PRÓLOGO

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Eda suspiró mirando la casa una vez más antes de afirmar el agarre en la tira de su mochila y salir silenciosamente, como si fuera una criminal. Aquel pensamiento la hizo tener que reprimir una risa: ¿realmente ella lo era?

Justamente no.

Ella estaba dispuesta a escapar como sea de las garras crueles y manipuladoras de su padre. No era nada fácil, ya lo había intentado al menos unas cuatro veces anteriormente y en todas terminaba volviendo a quedar encerrada en aquella por tiempo indefinido bajo amenazas y restricciones.

Esta vez se tomó su tiempo: cautelosamente descubrió los puntos ciegos del lugar donde vivía que hacía ya mucho había dejado de considerarlo un hogar, se encargó de cambiar su apellido legalmente y de ahorrar cada centavo que caía en sus manos. Planeó cómo escaparía y a dónde iría durante un período de tres largos meses que finalizaba esa noche.

Caminó a través del enorme jardín de aquella también enorme casa e hizo su camino saliendo del radar de aquel terreno, logrando evitar así que la seguridad de su padre la viera y por ende, detuviera. Tuvo que trepar un muro pero no fue difícil: ya lo había estudiado y había seleccionado los puntos de apoyo unos días antes.

Se aseguró de estar al menos a cinco calles del perímetro vigilado por Mustafá Yıldırım a través de sus hombres, que se encontraban desplegados en un radar de doscientos metros a la redonda en aquel barrio casi privado. Una vez lo suficientemente lejos, en su bicicleta que la esperaba fuera de ese radar, se dirigió e ingresó a un gran complejo que contenía depósitos individuales de dos metros cuadrados cada uno, el cual alquiló uno con un nombre falso y en efectivo, en un intento de cubrir sus pasos.

Avanzó a través de los pasillos hasta el número 306, quitó la mochila de sus hombros y la apoyó a sus pies, luego se agachó y con la llave que sacó del bolsillo de su sudadera gris abrió el candado, para luego tirar de la puerta hacia arriba.

Sostuvo en su mano la mochila y avanzó dentro del depósito individual, preocupándose de cerrar la cortina metálica nuevamente antes de caminar a un cajón y abrir el mismo luego de quitarle el seguro. Sacó la caja que se encontraba dentro, apoyándola en aquel escritorio y luego abrió la mochila sacando algunas cosas del interior.

Abrió la caja, tomó en sus dedos las tres fotos que se encontraban a penas la tapa se levantara y suspiró, pasando sus dedos por las mismas y permitiéndose añorar unos segundos aquellos momentos en los que había sido realmente feliz.

Sacudió la cabeza deshaciéndose de los pensamientos y guardó las fotografías dentro de uno de los cuadernos que había sacado de su mochila, posteriormente tomó las cosas que quedaban en aquel recipiente de madera: un nuevo teléfono y nueva documentación, todo legalmente ejecutado.

Había dejado su viejo teléfono en casa, junto con el resto de sus cosas. Solo había tomado un estuche con implementos de arte que su madre le había regalado antes de desaparecer y una carpeta con los dibujos más importantes para ella, además de algunas cosas de higiene, algo de ropa y sus ahorros en efectivo.

Abrió la carpeta con la documentación revisando cada uno de los papeles que estaban perfectamente acomodados y protegidos. Los releyó esperando que no hubiera ningún error, a pesar de ya estar segura de eso puesto que era la tercera o cuarta vez que los leía.

A partir del momento en el que el avión con destino a Estambul dejó el aeropuerto de Mardin, sintió un alivio y un peso quitarse de sus hombros.

Dejó atrás muchas cosas: su vida, sus recuerdos, su familia, sus amigos.

Pero lo más importante: dejó atrás a Eda Yıldırım.

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ARDER EN LIBERTADWhere stories live. Discover now