Que no todo es posible

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Sujeté con mi mano derecha el ala del sombrero que amenazaba con salir volando. La otra la aferré al paraguas para que no fuera robado. Le tenía mucho aprecio al objeto y no me hacía mucha gracia que un pilluelo se hiciera con él.

No los veía, pero estaba segura de que los agentes me estaban observando. Lo cual no me extrañaba; además, lo había previsto cuando ideé el plan. De todos modos, era mejor si no llamaba la atención. Y así quitaba sospechas de mi persona. Había estado caminando despacio por la gran avenida en busca del contacto con el que debía hablar. Mi trabajo consistía en hacer de intermediario entre los hombres de Ludin y los de Magnus. Estaban planeando algo gordo de lo que no me hablaban pues era yo quien salía a la calle a mandar la información de las reuniones y podía ser capturada en cualquier momento y, por ende, torturada para hacerme hablar.

—Discúlpeme, señor, ¿tiene usted hora? —Un hombre con un bombín me puso una mano en el hombro, obligándome a detenerme en medio del paso peatonal. Los coches tirados por caballos pasaban lentos a escasos pies de mí. Me giré unos ángulos, sin mover los pies del suelo empedrado. Lo justo para mirarle a los ojos. Fue entonces cuando, abochornado, procedió a disculparse—: Perdone mi confusión... no sabía que fuera usted una muj-

—Guarde silencio, caballero. En cuanto a la hora, si mira al reloj de la torre, sabrá a qué números apuntan las agujas.

Por la cara que puso supe que me había entendido. Él era el hombre con el que tenía que hablar. Perfecto.

—Señorita Wilding.

—Modere la voz —le advertí. No me convenía que los transeúntes se pusieran a hablar sobre una mujer vestida de hombre—. El gato en copa, a las nueve. Sea puntual.

Continué mi camino, con el paraguas colgando del antebrazo y bajando el ala del sombrero hacia mis ojos para evitar miradas insospechadas. Al sujeto no le había hecho gracia que le hubiera dado órdenes. Pero no tenía más remedio que obedecer: Lance Ludin tenía cierta fama y a varias leguas de distancia se notaba su olor a peligro. Y mejor no hablar de Magnus... nos conocimos hacía mucho ya y, en resumen, me rompió el corazón. Desde ese momento, desde que descubrí las acciones que realizaba con tal de conseguir sus viles propósitos, me propuse perseguir su sombra y acabar con su maligna vida. Con solo recordar cómo sus ojos negros me habían recorrido la piel... como un pincel el lienzo, los dedos de un músico su instrumento y la pluma entintada el papel. Sentí los escalofríos pasar por mi espalda.

Mi siguiente parada era el Gran Parque de Thomas I. Los pasos de mi investigación me llevaban ahí. Los rumores, aunque falsos la mayoría de las veces, tenían una base verídica. Solo había que saber interpretarlos. Según había oído, Magnus paseaba los viernes en la tarde por esa zona ya que era de dimensiones gigantescas y podía perderse entre los innumerables árboles, arbustos y pequeños monumentos si la situación se ponía poco manejable.

Tenía un largo trecho que cubrir hasta llegar a él así que, sin perder de vista por el rabillo del ojo a los agentes que me seguían sin mucho disimulo, me sumí en mis pensamientos. El parque se situaba en la zona intermedia entre los barrios ricos y respetables y los suburbios. En cierto modo me recordaba a Magnus.

Debía dejar de pensar en esa sabandija. Todo ese daño que causó... ¿y para qué? ¿por un poco más de reputación, dinero? En el poco tiempo que estuve a su lado me enseñó una faceta que encontré divina. Me engañó, sí: no sabía que me encontraba a los pies de semejante monstruo; pero aquello que vivimos...

A la mente me vino su voz, no más que un susurro salvo cuando tenía que hacerse oír. Esa voz, junto a sus toques, me había hecho correrme en más de una ocasión.

En cualquier caso, todo se estropeó cuando no quiso seguir a mi lado. Cuando recordaba toda esa sarta de mentiras que me soltó para protegerse, me recorría ira por las venas. Que quería estar a mi lado, pero a escondidas porque lo nuestro era un amor prohibido. ¿Desde cuándo te importó lo que pensaran de ti los demás, eh? ¿Desde cuándo? Que quería ayudarme con el asunto de mi padre cuando fue por orden suya que lo metieron en prisión. Que quería dejar su pasado atrás y comenzar una vida —secreta— a mi lado, pero que antes debía acabar con sus enemigos, pues en cualquier momento podrían venir a por mí y usarme como su debilidad. Que iba a asegurar el futuro de su madre antes de dejar todo en manos de su socio. Que pensaba invertir todo el dinero en ciertos asuntos de los que no me enteré porque estaba distraída con sus roces por mi cuerpo.

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