¿Invadirme? ¿Cómo harías eso? (Cap. 6)

196 32 55
                                    


Eva

La semana siguiente al café con Equis, pasa sin demasiadas alteraciones, ¡por suerte!

Trabajo mucho; nado todavía más en la piscina del club; gano un pastizal; llamo a Óscar todos los días sin obtener ninguna novedad; Marc viene a dormir conmigo una noche; mis amigas me llaman cada día una diferente para preguntar qué tal y, mientras parece que yo esté un pelín en piloto automático, por dentro no dejo de pensar en Equis y en lo excitante que fue ese café con él.

El hecho de que varias noches —intentando relajarme sin pastillas— he recurrido a imaginar cómo sería pasar una noche juntos, sin nombres, sin identidad, solo jugando y disfrutando de nosotros, y que en mi imaginación la cosa se haya ido caldeando cada vez más, solo me confirma la atracción y conexión que sentí a su lado.

—Pero, a ver, ¿qué sabes de él? —quiere saber Lena.

—Nada. Absolutamente nada. Bueno, ¡o bastante!, según se mire —calibro muy reflexiva—. Que es italiano, aunque calculo que lleva bastante tiempo aquí porque habla un español perfecto; que va a terapia así que es alguien resolutivo o que busca soluciones; que le gusta el café solo, el sexo, el juego; que tiene Netflix y tiempo para verlo; que el doloroso relato de otra persona es capaz de destemplarlo; que cuando quiere algo va a por ello; que no está casado; que las cosas no le deben ir mal porque tiene una moto buena de las caras. ¡Ah!, también creo que sufre de estrés...

—Jolín, Eva, ¡menudo análisis! —señala mi amiga con una sonrisa sorprendida.

—Sí, llevo toda la semana pensando en él —reconozco en un arrebato de sinceridad—. Pero no sé nada a nivel de datos. ¡No sé ni su nombre! —me encojo de hombros.

—¡El nombre es lo de menos! —Lena quita importancia moviendo una mano entre nosotras—. A ver, para un revolcón seguro solo necesitas una buena estrategia. Por ejemplo: podéis ir a un hotel y puedes dejar que registre la habitación a su nombre, así de paso descubres más datos; puedes avisarme y mandarme ubicación para que yo esté atenta; podemos tener unas claves para confirmar que todo está bien en una llamada casual que yo te haga a los quince minutos de llegar...

—¡Qué locura! Suena hasta bien cuando lo dices con ese tono de naturalidad tan tuyo, pero no es normal vivir con tanto miedo —me quejo de mí misma, ofuscada—. Lo normal es conocer a alguien, decirle tu nombre, darle tu número de teléfono y, después de una cita o dos, cuando ya ves que no es un psicópata, invitarlo a casa. ¡Yo no puedo ni darle mi número!

—Para empezar lo normal no existe, es relativo a cada individuo. Para continuar, puedes conseguir un número de teléfono nuevo solo para tus ligues, así no tienes que dar el tuyo personal —sugiere muy hábil—. No te rayes con esto, es temporal. Todo pasará y recuperarás tu vida —me calma frotándome la espalda.

—Gracias, cielo. No lo tengo claro, pero me reconforta oírlo de tus labios.

Nos sonreímos y Lena me abraza fuerte achuchándome. Luego se levanta del sofá y empieza a ponerse el abrigo.

—¿Seguro que no te quieres venir? Vamos Biel, Gerard, Iris, Angie y yo a cenar a La Biblioteca y luego a tomar unas copas. ¡Te lo pasarás bien! —asegura meneando caderas en un bailecito divertido.

—¡Hoy no! Pero me apunto a la próxima. Esta noche me espera manta, Netflix y unas palomitas —explico estirándome con los brazos por encima de la cabeza. El jersey se me sube dejando a la vista mi ombligo y es un error fatal.

—¿Dónde está mi perrilla? —pregunta Lena mientras se lanza a por mí con un ataque de cosquillas terrible—. ¡Vuelve ya, Eva!

No puedo ni contestar de todo lo que me río.

Seducción encriptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora