Epílogo

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Chihuahua, Marzo 2025.





























Emilio.


























Es impresionante la forma en la que nuestras vidas cambian de un momento a otro en un giro de 360°. Tenía una familia disfuncional, pero buena. Unos padres que me querían a su manera, una hermana menor, una novia, una escuela y buenos amigos. ¿Y ahora? Ahora no siento nada, me siento vacío, como si estuviera en un especie de limbo.

No puedo abrir mis ojos, todo lo que veo es el color negro impregnado en toda mi visión.

No veo a Luisa, a Rayan, ni a Keisly o a Joaquín.

No tengo ni siquiera movilidad, ¿es así cuando estamos muertos?

¿Lo estoy?

Los recuerdos de todo lo que ha pasado revolotean en mi cabeza como un tornado, veo todas las muertes de mis amigos, mis encuentros con Joaquín y después revivo la forma en la que me acuchillaba arrebatándome la vida.

Y entonces, en mi oscuridad se asoma el reflejo de aquellos orbes cafés que me han hecho pasar por tantas emociones. Tan claros, tan palmarios y perceptibles con aquel excesivo brillo con una pizca de amenaza. Él, Joaquín, en su máximo esplendor.

— Ya puedes abrir los ojos, Emilio.

Un chasquido retumba en mi cabeza, aquella voz aterciopelada con un reflejo de madurez hace que todo mi mundo recaiga. De forma dubitativa mis párpados comienzan a tambalear abriéndose poco a poco.

Todo está borroso, lo primero que ven mis ojos es el color de la habitación en la que parezco estar, veo blanco. Las paredes son blancas, pero después mis ojos figuran exactamente seis cuadros. Parecen reconocimientos enmarcados. Pero no es solo eso, mi rostro se inclina un poco dejándome ver la presencia de un escritorio con carpetas, hay algo así como una placa con un nombre que no puedo leer.

— Lo estás haciendo muy bien, Emilio.

Esa voz otra vez.

Al volverla escuchar, de forma involuntaria giré mi rostro hacia el tono encontrándome con la silueta de una persona, aun mi vista seguía un poco borrosa. Pero podía distinguir el color blanco de su bata. Era un hombre.

Cuando por fin pude ver con claridad, comencé a sentir como la movilidad de mis manos y brazos regresaban, así que las llevé a mi rostro para tallar mis párpados. Pero al bajarlas lo que me encontré me hizo temer.

Era un doctor.

Pero yo no estaba en una cama de hospital, estaba acostado en un largo sillón, mientras que él permanecía tranquilo sentado en aquel sofá pequeño que estaba frente a mí. Traía una libreta en su regazo.

— ¿Dónde estoy? — fue lo primero que pude formular, me sorprendió escuchar el tono de mi voz tan ronco y severo. Como si no hubiera bebido agua por años.

— Estás en mi consultorio — le miré con desconcierto fijo — No tengas miedo de mí, llevo un mes atendiéndote.

— ¿Atendiéndome? — tosí, mi garganta estaba demasiado seca. Pero me sorprendí al notar que el hombre frente a mí levantaba una botella de agua que al parecer estaba al lado de su silla.

— Tómala — pero no lo hice — Si no la tomas te lastimarás la garganta.

— ¿Quién se supone que es usted? — las esquinas de su boca se arquearon. Observé el principio de barba que sobresalía de su rostro.

El Juego de la Muerte [Emiliaco]Where stories live. Discover now