Capítulo 26. El paisaje.

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Tanner fue hacia donde se encontraba Dion, sin hacer mucho ruido se aproximó a la ventana abierta. El omega mantenía sus manos descansando en el bordo del marco, mientras su mirada estaba perdida en el horizonte. El Alfa pensó con tal escena, podía sacar una buena fotografía o mejor aún, hacer un cuadro digno del momento.

—¿Te gusta la llanura? —le preguntó en tono bajo, estando cerca de su oreja.

No iba a mentir, se había agachado intencionalmente, sencillamente porqué quería deleitarse con el aroma ajeno. Dion no se encogió, volvió cara con una sonrisa grande y asintió enérgicamente.

—Es preciosa.

Tanner se quedó embobado por un momento. Aquel bonito y pequeño rostro, por algo tan simple como una llanura cundida de pasto, se había iluminado tanto, que solo pudo usar el tiempo para admirarlo.

—Me alegro que lo encuentres agradable, estarás viniendo con más frecuencia tan pronto te adaptes.

—Siempre quise ver un paisaje así —admitió el omega, de una forma decisiva y alegre.

—¿Nunca has viajado? —preguntó con curiosidad.

—No, no se me permitía salir cuando estaba en la casa de mis padres, a los omegas no se les permite hacer una gran cantidad de cosas —dijo—, aunque, como soy hijo de la segunda esposa, entonces, tampoco era que tuviese demasiados derechos; la primera esposa de mi padre me odiaba a muerte, pero como vivíamos en recintos diferentes, eran escasas las veces en que nos encontrábamos.

—Es complicado cuando un Alfa acepta a más parejas, porque eso significa que con la que se estabilizó primero nunca formó algún vínculo —estimó Tanner, mostrándose pensador.

—Sí, su primera esposa es una Alfa, pero mi madre era una omega —obvió Dion con algo de aburrimiento—, las diferencias eran muy notables, el sexo entre dos Alfas nunca es semejante al que hay entre un Alfa y un Omega.

—Y tú cómo sabes eso —inquirió Tanner, Dion volvió para verlo, encontrando un rostro divertido con una ceja alzada.

—Ah, malo —lo acusó el omega, haciendo un puchero, aunque, no tardó en retornar a ver el paisaje.

En toda su vida no había tenido una obra semejante delante de sus ojos. El pasto era casi solo pasto cuando se veía a la misma altura, pero cuando lo mirabas desde una zona alta, el pasto tan simple se convertía en una preciosa llanura que, cuando era acariciada por el viento, llevaba el aroma verde a todos los rincones, y entonces, Dion se encontró ensimismado, creyendo no había otro sitio donde él pudiese ser más feliz.

—Lo has dicho con demasiada certeza —comentó Tanner, mirando hacia la llanura.

Había visto tantas veces aquella escena, que se preguntó, qué había de especial en ella que había hecho a Dion mirar de modo tan centrado el lugar. Más importante, en el tiempo que llevaba con el omega, nunca lo había visto mostrando una cara tan pura y luminosa, se preguntó que parte del territorio Neusword poseía ese poder sanador, que alegraba tan significativamente al castaño.

Era un verdadero enigma.

—Lo he leído —dijo Dion, sintiendo como el aire fresco le enfriaba las fosas nasales y la punta de la nariz—, sabes que puedo leer, ¿verdad?

Tanner soltó una risa, en un movimiento casi natural, pasó su brazo por encima del hombro ajeno. Dion se inmutó, en él era usual no tolerar el contacto físico ajeno, pero no le desagradaba Tanner, por lo que, no iba a quejarse de ser abrazado por el fuerte hombre, era un gusto más bien.

—Lo sé, no creo que seas analfabeta —respondió el más alto—, solo me pregunto por qué lees ese tipo de contenido.

—Es educación sexual, todos deberíamos de tener acceso a ella —declaró—, así, no vas a tener que morirte de miedo cuando llegue el momento de tener relaciones sexuales.

Efecto OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora