Recuerdos.

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Me llamó la atención un cuadro ladeado en una pared. Lo quité encontrando un agujero. Me asomé con cuidado. Era un cuarto con varios papeles pegados en la pared, no se veían tan desgastados, solo mojados por las goteras del techo. 

Destruí un poco más la pared y entre. 

Los papeles hablaban de un nuevo virus, el virus hematofagia, basado en el uróboros, (creado por el mayor terrorista, Wesker) y también en el virus T que al igual que este, fue creado a partir del ADN de una sanguijuela. Al parecer el portador del virus puede vivir tanto en agua como en tierra, sin embargo prefieren vivir en aguas profundas, se alimentan de sangre y de ahí su nombre. 

<<¿Que demonios es todo esto?>>.

Seguí leyendo, encontrando a las víctimas que fueron experimento del virus H. Leí con impaciencia cada nombre, algunos casi ilegibles. Mis ojos recorrieron todas las listas sin encontrar el nombre de mi amado. 

Suspiré de alivio. 

Recaudé toda la información y salí de la habitación. 

Mis zapatos hacían ruido al caminar por el suelo de metal. Este suelo donde perdí un pedazo de lo que era, un trozo de mi corazón. Mis ojos se nublaron. 

Era un día bello para todo el mundo menos para mi. 

<<¿Por qué lo hiciste?>>.

Estaba muerto en vida. Aún mis manos se encontraban manchadas de sangre, aferradas a la insignia de Piers. 

—Lo siento mucho —se acercó Jill. 

—Lo hizo por la BSAA. 

Fueron las únicas palabras que alcancé a soltar, era como estar ahí pero a la vez en otro lugar, todo era tan surreal. 

Terminé todo el procedimiento necesario, ahora podía ir a casa. 

Todo pasaba tan rápido, era como si fuera la única persona congelada en el tiempo. 

Camine por un pasillo hasta llegar a la entrada del establecimiento, alguien de intendencia limpiaba una placa. Me quedé contemplando hasta que subió la placa y la colocó con los otros fallecidos en combate. 

Era el rostro de mi teniente. 

Me acerqué al muro y miré a cada uno de mi pelotón para terminar en Piers Nivans. 

—Lo siento mucho —dije apenas audible—, debía protegerlos. 

Comencé a sentir un dolor en la garganta, ese dolor al contener el llanto. Bajé la mirada y salí. 

Era un día hermoso, el sol brillaba como nunca, incluso el viento soplaba apenas para sentir el frescor en el rostro. Camine hasta el carro. 

<<Piers>>.

Arranqué y conduje a casa. 

Todos parecían estar contentos, todo parecía estar normal, se escuchaban algunos pájaros piar, personas hablar por la calle, niños llorar de seguro por algún juguete que sus padres no le quisieron comprar. Todo era normal, el mundo no se detuvo, el tiempo no se detiene por nadie. 

Llegué a casa adolorido del pecho, de la garganta, del corazón. 

Mire a mi derecha donde antes se había sentado mi teniente. Note la chaqueta que apenas se asomaba debajo del asiento.

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