VIII.

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Cosas increíbles había visto en su vida, pero...

—Desde hoy, tú has ganado mi respeto y tendrás mi ayuda cuando la necesites —dijo el azabache inclinándose ante él—. Me llamo Endo Hideki.

—Pienso lo mismo —le siguió el rubio con sonrisa tranquila, imitando su acción—. Mi nombre es Miya Natsuki y estoy dispuesto a obedecerte.

El de cabello azul se veía más obstinado y aún así imitó la acción y e inclinó. —Y no sé cómo mierdas, pero yo también pienso lo mismo. Soy Hoshi Inoishi, tú podrías llamarme Ino.

Takemichi los miró consternado. Lo último que imaginó era que unos tipos de Moebius terminarían inclinados ante él, y lejos de sentirse poderoso, se sintió avergonzado.

Él nisiquiera les había mostrado fuerza, solo dejó claro que era un cobarde con deseos de morir y esos chicos ¿ahora lo respetaban por eso?

—Está bien, Endo-kun, Miya-kun, Ino-kun, no necesitan inclinarse, ustedes son mayores —dijo el bicolor, mirándolos agotado.

—Aquí estas Takemi... Wow ¿Qué... que paso? —Yoichi estaba realmente sorprendido y confundido. Llegó y encontró a tres chicos mayores inclinados ante Takemichi y este totalmente golpeado—. No me digas que los venciste.

—¡Ja! Está más fácil de creer que los hipnoticé con magia —respondió el menor con obvio sarcasmo.

—Será un placer servirle —dijeron los chicos al unísono.

Takemichi golpeó su frente con más pena. —No lo digan así —se acercó a ellos—. Soy Hanagaki Takemichi y no soy su jefe; soy su nuevo amigo, así que dejen de inclinarse que nadie se inclina ante un amigo —los chicos lo miraron sorprendido y Yoichi vió su espalda enorme, transmitiendo confianza y seguridad.

Ante sus ojos ese chico de allí parecía cargar con mucho.
Y sus ojos estaba en lo correcto.

—Wao, enserio no aparentas 14 —susurró para sí mismo, sonriendo.

Takemichi y Yoichi fueron acompañados hasta la salida del punto blanco por los chicos que para su sorpresa de ambos, habían decidido llamar al oji-azul "Hanagaki-san" lo cual a su parecer era ridículo ya que ellos eran mayores, pero decidió no objetar para poder salir pronto de la incómoda situación.

—¿Qué rayos pasó? —preguntó el castaño cuando estuvieron lo suficientemente alejados del lugar.

—¿No lo notaste? Me hice amigo y terapeuta de los tipos que casi me matan —respondió el menor, soltando una risa irónica.

—Eres muy raro. Me preocupé bastante cuando no te ví allí ¿Cómo llegaste a ese callejón?

El rubio comenzó a explicarle lo que pasó sin mucho detalle y solo porque presentía que el castaño no lo dejaría en paz a no ser que lo hiciera.

El castaño lo escuchaba con atención, opinando una que otra cosa y sorprendiéndose por lo que Takemichi les dijo a esos chicos. Ahora comprendía por qué decidieron seguirlo.

Cuando el rubio logró dejar todo claro, los chicos entraron a una droguería abierta las 24 horas y compraron algunas cosas para poder sanar los golpes del menor; ahí afuera, en la acera, como dos vagabundos en plena madrugada.

Terminando de curar sus heridas, sacaron unos cafés de la máquina expendedora con el dinero que les sobró.

Últimamente bebo mucho esta cosa –aún dándose cuenta, le importó poco.

—¿Quieres uno distinto? —preguntó el de ojos grises, al ver la expresión del rubio, quien miraba con seriedad la lata en su mano.

—Lamento haber hecho que te retiraras de la pelea —mencionó el oji-azul, ignorando su comentario y abriendo la lata.

¿Y quién salvará a Takemichi? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora