Omega no es una buena palabra.

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Steve recuerda de manera perturbadoramente vivida la primera vez que su padre sospechó que era omega.

Era un día de verano, esos en los que los niños juegan al aire libre y sus risas estridentes se escuchan por donde quiera que vayas. Esos en los que las madres preocupadas salían en busca de sus respectivos hijos para la cena o el almuerzo.

Por lo contrario a los muchachos de su calle, él había preferido quedarse en casa. No es que tuviera demasiado de interesante ver cómo su padre se emborrachaba hasta quedar inconsciente o sentir el aroma triste de su madre por toda la casa. Todo lo contrario, cuanto anhelaba el corazón de Steve Rogers ser uno de esos muchachos sanos que corrían por doquier.

Sin embargo, el pequeño rubio era muy consciente de lo que correr le podía ocasionar. Un ataque de asma no era rentable o al menos eso le dijo su madre cuando se provocó el último. Se limitaba a observar desde la ventana.

—Sé que el día luce muy tentativo. —su madre le dijo y sonrió. —También sé que quieres ir a jugar con ellos.

Steve asintió rápidamente. Sarah no pudo negarse al brillo de los ojos de su pequeño. Menos cuando sus manitos se aferraron a su mandil para darle un abrazo. Ella lo sostuvo con cuidado y le besó la frente. —Está bien, puedes ir...-le susurró. —Pero solo por quince minutos.

Apenas pronunció las palabras un pequeño rubio salió disparado a juntarse con el grupo de niños.

A pesar de su tamaño, lo aceptaron en su grupo de una manera extraña. Quizá Steve no podía jugar al balón pero sí podía recogerlo cada vez que rodaba en el césped vecino. Solo porque era débil y ningún vecino regañaría al muchacho escuálido.

Dentro del pequeño grupo se encontraba un muchacho llamado Arnie. Era pelirrojo, alto, el mayor del grupo. Todos lo respetaban por ser el más travieso e intrépido. De seguro será un alfa, decían los demás.

Y ser alfa era algo que Steve quería con todo su corazón. Aunque sea un beta, pero no un omega. No podría ser fuerte y defender a los que quería si era un omega. Porque los omegas masculinos eran fenómenos débiles y tontos, o al menos eso le dijo su padre.

El escenario se repitió un par de meses, pero regresando al punto inicial fue un primero de Julio cuando sucedió la tragedia.

Ese día pintaba normal, esperar a que su padre se durmiera para ir a jugar con el grupo de chicos, su mamá cocinando un pay y Arnie...

Pues, ese era el problema.

Arnie ese día no había dicho palabra alguna. No jugó al balón solo se sentó en una esquina entre las casas y hundió su rostro en sus rodillas. Steve se acercó dudando un poco sobre si era buena idea.

—¿Estás bien? —preguntó mientras se rascaba la nariz.

El muchacho no le respondió. Steve estaba por irse cuando escuchó su voz.

—Soy un omega, Steve.

Steve volteo confundido. ¿Acaso eso era posible? Debía haber un error o algo en todo-

—Y- y me voy a casar en septiembre. -El rubio escuchó el sollozo de Arnie. Era un llanto triste y colérico. —Es un viejo cochino que me triplica la edad, Steve. ¡No quiero, no quiero!

El chico pareció hacer una clase de pataleta cuando su madre vino a buscarlo. Entonces Steve supo que todo lo que le decía su padre era verdad. La madre de Arnie no lo miraba de la misma manera, ahora lo jaloneaba como un viejo traste y amenazaba con la mirada. Como si valiera menos que nada. Ya no había luz, ya no había orgullo en su mirada. Solo decepción hacia el pequeño fenómeno, como ella misma lo llamó.

Su impresión fue tan fuerte que el balón resbaló de sus manos y fue corriendo a casa. A llorar y pedirle a su mami que no lo dejara de querer, que sería un buen chico.

Steve Rogers puede decir fácilmente que ese fue el verano y cumpleaños más miserable que tuvo.

Ver todos los días a través de su ventana a su pequeño amigo convertirse en polvo por la tristeza no era bueno.

El alfa de Arnie era alguien mayor, mucho mayor.

El cuerpo del pelirrojo temblaba cada que el hombre pasaba sus manos por sus hombros. Steve apenas parpadeó cuando se encontró con la mirada penetrante del alfa.

Ese día decidió que tampoco quería ser un alfa. Y si lo era, sería un alfa mejor.

Ojeras se formaron por no dormir durante casi tres noches. Anticipando la fecha en la que probablemente se determinaría su casta.  Su madre le hizo un pastel y le regaló un set de pinturas. Joseph estuvo menos borracho para compartir una cena.

—¿Ya escuchaste lo de ese muchachito, mujer? Quien diría que era un maldito fenómeno de circo. —escupió capturando la atención de Steve quien realmente estaba tratando de disfrutar de su cumpleaños. —Tiene suerte de que su padre sea de clase media, le consiguió un buen esposo. Al parecer un imbécil rico quiere hacerse cargo del raro.

Steve apretó el tenedor entre sus manos mientras intentaba pasar esa bocanada de puré.

Su padre se levantó y se estiró. Cogió la botella de cerveza y se acercó a él. —Espero que tu no me salgas con esas rarezas niño, porque, créeme, no dudare en comprometerte con el primer idiota que se ofrezca.

Steve tembló ante esas palabras, no por la cercanía, no por el aliento a cerveza, no porque era su cumpleaños más horrible. Lo hizo porque tenía la certeza de que su padre se atrevería y su madre... Su madre no podría hacer nada por detenerlo.

Porque nadie quería a los fenómenos. Menos si venían con problemas de salud como el.

Los días siguieron pasando por su ventana mientras el grupo de chicos se hacía más pequeño y distante, ya no eran ojos de niños los que se veían unos a otros con la simpleza de cual de todos puede saltar más alto. Ahora eran ojos cubiertos por una fina capa de realidad, en la que no veían más que tu casta y posición.

Hasta que el último chico dejó que el balón rodara por el olvido para ya nunca más volver.

Arnie [Stony]Kde žijí příběhy. Začni objevovat