22. "¿No eres un vampiro?"

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ARLENE

Vomité.

Hasta el alma.

Estaba segura de que estaba dejando los restos de mi existencia en las hojas secas del bosque. Después de que Caos II desapareciera, no había podido ponerme de pie porque las arcadas no paraban y el palpitante dolor de cabeza crecía como si me fuera a estallar el cráneo. Mis hombros subían y bajaban con cada respiración irregular que tomaba, ojeé a los Crimsons muertos: uno frente mí y el otro a un lado de Jana. Cuando pensaba en como los derroté, con esa agilidad ajena a mí, me dolía tanto la cabeza que tenía que cerrar los ojos e intentar respirar.

—¡Señorita! —chilló un guardia acompañado por seis más, debieron detectar la presencia de los Crimsons, aunque llegaron muy tarde.

—¡Oh por los dioses! ¡Es la princesa! —gritó otro, arrodillándose a un lado de Jana. Ella estaba inconsciente, pero no había rastro de aquella herida nefasta que le había hecho el Crimson en la cara. Se había curado con la sangre de Caos II.

El rey vampiro que estaba muy vivo según lo que había presenciado. ¿Cómo...? Ah, dolor. Inhalé y exhalé calmándome y alejando cualquier pensamiento que cuestionara lo que había pasado porque iba a desmayarme del dolor si seguía así.

Nos llevaron de vuelta a la mansión donde nos esperaba mi madre con una expresión mezclada entre preocupación y rabia.

—¡¿Qué estabas pensando?! —exclamó mientras Jana volvía en sí y yo luchaba por no vomitar de nuevo. Me mantuve sentada y muy quieta, agarrándome del brazo del sofá como si eso fuera a evitar que me mareara—. ¡Arlene Willsborg! ¡Te estoy hablando!

Mi madre continuó haciendo preguntas y una lista de razones por las cuales no debimos salir solas a un lugar así. Su voz sonaba lejana mientras una de las curanderas me revisaba la herida en la espalda y el rasguño en mi mentón, y otra le preguntaba a Jana si estaba bien.

Ya no me dolía tanto la cabeza, ni tenía nauseas, y entonces la noche cayó. Y olvidé lo que eso significaba hasta que el alto vampiro que llevaba mi collar apareció en el umbral de la sala. Y cuando su mirada encontró la mía y su nariz probablemente captó el aroma de mi sangre en el aire por las heridas, Haeran que solía ser una estatua inexpresiva, arrugó sus cejas y tomó pasos inmensos hacia mí, apartando a la curandera.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó con una voz que prometía dolor a cualquier nombre que yo dijera. Abrí la boca para contestar, pero entonces, él tomó mi rostro y el contacto envió un hilo veloz y doloroso a mi cabeza, chillé y aparté su mano, cayendo hacia atrás en el sofá.

Y de pronto ya no estaba ahí.

Estaba en un camino oscuro, lleno de arboles de hojas rojas a los lados. Iba con las manos juntas en la espalda, mis pasos eran cautelosos y determinados. Ojeé a mi lado y me encontré con Jana quien lucía mucho mayor y llevaba puesta la corona dorada de la humanidad sobre su pelo. El vestido azul que llevaba era elegante, pero practico, con corsé y tela suelta de la cintura para abajo. Bajé la mirada y vi mi uniforme negro con el símbolo real a un lado del pecho.

Jana se detuvo y se tensó.

Cuando giré la vista al frente, vi la razón: Caos II. Él rey vampiro venía caminando en sentido contrario, con la arrogancia y tranquilidad que lo caracterizaba. Y no venía solo, a su lado iba un vampiro vestido de ese carmesí que usaban en la realeza vampírica.

—Su majestad. —Se inclinó Caos II, en un tono burlón.

Apreté mis puños. Jana mantuvo su calma, con las manos juntas frente a su abdomen.

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