Alguien intangible

16 6 27
                                    

Nota: este relato (el #3) es fruto de un reto de Pinterest cuya imagen incluyo al final.

Espero que os guste.

░░░

—¡Ni siquiera sé cómo explicártelo! Déjame ir. Por favor. Te lo ruego. No he hecho nada. Lo juro. Por favor, por Diosa, por favor... —su voz se desvanece con cada ruego.

—¿Me estás diciendo —corrígeme si me equivoco— que quieres que te deje marchar indemne, como si nada hubiera ocurrido, cuando has irrumpido en mi morada con intención de acabar con mi existencia?

La piel verdosa del intruso se vuelve pálida, el sudor se acumula en la palma de sus manos, desprovistas de los guantes que las cubrían minutos antes. Le tiembla el párpado del ojo izquierdo.

—¿Cuántas neuronas te retiraron cuando te hicieron el implante, cariño? ¿Acaso no sabe tu gremio quién soy? ¿Qué acabar con mi vida no acabará con lo que he construido? —lo observas con atención y añades con algo de dramatismo—: No me apetece mancharme las manos pero, si no me das alternativa, habrá que recordárselo.

—No, no, no, no, no, no, no, por favor. Lo juro. Yo- No he hecho nada. No soy nadie. Por favor-

—Has entrado en el edificio. Subido cincuenta y tres plantas sin que nadie advirtiera tu intrusión. Has entrado en mi habitación privada. Conoces los sistemas de seguridad. Es más, las cámaras están apagadas y no consiguen encenderlas o recuperar las grabaciones. Todo apunta a que alguien sí eres, joven.

—Nosotros no somos nadie. Yo no- Yo no sé nada, por favor, no me mate, por f-

—¿Matarte? No. ¡No! La muerte es un regalo y yo no acepto regalos de los de tu calaña. —Una chispa ilumina tus ojos violetas—. ¿Acaso es eso? ¿Acaso te han enviado como aviso? No me gustan los presentes, sin embargo... como dice ese dicho: a nave regalada no le mires las tuercas. ¿No sabes cómo explicar qué haces aquí, acechando tras la puerta como un crío cuando oye a su padre borracho y drogado en el pasillo? ¿Me temes, crío? Haces bien.

Caminas dando largas zancadas, lentas, cada una con una clara intención. Ves que surte efecto por cómo le tiembla el labio. Se le aguan los ojos. Una pena, es uno bastante atractivo. Alcanzas la mesilla de noche y sacas del cajón una de las mordazas que tanto has usado. No en ti, en otros. Vuelves a él con la misma parsimonia. Le levantas la cabeza desde la barbilla con un dedo delgado cubierto de bellas tintas móviles.

—Si no me vas a contar qué haces aquí, cuál es el objetivo que te han asignado, no tendré más opción que silenciarte por siempre. —Miras su entrepierna y te sorprendes gratamente—. Hay que reconocértelo, chico, a parte de bien dotado no te has meado en los pantalones —sonríes de lado— aún.

—Por Diosa, por favor —masculla—, te diría lo que sé, ¡pero no sé nada! Lo juro, no lo sé.

—Mira por dónde. Ya sabemos tu nombre: Sócrates. ¿O quizá más bien Platón?

—No. No. Nos quitan el nombre. Yo antes... Yo antes me llamaba- Mi nombre es...

Está simple y llanamente cagado pero sin mierda en los calzones. Esos malditos hombres ¿a cuánta presión y tortura someten a sus unidades?

—No me importa el nombre que te dieron o quitaron, sino a cuál de las miles de bandas perteneces. Dime, ¿eso lo recuerdas? Porque si no, ya te digo que aquí hemos acabado.

Juegas con el artilugio con los dedos. Las tintas arremolinándose donde se produce contacto. Te posicionas al lado de las vidrieras, esperando. Cincuenta y tres pisos no son nada comparando con los cien o doscientos de los personajes más importantes de la ciudad. Algunos también del planeta. ¿Por qué entonces tú y por qué un novato que no sabe ocultar su desagradable olor a urbe?

Historias hialinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora