Aterrizó en mi universo aún sin saber que lo destruiría (Cap. 1)

380 45 18
                                    


Eva


Hace siete meses ocurrió una anomalía.

Mi vida era apacible, tranquila y tenía todo bajo control. Disfrutaba de mi trabajo, de mis amigas, de mi soltería por elección, de mi independencia, del pisazo con el que me hipotequé hace un año, de mi flamante Audi negro. Vamos, ¡que disfrutaba de mi vida en toda su expresión!

Todo iba más que bien, estaba en un punto existencial magnífico. Pero ocurrió algo: una persona se cruzó en mi camino y acabó con mi vida tal como la conocía. Desde ese día, vivo una vida muy distinta. Gano más dinero, sí. Tengo más tiempo para mí. También más patrimonio, más abundancia, más cosas materiales... En realidad, suena bien, ¿verdad? El problema es que proporcionalmente a cómo aumentaron mis bienes, disminuyó mi seguridad, mi tranquilidad, mi bienestar y mi paz mental.

El principio del finsucedió una noche de diversión y apuestas en el casino. Lo estaba pasando engrande con mi amigo Marc —amigo especial, ejem— cuando Haydar aterrizóen mi universo aún sin saber que lo destruiría. Se trataba de un turco de unostreinta y tantos años. Alto, moreno, con una barba corta muy oscura. No era unchico en quien yo me fijaría, pero tenía su atractivo. Todo empezó como algodivertido, me hizo apostar por él y nos echamos unas risas los tres. Luegohablamos un poco mientras tomábamos una copa de champagne para celebrarlas ganancias que llevábamos; fue ahí donde salió uno de mis temas favoritos:las criptomonedas*. En ese instante, Haydar descubrió que me dedicaba agestionar cuentas y a tradear* y sus ojos hicieron chiribitas.

Me dio su tarjeta de contacto. En ella solo ponía «Sr. Haydar» y un teléfono móvil. Yo le di la que tenía por aquel entonces, más completa, con mi nombre y apellidos, email y teléfono móvil. A los pocos días me llamó y me dijo que me había «investigado a fondo». Yo interpreté que había estado mirando mi perfil de LinkedIn, ¡qué equivocada estaba!

Haydar quería reunirse y hacerme una propuesta en firme para contratarme como gestora para sus criptos. Le urgía, ya que tenía que irse de viaje. Quedamos al día siguiente en Valencia.

En el mismo hall del hotel en el que me alojaba, nos sentamos a hablar y escuché su oferta. Me habló de traspasarme su cartera en la plataforma en la que trabajo, con cinco millones de euros para que lo gestionara como creyera oportuno. Mis ojos casi se me salen de las órbitas, os lo podéis imaginar. ¡Con lo que a mí me gusta el dinero!, ¡más que a un niño un caramelo! Lena, mi mejor amiga, siempre dice que el dinerito es mi pasión y también el amor de mi vida, ¡y no puede ir más acertada!

Cuando oí la cifra, me puse nerviosa, ¡y por poco no derramo el café! Me empezaron a sudar las manos y casi pierdo la cabeza imaginando el poder, los beneficios y cómo podría cambiar mi vida la gestión de una cuenta así.

La reunión avanzaba veloz, Haydar había traído preparado incluso el contrato. Me encontraba con el bolígrafo en la mano, cegada por la ambición cuando, por suerte —o quizá por error, aún no lo tengo claro—, recordé a tiempo mis protocolos de seguridad. Saliendo de mi ensoñación, recuperé mi fachada profesional y le dicté a Haydar toda la información que tenía que proporcionarme antes de aceptar una cuenta así: sus datos completos, fotocopias de documentos oficiales de identificación, declaraciones de renta, procedencia de los activos; un poco lo básico para saber dónde me metía.

Se rió en mi cara con mucha arrogancia.

—Cariño, soy yo el que pone cinco millones de euros en tus manos. No voy a darte nada de eso —explicó con ligereza y convicción—. Que «soy el Señor Haydar» son todos los datos que tendrás de mí —mis cejas se elevaron un poco más, no podía asumir tantas cosas tan extrañas en tan pocos minutos—. Iré accediendo periódicamente a la cartera para controlar cómo va. Liquidaremos mensualmente un veinte por ciento de los beneficios que hayas conseguido y se irán directos a tu cuenta bancaria, a tu cartera cripto, ¡o a donde que tú quieras! No volveremos a vernos personalmente, ni podrás llamarme en ningún momento. No esperes tampoco una cesta por navidad. Ah, y tienes que firmar este contrato ahora-mismo —ordenó señalando los papeles—. Tomo un avión esta noche y no puedo dilatar este asunto por más tiempo.

Seducción encriptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora