Mi héroe

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Pasaron dos meses, una eternidad para mi. 

Cada noche me quedaba con él y Merah en las tardes y mañanas. 

Hace tres semanas le inyectaron la cura. Su cuerpo poco a poco vuelve a tomar forma. 

Después del trabajo, como siempre, visité a Nivans. 

Está vez Merah se había tenido que ir antes. 

—Hola, Piers —dije al entrar—. ¿Cómo has estado? 

Ya casi se había ido todo rastro del virus. 

—Veo que estás mucho mejor que ayer, me alegró bastante —Mire la camilla preparada con sábanas limpias—. Creo que esperan que para mañana se haya ido el virus de tu cuerpo por completo —sonreí—. Nunca perdí la fe en que estuvieras con vida. Estoy impaciente por volver a escuchar esa linda voz que tienes, por ver esos ojos resplandecientes llenos de amor —mire sus ojos cerrados—. Te extraño. 

Coloqué una silla cerca de él y comencé a platicarle algunas anécdotas, así no olvidaría quién es. 

—¿Recuerdas aquél día en el que te llamaron la atención por cuestionar a un capitán? —reí—, fuiste mi héroe desde entonces y ni siquiera lo supiste. 


Me encontraba sentado en mi silla, había sido un día calmado: nada de misiones y archivos que revisar. Miraba algunas fotos y publicaciones de mis soldados cuando llamaron a la puerta. 

—Adelante. 

—Creo que están regañando a Piers —entró Jill. 

—¿De qué hablas? 

—El capitán del equipo Delta levantó un reporte. 

—¿Por qué? 

—No lo sé, deberías… 

Sin dejarla terminar salí disparado hacia la dirección. En cuanto entré, vi a Piers con uno de los directivos. 

—¿Qué sucede? —Me acerqué. 

—El capitán Stone levantó un reporte por mala conducta. 

—Nivans siempre ha tenido buena conducta. 

—Stone mencionó que comenzó a insultarlo. 

—Hablaré con mi soldado. 

—Por favor. 

Marcus se alejó. 

—¿Qué sucedió? —le pregunté. 

—No es mi culpa, Stone estaba hablando mal de ti, además no le dije nada que no fuera verdad. 

—¿Qué le dijiste? 

—Que eres el mejor y los que hablan solo te tienen envidia. 

No pude evitar soltar una carcajada. 


—Tuviste que quedarte un poco más ya que te enviaron a hacer ejercicio de castigo —reí—. Fue una suerte que no te suspendieran. Gracias por defenderme. 

Seguí platicando anécdotas que me recordaban lo lindo que era, hasta que llegó la noche. Mañana era mi día de descanso así que por nada del mundo me iría de su lado. 

Llegó Merah. 

—¿Cómo sigue? 

—Igual que en la tarde, dicen que posiblemente mañana lo pasen a la cama. 

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