Mismo juego, rol distinto

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- ¡SUÉLTAME!

-Annie, despierta...

- ¡WADE! – despertó de golpe, temblando, tocándose en cuello y rostro desesperada, como si aún sintiera la sangre del chico empapándole el perfil derecho, confirmando que aún tuviera su cabeza. Finnick se limitó a abrazarla y consolarla, murmurando palabras de aliento en lo que trataba de adormecerla otra vez. Era temprano y aún le daba tiempo de dormir un poco más, pues sería un día largo. Era 4 de julio. Era el día de la Cosecha.

Los días habían pasado rápido una vez regresó, y antes de que pudieran, advertirlo ya era julio. El tiempo solía acelerarse cuando se estaba feliz y tranquilo, y nunca era suficiente. Para Finnick era increíble pensar que, hacía exactamente un año ya, él había vuelto del Capitolio para preparar tributos sin tener la menor idea de lo mucho que cambiaría su vida. Volver a cruzar caminos con Annie de ese modo fue una agridulce experiencia, y ahora que ambos estaban en la misma posición, solo esperaba salir lo más ilesos posible.

Annie sentía que algo malo iba ocurrir, como si la tragedia estuviera esperándolos apenas abandonaran la calma de su hogar. La parte racional en ella solo se lo confirmaba: eran Los Juegos del hambre, por supuesto que solo podían pasar cosas malas y tragedias, pues al menos 23 muertes estaban confirmadas...pero por algún motivo sentía que era algo aún peor que eso. No sabía a qué le temía, pero la sensación estaba allí, en su corazón, en el fondo de su estómago, provocándole nauseas.

-La otra vez no llegaste a La Cosecha porque estabas llegando del Capitolio...-razonó Annie mientras desayunaban, a lo que él solo asintió, penoso.

-Fue grosero, lo siento...

-...No lo fue...

-...Según Mags sí. Me anduvo regañando...-Annie rio suavemente, imaginando la escena. Siempre encontraba adorable ver a Finnick con la mayor, pues era tierno verlo tan infantil y obediente a lo que Mags tuviera que decir.

-...Pues lo siento, pero te prometo que no nos ofendimos. A lo mucho nos extrañó...-Finnick asintió, notando como la mirada azul de Annie se oscurecía con el recuerdo de Wade. Su última conversación se volvió real del peor modo posible: él siempre viviría a través de ella...atormentándola con culpa.

-Bueno, bonita, pero ahora no tenemos excusa. Sena nos presentará, pueden aplaudir o no, tú saludas y sonríes igual, y ya está. Esperamos a que anuncien los tributos, ellos se toman las manos, y los cuatro nos vamos al tren.

-Es fácil para ti. Aún no sé cómo le hice en Tour para no desmayarme. Odio los escenarios.

-Nuestra vida es uno ahora, Ann, aprenderás a dominarlos. Además, tu bien lo dijiste: no sabes cómo, pero lo hiciste. Ahora solo es una vez y estaré contigo, nada malo ocurrirá.

-...Eso no es verdad...

-...Nada malo nos pasará, quise decir. Lo demás ya no está en nuestras manos. Es la suerte...

-...Es el Capitolio.

La chica se fue a su casa para cambiarse, dejándolo solo para hacer lo mismo y pensar, despidiéndose con un corto beso que él deseó poder alargar más. Nunca era suficiente con ella.

A veces Annie era peligrosa para su sentido común, en especial cuando soltaba cosas que alimentaban su espíritu rebelde. Ella tenía razón: no era la suerte ni la vida las que habían traído los Juegos, era el Capitolio. Si bien no dudaba de la crueldad en las primeras dos fuerzas, aquella forma de tortura tan antinatural era humana, y ahora tenía la firma de Snow. Los Juegos eran cosa del Capitolio, y lo único que permitía que siguieran ocurriendo era el silencio de los distritos. Lo hartaba el silencio de los distritos... ¿Es qué no veían que eran más que ellos? ¿Qué su sistema dependía de ellos, no al revés?

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora