Un deseo.

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Aún su corazón latía, lo presentía, tan calidamente como aquella vez. 

Después de muchos infartos de estar cerca de mi teniente, por fin todo volvió a la normalidad al llegar a la BSAA. 

Todo fue igual: me ponía nervioso, él solo me sonreía y seguíamos con nuestras vidas. 

Llegó el final de la jornada. Probablemente Piers no se acordaría de ayudarme con el abeto, así que salí del recinto como siempre. 

La nieve apenas comenzaba a caer y di gracias por ello. Llegué a mi carro cuando escuché el golpe de unos zapatos contra el asfalto. Gire a la dirección viendo a mi teniente correr hasta donde me encontraba.

—Capitán, creí que me esperarías.

—Lo siento, no estaba seguro de si me acompañarías y no deseaba molestar. 

—Claro que no molestas, la época navideña es de mis favoritas. 

—Bien, sube al auto. 

Conduje hasta mi casa nervioso por haber olvidado algo vergonzoso tirado en el suelo. En estos momentos me maldecí internamente por no ser más ordenado. 

Llegué a la casa. Debido a que el cielo se hallaba algo nublado, lograba ver a través de la ventana una luz proveniente de la sala. 

—¿Tienes visitas? —preguntó Piers. 

—Debe ser Claire. Tiene una copia de las llaves y vino a recoger algunas cosas. 

Salimos del carro para abrir la puerta pero antes de poder girar la perilla, Claire la abrió. 

—Chris —dijo contenta—, ya iba de salida —Dio un rápido vistazo a Nivans—. Hola Piers —lo saludo—. Recogí un poco, deberías ser más ordenado. 

—Gracias, Claire. 

—Mi vuelo saldrá está misma noche. ¿Crees poder llevarme? 

—Claro, estaré ahí. 

Mi hermana salió. 

—Les dejé un pequeño regalo. Espero que les guste —Guiño el ojo antes de irse. 

<<¿Qué?>>, pensé.

Aún seguía muy desconcertado cuando escuché la risa casi angelical de Nivans. Lo miré confundido, y no lo entendí hasta que me señaló algo colgado en la puerta. Mire arriba viendo con horror un pequeño muérdago y justo ambos nos encontrábamos debajo de el. 

—No sé porque… —Comencé a sonrojarme—, lo siento, mi hermana es algo imprudente. 

—Descuida, Chris. 

Nos miramos intentando averiguar qué hacer. La tradición era la tradición. 

—No tenemos que hacerlo —dije rápidamente. 

—Tranquilo, un beso en la mejilla también cuenta. 

—Oh, si, un beso en la mejilla —Ahora me sentía como un tonto. 

Piers me sonrió tan dulcemente que sentí como si estuviera en el cielo. Me sostuvo el mentón; sus manos se hallaban calientes, cálidas. Acercó sus labios a mi mejilla y me plantó un beso. Con su otra mano sujetó la mía, logrando pegarse más a mi cuerpo. Sentí sus latidos que iban tan rápido como los míos. 

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