12: Serendipia (I)

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Rebeca:

No todos conocen toda la historia sobre la relación de mi mejor amiga y el progenitor de Luzy. En realidad, creo sólo Adan y yo la sabemos. Génesis se llevó los detalles a la tumba y jamás insistí para que revelara todo aquello que tanto la atormentó. Sin embargo hay fracciones que quedaron plasmadas en su diario, como por ejemplo el día que ella misma nombró Serendipia.

Génesis:

Querido diario:

Al fin ha llegado junio. Las colinas a las afueras del condado han comenzado a teñirse como cada año por estas fechas con su característico color que oscila entre el verde y el amarillo. El cielo está tan azul como el gastado crayón de cera por el que solíamos pelearnos Rebeca y yo de niñas; y ahí en lo alto, dónde sólo las aves son capaces de llegar se encuentra el sol con sus calurosos rayos anunciando la llegada del verano.

Esta mañana mi amiga y yo tomamos nuestras bicis y fuimos rumbo a la escuela donde nos esperaban nueve agotadores turnos de clase. La camisa de cuadros azules que llevaba y mi cabello dorado ondeaban levemente con la débil brisa. Íbamos sonrientes y divertidas, como si pudiésemos pedalear hasta el fin del mundo en nuestra infantil competencia.

Hace tres meses que cumplí 18 años y como regalo recibí una bicicleta azul, mi color favorito. Al principio obtuve algunas burlas de parte de mis compañeras de instituto ya que al ser el último año es normal que los padres le regalen un auto a sus hijos para cuando vayan a la universidad y demás.

En mi caso no es así, no creo que los míos puedan permitírselo. Entre las facturas, estudios, necesidades básicas, alimentos y las reparaciones del templo las cosas han estado un poco difíciles últimamente. Por lo que me da vergüenza pedirles más de lo que sé que pueden darme. Trato de ignorar los comentarios con respecto a la bici y al parecer da resultado, no sé si por pena o por aburrimiento ya no se habla del tema en toda la escuela.

Sin embargo hoy cuando llegamos a la entrada me percaté de los converse blancos que llevaba Rebeca, definitivamente eran nuevos. Miré los míos un segundo y la vergüenza me consumió al instante. Estaban muy gastados ya y lo que antes era negro ahora era un color verdoso despintado, sin olvidar las suelas que ya habían comenzado a romperse. Sutil y precavida me metí entre el tumulto de personas para evitar que alguien llegara a fijarse en mi calzado y entré antes que todos al salón.

Pero las cosas sólo se complicaron más y más a medida que iban pasando las horas. Nuevamente me encontraba en otra encrucijada: la hora del almuerzo. Toda la escuela estaba en la cafetería y como siempre Rebeca y yo ocupamos la mesa junto al ventanal. Estaba por darle un mordisco a mi manzana cuando divisé a mi hermano en la mesa de la esquina junto a sus cuatro amigos de primer año.

Lo observé sacar el recipiente plástico donde usualmente trae su comida y guardarlo al instante. Supe perfectamente lo que ocurría, sentía vergüenza de lo que sea que hubiese llevado ahí. Sentí un nudo en mi garganta y me paré sin previo aviso para caminar hasta él.

******

(Ese momento)

—Adan, ¿quieres mi manzana? Tengo cosas que hacer y la verdad no me apetece comer ahora—sin darle tiempo a responder se la lanzó.

—Génesis...

Trató de decir algo pero fue interrumpido.

—Nos vemos en casa.

El Diario de los Hijos del Pastor ©Where stories live. Discover now