Lo que el mar trajo

210 23 12
                                    

Annie despertó, rodando cómodamente en la cama hasta caer al piso, cosa rara, pues su cama era grande...pero esa no lo era.

Estaba en su cuarto...su verdadero cuarto. Su habitación en su antigua casa, su verdadera casa.

La voz de su madre se escuchaba canturrear desde la cocina en el piso de abajo, sobresaltándola.

"¿Mamá?" pensó, corriendo escaleras abajo antes de poder dudar si hacerlo. Sabía que algo no estaba bien...pero quería ver a su madre desesperadamente.

- ¡Hasta que despiertas, rojita! Annie sintió el apodo extraño. Wade le decía así, Eris también, a veces Meghan...pero nunca su madre. Tan impresionada estaba por la imagen de su madre en la cocina que ni siquiera había notado a las tres personas en el comedor: su padre, su hermano...y su tía Ysabel.

-Buenos días- respondió, sintiéndose extraña, dudando si sentarse en su silla como parecían estar esperando a que hiciera.

- ¡Porque tan tímida! ¿No extrañabas a tu tía? ¡Ven, salúdame! - Annie solo obedeció, dejándose abrazar por la pelinegra, quien lucía exactamente igual a como la habían encontrado...vestía igual que el cuerpo encontrado en la playa. Su cuerpo se sentía frío, olía a muerto. El cuarto apestaba a muerto, a sangre. Nadie parecía notarlo, solo ella.

- ¿Cómo dormiste, enana? - preguntó su hermano, curioso.

-Bien. Creo que no soñé...

-... ¡Claro que no lo hiciste! Si no nadie hubiera podido dormir. Tus gritos pueden ser algo molestos, hermanita. Sin ofender- los tres rieron, haciéndola sentir mal. ¿Qué hacían ahí? ¿Por qué no podía alegrarse de qué estuvieran ahí, con ella? ¿Por qué su hermano se burlaba de eso? -. ¡Ay, ya vas a llorar otra vez!

- ¿Es que no tengo derecho a llorar? – los tres dejaron de reírse, mientras que su madre se sentaba junto a ellos. Annie notó las extrañas cicatrices en las manos derechas de sus padres...las manos de sus padres...lo único que pudieron recuperar del cuerpo de sus padres.

-Claro que lo tienes, Annie, pero es absurdo. Al menos tú sigues con vida. ¿Tú crees que sin sentido del humor serías tolerable? Tenle paciencia a tu hermano, ya hace mucho con cuidarte...-dijo su padre con neutralidad, dejándola helada. Su papá jamás hubiera dicho eso...pero ahí lo tenía. Era su voz, era su rostro...era él.

-Marlowe también está vivo...-murmuró ella, su voz temblorosa. Quería dejar de llorar, pero no podía.

-...Sí, pero él no mató a sus padres, querida. No fue tu intención... ¿Pero acaso importan las intenciones? – dijo Ysabel con su voz cantarina, claramente risueña. Eso tenía sentido: Annie no recordaba haber visto a su tía molesta jamás, quizás por eso no podía imaginarla molesta ahora.

-Yo no lo hice. No fue mi culpa...-su mamá le acarició el rostro conciliadoramente para enjugarle las lágrimas, su mano helada y tiesa al tacto. El hedor a muerte solo incrementaba, generándole nauseas.

-No, lo hicieron tus gritos y tus lágrimas.


Annie despertó de golpe, sintiéndose nauseosa, con el corazón a mil por hora.

Estaba en su cuarto, su nuevo cuarto.

No estaba en el 4, estaba en la Isla de los Vencedores.

Abajo no estaban sus padres y tía, los tres estaban muertos.

Solo eran ella y Marlowe, quien seguramente estaba dormido a juzgar por la hora...dudaba que alguien estuviera despierto en la isla tan tarde en la madrugada (¿o temprano?). Ella se sentía cansada, pero no quería dormir, sabía que volvería a aterrorizarse.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora