta.

— Aquí dice —prosiguió— que tienes notas de primera, fuiste una de las mejores de tu año. Tu historial investigativo es fructífero, has participado en eventos internacionales y de intercambio, has sido alumna ayudante desde tu primer año, asististe a ferias científicas y has tomado cursos de inglés, francés y portugués.

    Un destello de orgullo sobrecogió a la muchacha, sabía que el momento de que sus méritos constaran llegaría y entonces todas las noches de estudio y esfuerzo valdrían la pena.

— Pero —continuó— eso es lo que este montón de letras dice. Quiero saber la verdad, ¿quién es la verdadera Laura?

    ¿Cómo que quién era ella? Bueno sí, quizás su currículum revelara a alguien cuyas potencialidades parecen irreales, pero esto no era falso. Entonces qué quería saber, a qué se refería.

— No entiendo su pregunta —tartamudeó.

— Creo que no he sido lo suficientemente clara, quiero saber quién crees que eres, tu opinón sobre ti misma y si te consideras capaz de desempeñar un puesto en el hospital.

    Paz, tranquilidad, eso sentía ahora. La pregunta no era invasiva, sino más bien curiosa, atenta e interesada, revelaba que su superior, más que guiarse por impresiones ajenas, prefería sacar sus propias conclusiones. Pero, ¿qué responder? No podía contar la verdad, sus raíces, su pasado, sus inseguridades. Máscaras, eso pondría, una máscara que le permitiera ser sincera a medias sin comprometerse.

— Vengo de Walles, un pequeño pueblo lejos de aquí. Desde que era niña tuve claro que salvar vidas es mi pasión. He atravesado por momentos duros, como cualquier persona. He perdido a seres amados y mi mayor deseo es sembrar esperanza en los enfermos de cáncer. Me considero alguien solidaria, emotiva y, a veces, muy reservada, pero estoy trabajando en los aspectos de mi carácter que no me favorecen, quiero mejorar. Tengo debilidades, a veces demasiadas, pero nadie es perfecto, por eso le ruego que confíe en mí y no la defraudaré; pondré mi mayor empeño.

    La señora Corton asintió a modo de complacencia y, antes de firmar en el contrato de trabajo, le dijo:

— Es usted una caja de sorpresas, señorita. Creo que nos vendrá bien ese espíritu.

— Haré lo mejor que pueda.

    Ambas se levantaron y estrecharon sus manos a modo de despedida pero, antes de que Laura pudiese abandonar el lugar para empezar con su rutina, le dio su primera misión:

— Será la encargada de supervisar la tesis de uno de los estudiantes de último curso. No hay nada más importante ahora, por lo que trabajará hasta el mediodía tres veces por semana para que las tardes la dedique a esta tarea, a él le vendrá bien tener como tutor a alguien con sus características.

— Eso estará genial. —dijo emocionada— ¿Cómo se llama el muchacho? ¿Cuándo comenzamos?

— Nick Jhonson. —respondió la señora Corton tras soltar un suspiro de agotamiento—. Pueden comenzar hoy mismo. Le deseo suerte, la necesitará.



 Le deseo suerte, la necesitará

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