SEXTO DÍA

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Andrew paseaba por los pasillos del edificio del seminario como todos los días a primera hora del día, para revisar los salones y prepararse para ir a despertar a los demás y así comenzar su día. Jugaba con las cuentas de su rosario en su bolsillo de forma nerviosa, aunque su expresión se mantenía serena, mientras en su mente recitaba todas las oraciones correspondientes. Aquella pequeña manía, Tyrone la había heredado de él, por decirlo de alguna forma, sin contar que muchas veces le había tratado de corregirle esa costumbre, pero le había resultado imposible.

Cuando estaba llegando al final de la primera ronda de sus oraciones, escuchó como un teléfono sonaba dentro de una habitación, era su despacho. Soltó un suspiro mientras dejaba de rezar y se acercó con paciencia al aparato que llenaba el silencioso pasillo del molesto ruido de un teléfono antiguo.

— Habla el Padre Andrew Hallway, ¿en qué puedo servirle? — permaneció unos segundos en silencio y luego una risilla se escapó de sus labios — No esperaba tu llamada en estos momentos... supongo que todo está bien, ¿no? — Andrew volvió a callar mientras escuchaba como la persona al otro lado de la línea hablaba, frunció el ceño — Me parece que no todo está bajo control como lo dice, sabes que cuando lo necesites puedo ir para allá — otra vez silencio — No, aún te debó un favor, esto es lo menos que puedo hacer por ti... y por él, claro — Andrew sonrió — Creo que era imposible que no me encariñara con él, es como un hijo para mí, pero trata de no decírselo... bien, veré que puedo hacer con eso aquí... por cierto... ¿ellas saben que no fue una coincidencia? — Andrew rio — Lo suponía... Pero me alegra que todo vaya con forme a tu plan, ten cuidado con la información que te compartí, trata de no involucrarme, por el momento, es mejor que ellos no se enteren de nuestra relación... sí, adiós...

Cortó la llamada y observó por unos segundos el teléfono. Desde el primer momento en el que Tyrone entró por la puerta de la iglesia lo sabía... estaba consciente de que ese momento llegaría, pero, dentro de sí mismo, esperaba que no llegara tan pronto, solo esperaba que todo saliera como ese viejo conocido tenía planeado.

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Tanya observaba la mano de Tyrone moverse de forma intranquila sobre las cuentas del rosario que sostenía en las manos, aún no entendía como no quemaba su piel con eso, o cómo el rosario seguía intacto. Pero eso no era lo que la tenía molesta, el que su primo moviera las cuentas sin parar mientras miraba a la nada era lo que la tenía fastidiada desde hacía quince minutos.

— ¡¿Podrías dejar de rezar?! — gritó por fin, llamando la atención de su primo — O... al menos deja de mover las cuentas de esa cosa como si quisieras prenderles fuego de la fricción.

— Lo siento, es una mala manía mía — se disculpó guardando el objeto en una pequeña caja que llevaba siempre en su chaqueta — Andrew siempre trato de quitármela.

— ¿Andrew? — preguntó Astrid, bajando el libro que trataba de leer.

— El padre Andrew Hallway... fue... el hombre que me crio.

— Además de ser el director del seminario donde estudiamos, de él fue la idea de que Ty y yo viajáramos a Gravity Falls y definitivamente no fue una de sus mejores ideas si me lo preguntan — suspiró Peter — Ahora estamos atrapados en una segunda era del hielo que podría convertirse en el fin del mundo si ustedes dos no aprenden a utilizar sus habilidades como medio demonio en menos de un mes... cosa que... comienzo a creer que es imposible.

A pesar de que Tyrone hubiera deseado corregir a su amigo, Tanya pudo notar eso al momento en que su primo abrió la boca y luego la cerró girando la mirada a un punto muerto y ligeramente sonrojado, no lo hizo porque en esos momentos los cuatro sabían que aquello probablemente era cierto.

El Final de su mundoWhere stories live. Discover now