Capítulo 9

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—Buenos días —saludo a Max con voz cantarina cuando paso danzando ante su mesa el jueves.

Él me mira por encima de las gafas de montura gruesa —una descarada declaración de principios en cuanto a la moda y un esfuerzo por su parte para que se le tome más en serio—. Debería decirle que se deshiciese de esa camisa amarillo canario y de esos pantalones grises quenparecen mallas. Quizá así lo consiguiera.

—Parece que alguien ha echado un polvo —dice con una sonrisa malévola—. Bienvenida al club. ¡Estoy exhausto!

—¡Venga ya! Max, eres un putón —contesto, y finjo una expresión de desagrado mientras tiro el bolso debajo de mi mesa—. ¿Alguna novedad? —pregunto para desviar la conversación de las correrías sexuales de Max.

—No. Voy a salir a visitar a la señora Baines para darle un abracito. Anoche me llamó a las once para preguntarme si sería posible que los electricistas llegasen esta mañana. Me interrumpió en pleno acto de...

—¡Vale, vale! —digo con las manos levantadas—. No sigas. Me siento y giro la silla para ponerme de cara a él.

—Perdona, cielo. ¡Es que fue una pasada! —insiste, y me guiña un ojo.

—. Pero bueno, está estresada porque tiene programado celebrar un baile de verano en julio y lo quiere todo terminado para entonces. ¡Lo lleva claro, bonita! Si no para de cambiar de idea jamás terminaremos. —De repente, se levanta de su silla, me lanza un beso en el aire a tres metros de distancia y dice—: ¡Au revoir, cielo!

—Adiós. Oye, ¿y Verónica? —le grito mientras se aleja.

—¡Ha ido a visitar a unos clientes! —grita, y cierra la puerta al salir.

Me vuelvo hacia mi escritorio y Roxy me deja un café delante. Lo cojo al instante y le doy un sorbo mientras ella ronda mi mesa con nerviosismo.

—David ha llamado para recordarte que hoy no vendrá —dice.

—Gracias, Roxy. ¿Qué tal el fin de semana?

Ella sonríe y asiente con entusiasmo mientras se sube las gafas.

—Muy bien, gracias por preguntar. Terminé el punto de cruz y limpié todas las ventanas, por dentro y por fuera. Fue estupendo —contesta, y sonríe vagamente mientras se marcha corriendo a archivar unas facturas.

¿Limpiar ventanas? ¿Estupendo? Es una chica encantadora, pero, por Dios, es más sosa que el pan sin sal.

Paso unas horas respondiendo correos electrónicos y limpiando la bandeja de entrada. Compruebo que ya se ha realizado la última limpieza en el Lusso y cojo el móvil cuando éste empieza a danzar sobre mi mesa. Al ver el nombre que aparece en la pantalla pongo los ojos en blanco. Nunca se da por vencido. Ayer me acribilló a llamadas sin parar (y yo se las rechacé todas), pero sigue insistiendo. Tendré que hablar con él antes o después. Tiene algo que necesito: mi coche.

A la una en punto salgo de la oficina para ir a comer con Alexa.

—¿Queda algún hombre decente en este mundo? —pregunta pensativa mientras se limpia la boca con una servilleta—. Estoy perdiendo las ganas de vivir.

—No puede haberte ido tan mal.

Su cita de anoche fue un fracaso. En cuanto llegó a casa a las nueve y media, supe que la cosa no había ido bien.

Deja la servilleta sobre el plato vacío y lo aparta.

—Isabella, cuando un hombre saca la calculadora al final de la cena para decirte cuánto le debes, es mala señal.

Seducción // K.Taehyung Where stories live. Discover now