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Cuando una joven pelirroja de catorce años entró al palacio luciendo un hermoso vestido beige, el recién convertido en emperador sonrió al instante al verla.

- ¡Sovieshu! - exclamó la princesa mientras se lanzaba a abrazar a su amigo.

La boda había culminado, y ahora Navier era la emperatriz, incluso ya habían desfilado por todo el pueblo para que la conocieran como tal.

- Athenea... no sabes cuan feliz me hace que ahora podré convivir más tiempo con la persona que veo como a una hermana - dijo el pelinegro mientras la abrazaba.

La pelirroja sonrió felizmente, ella también veía como a un hermano al emperador, fue quien la apoyó en todo momento, fue quien la consoló y le dijo que haría un buen trabajo como protectora, así que lo atesoraba por ello.

- Te quiero mucho - confesó Athenea mientras se separaba de él, agarró la mano del mayor y la sostuvo con las de ella - prométeme que siempre estarás para mí - pidió - me destrozaría que un día tu me dejes de lado.

Sovieshu miró sorprendido aquello, pero sonrió, ¿dejarla de lado?, no era un idiota como para hacerlo, adoraba a la menor como a una hermana, pues esos cuatro años de conocerla le sirvieron para amarla fraternalmente.

- Jamás lo haría, te lo prometo, siempre estaré para ti, eres la hermana que nunca tuve, y como tal, eres importante para mía...

Athenea sonrió cuando escuchó aquello, ella prometió internamente lo mismo, siempre estaría para él, porque el emperador era alguien de querer.

Lamentablemente solo esa promesa fue rota, él cambió y la dejó de lado, lamentablemente el corazón de ella se destrozó cuando él prefirió a una amante antes que a las mujeres que conocía de muchos años.

Y eso fue algo que ni la princesa pudo ver venir.

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Actualmente...

Mientras Sovieshu iba saliendo de la sala la imagen de una Athenea de catorce años pasó por su mente, en especifico vio a la princesa que estuvo en su boda con Navier, pues usaba un vestido demasiado parecido al que usaba en el divorcio.

Era como si aquella vestimenta hubiera estado presente tanto en el inicio como en el fin de su matrimonio con la Trovi, y eso lo atormentaba, pues no sabía si la pelirroja había hecho eso apropósito.

¿Le dolía lo que estaba pasando? La respuesta era si, le dolía mucho, pues no solo su esposa se había casado con alguien más, si no que aquella que amó como a una hermana se iba de su lado...

"¡Maldito rey mujeriego! ¡me quiere quitar a Navier y a Athenea! ¡No lo permitiré!" pensó con determinación y enojo.

• • •

Athenea sonreía orgullosa mientras caminaba a la que fue la habitación de Navier, tenía su brazo entrelazado con el de su amada suegra, la mayor seguía sin creer lo ocurrido en la corte de divorcio.

- Madre, en un momento le explicaremos todo - dijo la princesa viendo a la Duquesa.

La mayor sonrió levemente cuando escuchó a su nuera, quizás la situación era muy desconcertante, pero el rostro, la alegría, y el como la había llamado le agradaba.

Pues desde que conoció a Athenea la vio como a una hija, cabe decir que esperaba con ansias su crecimiento para poder emparejarla con su hijo y así finalmente perteneciera a su familia.

- Heinrey es un gran hombre, así que no lastimará a Navier, créame - informó la princesa mientras a lo lejos veía como su amigo le abría la puerta de la habitación a su esposa.

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