I. Leia Bissed

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I.
Leia Bissed.

1929

Habían pasado aproximadamente ocho años desde el día en que Ann Daniels, se hizo cargo de las hijas de su hermana mayor muerta.

En el número 6 de Greenwich Village seguían viviendo tres mujeres hermosas: Ann Daniels, Leia Bissed y, la pequeña y tímida, Molly Bissed.

El sol se elevaba en los mismos jardines, iluminaba sus hermosas plantas y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde la señorita Daniels había oído la terrible noticia sobre su hermana, una noche de hacía ocho años.

Las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Ocho años antes, había una gran cantidad de retratos
de él señor y la señora Daniels con sus dos pequeñas hijas. Pero ahora que ellos ya no estaban entre los vivos, esos retratos fueron remplazados por los de su hija menor y su prometido, el Dr. Adolf Collins.

En la habitación no había señales de que allí viviera otra persona que no fueran ellos dos.

Sin embargo, Leia y Molly Bissed todavía estaban allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Ann se había despertado de un humor de perro y su voz chillona era el primer ruido del día.

- ¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora! -
Molly se despertó con un sobresalto, seguida por su hermana mayor. Su tía llamó otra vez a la puerta.

-¡Arriba! - chilló de nuevo. La pelirroja oyó sus pasos en dirección a la escalera.

Leia vio la hora en el reloj y frunció el seño. - Nisiquiera son las seis - bufó enojada y le pidió a su hermana que volviera a dormir.

La joven se incorporó en la cama y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había un hermoso jardín lleno de flores y un gran árbol en el que estaba trepada junto a su hermana y un hombre, y aunque solo lo había visto de espaldas, ella estaba segura que se trataba de su padre. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

Su tía volvió a la puerta.

- ¿Ya estás levantada, Leia? - quiso saber.

- Casi - respondió la pelirroja.

- Bueno, date prisa, quiero desayunar antes de que vengan mis amigas para irnos al spa.

El día de spa... ¿cómo había podido olvidarlo? Leia se levantó lentamente y comenzó a buscar sus pantuflas. Las encontró debajo de la cama y, después de sacar una araña de una de ellas, se las puso.

Ella y su hermana estaban acostumbradas a las arañas y los ratones, porque el cuarto en el que dormían estaba debajo de la gran casa, en el sotano.

Cuando estuvo vestida subió las escaleras, salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por flores amarillas, orquídeas para ser exactos.

Leia se acercó a ellas y vio la nota que traía, parecía que eran del Dr. Collins para su tía Ann.

La pelirroja negó - que pareja tan peculiar - pensó.

El Dr. Collins era un hombre muy atractivo, considerablemente más joven que la tía Ann. Lástima que lo bello de su apariencia no concordaba con la de su corazón. Para Leia, Collins, era una persona déspota y malvada que se disfrazaba de cisne cerca de su tía. Por otro lado su tía Ann era una mujer ya pasada de los treinten, casi llegando a los cuarenta. Una mujer amargada y chismosa, a la cuál le encantaba ser el centro de atención.

Leía tomó las flores y las puso en un jarrón con agua, las olió para luego disponerse a prepara el desayuno.

Tal vez tenía algo que ver con qué ella era la encargada de preparar las comidas, limpiar la casa, sacar a los perros de Collins (los cuáles, por alguna razón que Leia no entendía, vivían allí) y cuidar de su hermanita, pero Leia había sido siempre muy flaca y baja para su edad.

Además, parecía más pequeña y enjuta de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba en esa casa eran prendas viejas de tía Ann , y a comparación de ella, su tía era dos veces más grande.

Leia tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo rojo y ojos de color celeste cristalizados. Aveces llevaba gafas redondas para leer, consecuencia de todas las veces que tía Ann le había apagado la luz de la lámpara, ocacionando que ella forzara la vista para poder leer.

La única cosa que a Leia le gustaba de su apariencia era que, apesar de ser delgada, tenía curvas y no era solo una escoba de Quiddich.

- ¿Ya está listo el desayuno? - , pregunto tía Ann entrando a la cocina cuando Leia estaba dando la vuelta al tocino.

- Aún no.

- Entonces date prisa niña. - le ordeno y salió como vino, por la puerta hasta el comedor formal.

La pelirroja soltó un suspiro - Solo unas horas más - se repetía.

Esa misma tarde, luego de que su tía se vaya a su eterno día de spa, Leia y su hermanita Molly se encontraban en la estación de tren de Greenwich Village.

Eran una escena conmovedora para quien la viera. La pequeña Molly no quería soltar a su hermana mayor, serían otros nueve largos meses lejos de casa, lejos del amor maternal que su hermana mayor le proporcionaba.

- Escúchame pequeña - le dijo Leia separándose de sus brazos e incandose para quedar a la altura de su hermanita -. Este será el último año ¿Si? - La animo, paso su suave mano por la mejilla de la castaña limpiándole unas lágrimas.

- Pero te voy a extrañar y además odió ese colegio, mejor llévame contigo... Me puedo esconder en tu maleta - susurro y sus orejas se tornaron coloradas. Leia negó conteniendo la risa por la propuesta de la pequeña.

Amaria llevarla con ella y presentarle a sus amigos, pero era imposible. Era contra las reglas y ella ya había rato suficientes en estos últimos siete años.

Leia sabía que Molly no tenía amigos en ese internado debido a que los niños se burlaban siempre de ella por no tener familia, ocacionando que la niña se volviera intrvertida, hacia cualquier persona que no sea su hermana.

- El año que viene podrás ir a Hogwarts y tener tus propias aventuras y cuando lleguen las vacaciones estaremos las dos juntas en un hogar alejado de Nuevo York, lo prometo - Molly lo pensó un segundo y luego levanto su pulgar a modo de promesa, Leia la imitó y juntas sellaron su juramento con unas enormes sonrisas.

Un fuerte pitido las hizo que volvieran a la realidad. El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud que subia al tren. Ya era la hora Molly debía partir a su internado en Rochester.

La pequeña de nueve años le dio un último abrazo a su hermana y sin mediar palabra, como un pequeño soldadito, empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío y se sentó junto a la ventana. Leia veia a la Molly desde el andén agitando la mano, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando. Leia la observó hasta que desapareció, cuando el tren giró.

Miro el reloj de la estación - ya eran las cuatro y media - ya era tarde. Tomo sus maletas y corrió a tomar su tren (mágico) hacia Londres. Donde debía pasar por el callejón Diagon para comprar sus libros y luego tomar el tren en la plataforma nueve tres cuartos para ir a Hogwarts, donde sus amigos la esperan.

Sana mis heridas [Theseus Scamander]Where stories live. Discover now