Born To Die

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Trece años antes...

—¡¿Puedes dejar de ser una puta niñata y ayudar a esta familia por una vez en tu vida?! —me chilla Alyson.

Tengo el cuerpo paralizado, la mente en blanco, ni siquiera sé si sigo teniendo pulso. Las manos empiezan a sudarme tanto que tengo que enjuagármelas en el pijama.

—¡Frankie ponte el maldito vestido y sube al coche! —vuelve a gritarme señalándome con el dedo.

Miro para ambos lados, tratando de buscar cualquier cosa que pueda servirme de ayuda, pero no hay nada.

—¿Eres sorda? —me gruñe acercándose cada vez a mí.

Agacho la cabeza y aprieto los puños para que me den el coraje suficiente.

—Odio ese puto vestido —le suelto—. Odio tratar de "parecer mayor". Y te odio a ti y a esta puta familia.

Se inclina, quedando a mi altura y me golpea con la palma de su mano extendida.

—¿Crees que a mí me gusta tenerte entre nosotros? —asegura con un tono de desprecio—. Así que ponte el maldito vestido.

Se levanta y antes de salir por la puerta agrega:

—Te veo en cinco minutos.

Aún con las piernas temblorosas, agarro el vestido y me lo pongo por encima.

«Debes parecer mayor» me había repetido mil veces Alyson. Pero yo detestaba "ser mayor"; tener que usar vestidos minúsculos, maquillarme, alisarme el pelo, usar esos taconcillos enanos y lo peor; tener que dejarme hacer cualquier cosa.

Sigo a Alyson por todos los callejones por donde se mete. Aunque yo no estoy demasiado pendiente de ella, constantemente miro hacia atrás por si alguien nos está siguiendo, cosa que es bastante común, pero a Alyson nunca parece importarle.

—Entra —me ordena, señalando a un edificio con el dedo.

Temo que las piernas puedan fallarme en cualquier momento, como si hubiera perdido todo el poder por controlar mi cuerpo. Antes de que avanzar hasta el primer peldaño, Alyson de forma brusca me empuja desde atrás, haciendo que entre en el local.

El club está lleno de luces y de gente, sobre todo hombres, la gran mayoría van con vestimentas poco usuales, sin embargo las he visto alguna que otra vez en la televisión. Todos tienen el mismo aspecto de superficialidad que siempre he pensado que caracteriza a las personas adineradas.

Un señor trajeado se acerca a nosotras, aunque no presta demasiada atención a mi progenitora, tiene la vista clavada en mí. Me escondo en las piernas de Alyson, pero esta me aparta de su lado.

Se acerca a él, y le tiende dos besos en la mejilla. Yo en cambio, no me fío demasiado del hombre flacucho.

—¿Es ella? —pregunta analizándome, como si pudiera hacerme una radiografía con la mirada.

—Sí —asiente Alyson.

—Es bastante bella, podremos sacarle partido —asegura este sonriéndome— ¿Cuántos años decías que tenía?

—Seis.

—Es algo canija, para su edad, ¿no? —señala esta vez mirando a Alyson.

—No si encima tendré que alimentarla yo, no te jode —replica encendiéndose un cigarrillo.

Es horrible escuchar como hablan de mí como si se tratara de un objeto. Los adultos creen que por ser más pequeña he perdido el sentido del oído o algo parecido, o qué no tengo sentimientos. Si no estallo delante de ellos, es porque sé las consecuencias, así que prefiero comportarme como si fuera un títere. Y además cuando sea mayor, pienso hacerles la puta vida imposible.

—¿Cuánto quieres? —pregunta el señor.

—Cien mil —responde soltando el humo del cigarro. Este le mira algo inseguro, volviendo a repasarme—. Es virgen y tiene rasgos poco comunes —le incita.

—Hecho —zanja tendiéndole la mano.

Se mete la mano por el interior de la chaqueta y coge un sobre que le entrega a esta.

Dos hombres corpulentos se acercan hacia mi y empiezo a verlo todo borroso.

Si lo hubiera sabido que desde ese instante mi existencia sería un puto infierno, juro que habría corrido hasta que no tuviera más fuerzas. Pero la realidad es que, desde el primer momento en el que llegue, mi vida estaba planificada, como planificabas una receta de galletas.

Falsos prejuiciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora