🦉

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La tarde de aquel día de otoño en Tokio era muy cálida como para caminar por las calles de la ciudad. El pequeño de 10 años iba de camino a la cafetería de su madre, era el camino que siempre hacía a diario después de acabar sus clases.

Tarareaba una canción que su madre siempre le cantaba, danzaba entre el asfalto con una sonrisa en su rostro mientras los llaveros de peluche (un pequeño gato negro, un lobo café, un búho y un pequeño cuervo) que colgaban de su mochila amarilla bailaban de un lado al otro.

—Dango, dango, dan- Kou paro al chocar contra alguien— ¡auch! Perdóneme señor.

Rápidamente pidió disculpas como su madre le había enseñado. Levantó su vista y se encontró con un hombre alto de cabellos negros, vestido con un traje azulado y de mirada fuerte que causaba miedo, pero curiosamente tenía un color de ojos muy similar al suyo.

—Tienes que tener más cuidado. Podías haber manchado mi traje.

—Lo siento mucho, señor. No vi que usted venía...

—Mocoso tonto...

—¡Oiga! ¡No tiene que ser grosero con la gente!— dijo Kou haciéndole frente al señor. Pero al momento se arrepintió, ese señor le recordaba al que aparecía siempre en sus sueños y quien siempre le decía cosas horribles y lo hacía llorar.

—¿Sabes que no debes de levantarle la voz a tus mayores?— respondió intimidando al pequeño, quien por el miedo y la cercanía a la que estaba del pelinegro lo hizo caer hacia atrás— ¿Tu madre no te enseñó eso?

—C-claro que si, mami Nemuri y mi mamá dicen q-que debo de respetar a todos, incluyendo a mis mayores....— Kou no sabía que hacer, sentía miedo ante la penetrante mirada del señor y este se acercaba más y más a él. Tal vez podía intentar enmendar su error como el siempre lo hacía. Agarro su mochila y rebuscó entre todos lados hasta encontrar una de las galletas que le había pedido a su madre por la mañana antes de que se fuera, quería dársela a una niña que se le hacía linda, pero ella solo se burló de él porque decía que ella no podía ser novia de alguien tan tonto como el. Aunque el solo quería decirle que se veía bonita. Pero ese no es el punto, ahora podía usarla para otra cosa— Para vea que no soy un niño malo...tenga, por favor acepte esta galleta como una disculpa, prometo que no volveré a estorbar en el camino de los demás.

El pequeño extendió sus manos con la galleta. El pelinegro estaba algo confundido por la acción del niño, se le hacía de lo más ridículo, pero que podía esperar del error que tiene de hijo.

La tomó bruscamente, eran de esas galletas de chispas de chocolate con el logo de una cafetería, una que sabía a quien le pertenencia.

—Muy bien, aceptaré tus disculpas. Ahora retírate pero recuerda una cosa, mocoso. En este mundo las personas como tu son las más débiles, si quieres sobrevivir y ser un líder digno, tienes que renunciar a tus sentimientos y a tu corazón. Las personas buenas siempre son las primeras en morir, porque son las más débiles.

El peliblanco lo miró aterrado mientras sentía como un escalofrío recorría su espalda. En cuanto el señor se fue alejando, Kou cerró su mochila y se fue corriendo entre los callejones hasta llegar a la cafetería.

Mientras tanto, el pelinegro estaba por subirse a su auto para retirarse no sin antes dejar caer la galleta que Kou le obsequió y despedazarla sin tener algún remordimiento.

—Señor— un hombre salió del auto algo apresurado y nervioso— tenemos un reporte de su hijo.

—¿Qué hizo Shinzuke?

¿Eres...mi mellizo?Where stories live. Discover now