Nuevos comienzos

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Todos vieron cómo los cientos de policías nerviosos, emocionados y bien vestidos recorrían el pasillo del Madison Square Garden que se había habilitado para celebrar la ceremonia de graduación de la academia de policía.

Claudia Lacunza, la primera directora general de policía, sentada junto a su marido, el detective retirado Richard Lacunza, contemplaba con orgullo cómo los nuevos reclutas recorrían el pasillo preparándose para subir a ese escenario y convertirse en policías oficiales de la ciudad de Nueva York. Los dos se mostraron especialmente orgullosos cuando se pronunció un nombre concreto por los altavoces.

—Natalia Lacunza —se oyó un fuerte aplauso del público, especialmente fuerte en comparación con el resto de aplausos que habían recibido los demás reclutas, pero eso no se debía a que fuera la hija de la comisaria, sino a la numerosa familia que estaba entre el público animándola.

Jackson Lacunza, su esposa Mindy, ambos médicos del hospital Mayflower West, y sus dos hijos Jamie y Peter. Sentados junto a ellos, Elena Lacunza, detective de la ciudad de Nueva York, y su hija Olivia, de diez años, y justo una fila más atrás Santi Lacunza, sargento de la policía de Nueva York, su esposa Eva, abogada de uno de los bufetes más prestigiosos de la ciudad, su hija de siete años y sus gemelas de cuatro, todos ellos vitorearon con fuerza a Natalia, la hija menor de Claudia y Richard Lacunza, que se convertía oficialmente en agente de policía.

Después de la ceremonia, todos fueron a almorzar a la casa de su infancia, donde solían tener una comida o cena familiar algunas veces al mes.

—Entonces, la comisaría 31, Natalia, ¿estás emocionada? —Richard miró a su hija menor, que estaba sentada a su lado en la mesa. Parecía contenta y a la vez nerviosa.

—No me entusiasma que Santi sea mi sargento, pero espero que al menos me dé un buen oficial de entrenamiento —Miró a su hermano, el cual estaba justo frente a ella dándole de comer a Maia, su hija gemela menor, lo que le quedaba en el plato.

—Bueno, yo por mi lado estoy deseando ser el jefe de mi hermana pequeña —se rio Santi, pasando el puré de patatas a su hija mayor.

—Tía Nat, creía que habías dicho que nunca debíamos dejar que un chico fuera nuestro jefe —La niña, que era igual que su padre pero sorprendentemente más guapa, miró a su tía, pidiendo una explicación.

—Y no deberías, Alex, no en tu día a día, pero en el trabajo tienes que escuchar a tu jefe sin importar si es un chico o una chica —Su sobrina la miró con cara divertida, sin entender—. Es como en el cole tienes que escuchar a tu profesor sin importar si es un chico o una chica.

—Alex nunca escucha a sus profesores no importa si son chicos o chicas —sonrió Santi, besando la cabeza de su hija con cariño. Realmente era el mejor padre del mundo.

Natalia siempre había admirado a sus hermanos. Jackson era un cirujano increíble, realmente genial, y Elena y Santi, gemelos de treinta y siete años, siempre habían allanado el camino a Natalia, que había llegado por sorpresa a la familia nueve años después de que nacieran los gemelos.

La familia Lacunza estaba unida, era una familia fuerte y cariñosa que siempre se cubría las espaldas. Por supuesto, se peleaban, sobre todo por los casos en los que todos estaban involucrados, pero eran una de las familias más cariñosas y atentas que se podían conocer.

La comida fue rápida pero entretenida. Muy pronto, Claudia tuvo que volver a su despacho, y todos los demás tuvieron que volver al trabajo. Besaron a sus hijos, que se quedarían en casa con el abuelo, y rápidamente, Santi y Natalia se pusieron en camino hacia su comisaría.

Natalia se sintió increíblemente orgullosa de sí misma cuando pensó en el hecho de que por fin iba a trabajar. Bueno, solo iba a conocer a su oficial de entrenamiento ese día, pero eso era un día tan bueno como cualquier otro para ella.

Hasta que nos conocimos | AlbaliaWhere stories live. Discover now