Hola, Uve (Cap. 3)

193 35 31
                                    

Eva

Giro por otra calle. Vuelvo a cruzar. Camino errática improvisando una ruta. Me voy girando, el tío sigue tras de mí. Me veo obligada a parar la marcha por otro semáforo. Aprovecho para recogerme el pelo en una cola alta. Estoy tan nerviosa que me sudan las manos aunque hace mucho frío a esta hora de la tarde. Ya está anocheciendo y odio que me pille la noche fuera de casa cuando no lo tengo previsto.

¡A ver, Eva! No es la primera vez que te siguen por la calle, ya deberías estar más acostumbrada a esta situación. ¡Déjate de oscurecimientos y de dramas!

¡No me acostumbro, joder!, ¡ni quiero hacerlo!

Tengo ganas de llorar.

Cuando estoy acabando de atravesar la calle, me cruzo con un grupo numeroso de personas y, mientras esquivo a unas y a otras, un tirón en mi hombro me sorprende en gran manera, desestabilizándome hasta casi hacerme caer. Pero no, recupero la estabilidad enseguida.

Me siento confusa cuando miro hacia mi lado derecho intentando entender qué está pasando. Solo veo que alguien —creo que es el tío que me seguía—, corre calle abajo, alejándose muy rápido de mí.

Mi bolso está en su mano.

Un terror en forma de estremecimiento me recorre la espina dorsal y, a partir de ahí, todo mi cuerpo comienza a temblar sin control.

¿Me acaban de robar el bolso?, ¿así?, ¿de un tirón en plena calle?

Antes de permitir al pánico dominarme, me recuerdo a mí misma y doy gracias internamente a Dios, al Universo, y a quien haga falta, de que mi móvil descanse seguro en un bolsillo interior de mi chaqueta y no vaya calle abajo adentro del bolso que me acaban de robar.

Me doy cuenta de que estoy corriendo con los tacones calle abajo tras el ladrón aunque tengo ¡cero posibilidades de pillarlo!, ¡y soy consciente de ello!

Que, encima, ¡el muy imbécil va a flipar cuando abra mi bolso y vea que está completamente vacío!

No sé ni por qué me empeño en llevar bolso. Para mí es un complemento de moda, tengo una colección en casa que adoro. De hecho, el que me acaban de robar es un Michael Kors de la nueva temporada que vale cuatrocientos cincuenta euros. Así que, claro, me toca aceptar que llevar este tipo de bolsos es un reclamo para los carteristas. A partir de hoy, no los usaré más. ¡Decretado!

Pero, ¡por si no era suficiente random la tarde!, en cuanto estoy a unos trescientos metros del ladrón y de mi bolso, veo que alguien aparece de la calle que cruza por delante y se para justo frente a él, aplacándolo e impidiéndole continuar.

Mi curiosidad se activa por mil y me da una rabia tremenda no ver mejor la escena. ¿Se están pegando? Achico los ojos intentando ver bien qué ocurre pero, a esta distancia, ¡no veo tres en un burro! Están forcejeando, eso seguro.

Cuanto más me acerco a ellos, más siento que no debería hacerlo; ¡puede ser peligroso! Sin embargo, necesito saber, necesito respuestas. Cuando estoy a cien metros de la escena veo que el hombre número dos (llamémoslo así), le ha arrebatado el bolso al hombre número uno y le ha dado tal puñetazo que lo ha tumbado.

El hombre número dos, emprende la marcha y corre muy rápido alejándose por la calle por la que había aparecido. Yo avanzo hasta el primero, que se retuerce en el suelo y se sujeta la nariz ensangrentada con ambas manos.

Por mi parte, me sorprendo incluso a mí misma, pero cuando llego a él, detecto que hay un enfado ardiente en mi interior que se me descontrola. ¡Solo puedo pensar en patearle el culo!

—¡Te está bien empleado! ¡Por chorizo! ¡Cabrón!

Es cierto que las patadas que le doy, ¡lo único que dan es pena! Ya puedo ponerme fuerte si quiero patearle el culo a alguien de verdad; y también debería dejar los stiletto en casa y buscar otro tipo de calzado más guerrero. ¿Botas militares? ¡No es mala idea! Y ahora vuelven a estar de moda...

Seducción encriptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora