​​Habitación trescientos quince (Cap. 9)

169 27 17
                                    


Eva

—Que conste que no es una queja —advierte Marc y yo lo miro curiosa desde la cocina—, pero... ¿a qué venía todo eso? Yo esperaba encontrarte asustada, con ansiedad... Y estás... resplandeciente, ¡y muy ardiente! —exclama con admiración provocando que yo me parta de risa.

Me centro en revolver los huevos para que no se pasen mientras le respondo con toda la sinceridad de la que soy capaz, ¡y a veces es demasiada!

—¿Quieres una respuesta edulcorada, Marc? ¿O quieres la versión «Eva», transparente y directa?

—Ya sabes que quiero la segunda —asegura convencido.

Resoplo abrumada al pensar en Equis. ¡Cómo puede un completo desconocido provocarme tantas cosas! No me lo explico. ¡Lo que me ha dado con ese chico tatuado...!

—He conocido a alguien.

—¿Y es cura? ¿U homosexual? Porque que te haya dejado con esas ganas no tiene mucha explicación lógica para mí.

Me río y saco los huevos para ponerlos en los dos platos.

—No... nada de eso. De hecho anoche me quedó claro todo lo contrario —levanto las cejas con gesto pícaro. Marc lo capta enseguida—. Pero... me llamaron los de la alarma y... se frustró nuestra noche en el mejor momento.

—¡Sí que he sido oportuno viniendo a verte esta mañana, entonces! —exclama sonriente y me alegra mucho que se lo tome así de bien. ¡Es un amigo fantástico!

—Si hubieras venido anoche, ¡todavía más! Casi fundo el Satis.

Ahora su risa llena toda la cocina.

—¡No te rías! ¡Menudo calentón tenía encima!

—Sí, me he dado cuenta. Parecía que nada te saciaba. ¡Creo que nunca hemos tenido tanto sexo seguido!

Nos sentamos a comer en la barra de mi cocina y seguimos con el cachondeo un buen rato más. Al final me pongo seria y desvío un poco el tema a su territorio.

—Tú nunca me cuentas nada sobre tus otras amigas. Sabes que puedes hacerlo, ¿verdad?

Marc termina de masticar su desayuno, se limpia los labios con la servilleta y se encoge de hombros a la vez que respira sonoramente incómodo.

—No me gusta hablarte de otras chicas. Cuando estoy contigo, solo estás tú —responde siendo tan dulce y maravilloso como siempre. Me acerco y le doy un beso en los labios porque no puedo contenerme.

—¿Te molesta que yo sí te hable de otros? Nunca lo hemos comentado... quizá llevas un montón de meses sufriendo en silencio cierto ardor de estómago por mi culpa.

Marc vuelve a reír y niega con la cabeza convencido.

—No me molesta. De verdad, me gusta que seas tan transparente. Yo querría ser como tú y normalizarlo. Pero me cuesta. Tampoco he conocido a nadie tan interesante como para querer comentártelo —resume pensativo.

—Tengo que confesarte algo más. Y me temo que esto sí que te va a dar un poco de ardor —anuncio poniendo cara de circunstancias y haciendo una mueca con la boca. Marc se prepara y me mira atento—. Ayer fui al casino con mi nuevo amigo.

—¡¿Qué?! —pregunta igual de sorprendido que molesto—. ¿Al casino? ¿Con ese?

Su forma tan disgustada de pronunciarlo me obliga a reír.

—Sí, ¿qué pasa? ¡No tienes la exclusiva! —arremeto haciendo ver que hablo en serio, aunque se nota a leguas el cachondeo que nos traemos.

Si algo bueno hay entre Marc y yo es que somos iguales en ese sentido. Los dos estamos comprometidos con nuestra soltería por elección, disfrutamos mucho de estar juntos pero —para nada— rezamos a la exclusividad, ni a nada que se le parezca.

Seducción encriptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora