Fireball II

125 10 0
                                    

Llevo tres cuartos de hora de partido, y lo único que he aprendido es que no me acerque demasiado al tipo que mide dos metros. Y que Jimmie tiene bastante fama entre las chicas. Creo que jamás me habían hecho tantos halagos como hoy.

Efectivamente: vamos perdiendo.

Harper y yo, al contrario que el resto del equipo que están debatiendo sobre jugadas, nos hemos quedado al lado de la fuente fingiendo que estamos deshidratados, ya que si me acerco demasiado podrían pillarme.

—¿Has visto? Tampoco vamos tan mal... —suelto para consolarlo, aunque mi tono es más bien de duda.

Harper coloca el casco dentro del agua, y deja que se vaya empapando lentamente.

—Es la primera vez que nos superan en puntos —indica, aunque no lo hace con mala intención, sino más bien como si fuera un dato curioso.

Agita el casco para retirar el exceso de agua, y luego se lo coloca. Solamente de verlo, me están entrando unas ganas increíbles de imitarlo. La verdad, tampoco es que haya hecho alguna aportación en el equipo, pero es que llevo demasiado tiempo desentrenada. Los riesgos que conlleva ser una inútil con patas...

El árbitro hace sonar el silbato, indicando el fin del descanso. 

—Vamos —murmura rodeándome el brazo por la espalda.

Nos tocaba atacar, así que me coloco en el medio del campo junto a cuatro jugadores más. Justo detrás de nosotros donde está el quarterback, al que teníamos que pasarle prácticamente todas las pelotas. Y él se encargaría de hacer un touchdown. No me preguntéis qué es. Harper me lo ha repetido cinco veces y sigo sin entenderlo.

El defensa central le lanza el balón al quarterback, que se encuentra a su espalda. Y este se la pasa al corredor. 

En los primeros cuartos me había quedado bloqueada sin saber como intervenir, pero ahora hacía algo muy sencillo: imitar los movimientos de mi compañero del ala contraria, que supuestamente hacía la misma función que yo. Desde entonces el entrenador  no me ha vuelto a gritar. Creo que Jimmie me lo agradece.

Antes de que un jugador me plaque. Retrocedo un par de pasos, para luego impulsarme con todo el peso de mi cuerpo sobre el oponente, haciendo que este caiga al suelo.

¡¿Qué?! Lleva golpeándome durante todo el partido, se lo merecía. Y además, hay que aprovechar que aquí es legal pegar a la gente. Y no lo digo yo, lo dice la biblia.

Varios gritos a mis espaldas hacen que me gire para ver que ocurre. Al voltear la cabeza todo aparece demasiado rápido: un balón se estrella junto a mi cabeza dejándome igual que cuando estás en el borde de estar ebrio, pero sigues siendo consciente de todo tus actos. La visión del campo cada vez se me hace más pesada de visualizar. Los parpados parecen dos imanes a punto de unirse y las piernas me dan pequeñas sacudidas tratando de mantenerse erguidas. Solamente percibo unas gruesas líneas rojas que se van acercando cada vez más hacia mi dirección.

Las pupilas al fin vuelven a tomar el control de mi visión, y la cabeza ya no parece que se me vaya a caer en cualquier momento. Las gruesas líneas se van haciendo más visibles a medida que se aproximan, hasta que al fin dejo de alucinar  y recuerdo que estoy en un puto campo así que las "líneas" son más bien "jugadores" y no parece que vayan a preguntarme «¿que tal estás?».

 Empiezo a trotar alternando la vista entre los chimpancés que vienen a comerme y la zona contraria del campo. Mis piernas van acelerándose hasta llegar al límite de mi capacidad. Pocas veces consigo desbloquear el máximo de mis aptitudes como atleta. Bueno es que no todos los días tienes a una docena de toros tratando de destruirte. 

Falsos prejuiciosWhere stories live. Discover now