7. "No me mires así, Jarlen."

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JARLEN

—Llévenlo al sótano.

Los guardias tiraron de la cadena unida al collar del cuello del vampiro. Un método que usábamos cuando necesitábamos el control directo, sin necesidad de usar a su dueño para que le diera ordenes. Me quedé frente a la puerta de la habitación de mi hermana, respirando profundamente una y otra vez. Las agujas de los brazaletes se habían activado, clavándose en mi piel para liberar las líneas azuladas que subieron por mis brazos. Era la primera vez que las usaba frente a Arlene, sabía que sería una sorpresa para ella.

Mi hermana estaba golpeando la puerta con todas sus fuerzas, gritando profanidades así que recosté mi espalda contra la madera y me deslicé hasta el suelo. Los brazos me ardían, y no podía mover muy bien los dedos. Poseer las habilidades de la guardia real venía con un precio muy alto, mi cuerpo se deterioraba con mucha más rapidez de la normal porque sin importar que tan poderoso o lo buen guerrero fuera, seguía siendo humano. Mi sistema no estaba adecuado para manejar la magia y el poder que venía con el Kol: el líquido creado por nuestra especie que nos permitía igualar a los sobrenaturales en batalla.

Así que mientras mi hermana pateaba la puerta en mi espalda, yo luchaba por respirar y lograr que el Kol dejara mis venas y mi piel.

Algo ha cambiado...

Generalmente, no me dolía tanto, ni me tomaba tanto tiempo liberarme del Kol. Quizás se debía a la herida que sufrí hace poco, estaba más débil de lo normal.

Me quedé viendo el retrato guindando en la pared frente a mí: Caily Willsborg, mi madre, en sus ropas negras de batalla, erguida, imponente con su espada a un lado. Ella había estado junto a mi padre en la batalla en la que él perdió el ojo, cuando él lo contaba, había un destello de orgullo en su tono de voz porque mi madre no solo lo había salvado, sino que había entrado en una racha de ira que la había impulsado a matar cuatro vampiros más.

—Por unos segundos, creí que se había desvanecido porque... se movía tan rápido. —Papá había sonreído al decirlo—. Mientras yo sostenía mi cara ensangrentada y me retorcía de dolor, tu madre se giraba y cortaba cabezas como la guerrera imparable que es.

Los admiraba tanto, llevaba el apellido Willsborg con mucho orgullo. Ellos hicieron lo que tenían que hacer en los momentos más difíciles y oscuros de la humanidad.

Después de un rato, Arlene dejó de golpear. Mis brazos seguían enrojecidos, pero las marcas ya se habían ido. Me puse de pie y entré a la habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Mi hermana estaba en el balcón, su cabello volando a un lado con la brisa nocturna, era una noche estrellada, de sus favoritas. Por unos segundos, disfruté verla ahí, a salvo, sin ningún rasguño ni rodeada de peligro.

—Arlene.

Ni siquiera se giró al escucharme.

—¿Te acuerdas de Deyre? —Su pregunta me tomó desprevenido, no esperaba que lo recordara, ella tenía siete años cuando pasó—. Era una criatura tan noble, cariñosa, había amor en sus ojos todo el tiempo.

Deyre había sido un hibrido que encontramos en el bosque cuando éramos niños, a simple vista parecía un lobo como cualquier otro, pero cuando vimos sus garras, su forma de desaparecer de pronto, supimos que había algo sobrenatural en el.

—Era un hibrido.

Arlene me ignoró y siguió:

—Dijiste que se lo llevarías a papá para asegurarte de que fuera seguro, y volviste sin él. —Mi pecho se apretó—. Me dijiste que se había escapado, me lo juraste.

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