Negro esperanza

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Eso no era ni por asomo lo que quería escuchar. Se le nota en el rostro cuando el jefe técnico le pone al corriente del estado de Atlas.

—Comandante —interviene otro, dando un paso y realizando el saludo oficial—, la Rosaleda ha llegado al Cinturón.

—Tiempo restante —demanda la comandante.

Tiempo restante para morir.

—Con suerte tres horas, mi señora.

—¿Con suerte? ¿Qué cojones quieres decir con suerte? ¿Acaso esta nave se rige por las probabilidades de la suerte? Datos reales, ¡ahora!

Sobra decir que odia la palabra suerte. La suerte la vendió a un esclavista. La suerte le prohibió de morir con su tripulación cuando su antigua nave fue invadida por piratas mientras que ella estaba en una misión en Ártica.

—Dos horas, cuarenta y cuatro minutos y treinta segundos, veintinueve, veintiocho —rectifica a su compañero otro tripulante, sin quitar los ojos de su pantalla.

Los zapatos de la comandante retumban sin cesar en el puente del Atlas. Se oyen miles de voces recitando coordenadas, el estado de la maquinaria, el próximo destino y mil cosas más. Ninguna lo suficiente relevante en la persecución.

—Tres cápsulas perdidas —informa alguien.

La comandante Irene trata de no explotar antes de tiempo. Esta situación ya es lo bastante complicada como para que la empeore ella también.

—¿A cuánto del campo de gravedad de Alfwoen?

—Treinta y dos minutos exactos.

—Que todo el Atlas menos los aquí presentes y aquellos que estén en la sala doce se repartan en las cápsulas —su voz es firme y se escucha por toda la sala. Ni un ápice de miedo o duda se percibe en ella. Todos confían en la comandante Irene—. En cuanto estemos dentro, motores a máxima potencia y liberad las cápsulas. Con esa suerte vuestra pisarán tierra y los pondrán a cubierto.

—Comandante, no pod-

—¿Qué dices?

No quiere oír negativas. Ella conoce el estado de la nave. Conoce sus posibilidades. Conoce el presente y tiene en cuenta el pasado. Sabe lo que hace. No quiere negativas.

—Mi señora —lo intenta de nuevo, el insensato—, la nave no soportará...

—He hablado —sentencia.

Curioso, el oficial obedece a la orden implícita. Pero quiere hablar. Quiere decirlo para que no cargue en su conciencia la posibilidad de haber mandado a todo el Atlas a una muerte segura.

—Escúcheme, por favor.

Ojos fríos como mis entrañas. No quiere escuchar. No quiere siquiera pensar en que algo puede salir mal. Ella tiene un plan y su plan incluye el silencio.

—Teniente Byron, los motores soportaran la velocidad por cierto tiempo. El tiempo que tardemos en ocultarnos tras Alfwoen y apagar toda la nave. ¿Queda claro?

—Sí, señora.

El murmuro constante no se disipa. Recojo todos los datos que puedo y los divido según de donde proceda: la distancia, la voz, la conversación. Todo esto será útil en el futuro.

Si sobrevive el Atlas.

Por la gran ventana se ve la negrura del vacío salpicado con esferas de múltiples colores, creando grupos que forman las galaxias, alineándose creando constelaciones, convirtiéndose en el espectáculo con el que todos soñaron cuando sentenciaron su futuro a la nave.

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