12. 'No es un lugar para una señorita'

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DOCE

ARLENE

Cabalgar se había convertido en mi escape favorito.

Me permití sentir el viento contra mi cara, el movimiento de los músculos del Visen debajo de mí mientras demostraba su rapidez, cruzando el bosque a toda velocidad, sin rozar un solo árbol. Era increíble lo que la sangre vampírica lograba en ellos, no solo eran rápidos, también poseían una vista precisa.

El atardecer tintaba de naranja el cielo y la luz tenue del sol se colaba en el bosque entre los altos árboles. Sabía que no debía estar aquí, no con la oscuridad de la noche tan cercana, sin embargo, lo necesitaba. El aire fresco me devolvía un poco a la vida. Estos minutos de libertad aligeraban mis hombros tensos, despejaban mi mente.

Y es que tenía mucho que pensar.

Con el pasar de los días, la presión real crecía, esperaban una respuesta y se consideraba una falta de respeto hacerlos esperar.

Matrimonio...

Nunca le di mucha importancia, era una de esas cosas que no se me cruzó por la cabeza, quizás pensé que aún tenía más tiempo, acababa de cumplir dieciocho años. Me enfoqué tanto en el hecho de que podía tener un vampiro, y no en que esa era la edad para los casamientos en el reino, incluso, había chicas que se comprometían mucho más jóvenes y esperaban a los dieciocho para llevar a cabo el matrimonio.

Ser reina...

Tampoco era algo que me hubiera cruzado la mente. Veía las responsabilidades con las que luchaba Jarlen cada día, las restricciones con las que Jana vivía como princesa y el derroche del príncipe Dregan, solo por el hecho de ser el heredero, hacía lo que le daba la gana. ¿Quería eso para mí? ¿Podría vivir así? Donde cada paso que daría sería observado, cuestionado. Sin contar, todas las decisiones difíciles que tendrían que tomar por el bien del reino.

Jalé las riendas del Visen con lentitud para que disminuyera la velocidad, reconocí ese claro, esos arboles. Era el mismo lugar donde Jarlen y yo habíamos visto la oscuridad, a los Crimsons, donde vi esa sonrisa demoniaca. Ya estaba claro al descubierto, sin embargo, todo estaba en decadencia desde un punto hacia adelante: árboles secos, tierra árida. Aunque ya no estuviera ahí esas bestias desagradables, habían dejado su marca, eso era seguro.

La curiosidad me carcomió y me llevó a adentrarme en el área seca, donde habían estado esos monstruos, me detuve en el punto donde según mis cálculos había estado ese ser que me sonrió. Eché un vistazo más allá y vi lo mismo: pasto seco, ya de color café y árboles caídos. Me pareció extraño que la oscuridad se moviera, los Crimson solían reclamar espacios en el reino, y una vez que lo lograban era difícil sacarlos de ahí, aún mucho más imposible extinguir la oscuridad. ¿Se habían ido voluntariamente? ¿O habían cambiado de lugar? ¿Por qué?

—No es un lugar para una señorita.

Salté ante esa voz porque estaba tan enfocada revisando todo que no me di cuenta de que había llegado alguien, tan sigiloso como los Visens cuando querían serlo. Sus ropas grises con negro delataban su procedencia y cuando me encontré con esos ojos oscuros que me recordaban a Haeran, supuse de quien se trataba.

—¿Uno de los hijos de Traiskar? —pregunté, tensa.

—¿Esa es la forma de saludar a alguien de la nobleza?

Sonreí con falsedad e ignoré su pregunta.

—Estás bastante lejos de tus tierras.

—Tengo mis razones. —La arrogancia en su voz era tan molesta, siempre se creían superiores a nosotros y por eso jamás perdería mi tiempo tratando de memorizar los nombres de los siete hijos del señor Traiskar.

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