Capitulo 8

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Rápidamente se acercó el equipo médico del Colegio Mandalay a la joven tirada en el suelo. Peter hacía luchaba contra todos para lograr ver en que estado estaba, sin éxito. Cande gritaba y pedía espacio entre toda esa ola de gente. Lentamente, Lali fue abriendo los ojos, la luz del sol le molestaba y le dolía mucho la cabeza, sobretodo en el espacio de su mente en el cual archivaba sus poderes. Comenzó a tocarse desesperadamente en dicho lugar. ¿Los habré perdido? es lo único que resonaba en su cabeza. Los paramédicos la ayudaron a levantarse y se la llevaron dentro de la institución.


La directora había ordenado que todos siguieran en sus actividades, y que realmente había sido un pequeño accidente, pero Peter estaba tan inquieto en ese momento que le era imposible concentrarse y en varias ocasiones la pelota se le había escapado fuera del área de juego, cosa que raramente pasaba en un chico como él.


Miró a ambos lados, nadie lo estaba mirando, al menos, de las personas que suelen juntarse con él. Escapó de la cancha, y por suerte, nadie lo vió. Corrió por los pasillos sin dirección, ya que no sabía el número de habitación que le había tocado a Lali. Tocaba una y otra de las puertas, sin respuesta. Se acercó a una última, una puerta color crema, con un diez pintado en ella con plateado y alguno que otros brillos. Había olvidado completamente que su hermana compartía habitación con ella. De no ser tan idiota, se hubiese ahorrado de tocar las demás puertas. Dio tres suaves golpes.


-Ya voy -se escuchó desde adentro. Claramente esa no era la voz de Lali.


Y no lo era, era Candela.


-¿Necesitas algo? -preguntó con una gran sonrisa, cómo si todo lo que él le había hecho antes lo hubiese olvidado.

-Sí, quiero ver como está Lali -dijo cordialmente. Cande lanzó una pequeña carcajada por lo bajo. Dió media vuelta y desapareció, dejándolo completamente confundido. Se escucharon susurros, y al segundo volvió:

-Pasa -se hizo a un lado, dejándolo entrar en esa habitación con olor a jazmines.


Lali estaba arrecostada sobre una de las camas de arriba, tapada hasta la cintura y un hielo en el chichón que tenía en la cabeza.


-¿Peter? -preguntó inocente. Sonrió- ¿Qué haces aquí? -decía mientras se sentaba en la cama.

-Venía a ver cómo estabas. Veo que bien -rió, mirando la enorme bandeja de chocolates y un jugo de naranja que no había percatado antes.

-Ah, esto me lo acaba de traer Cande de la cafetería -mordió una barra de chocolate- ¿Querés?

-Gracias -tomó uno e intentó abrirlo.


Nunca fue bueno abriendo paquetes. Le causaba gracia que todos decían el clásico cuento: Fácil de abrir. Y nunca -jamás- fue cierto. Miró a Lali con cierta vergüenza y le alcanzó la barra.


-¿Me lo abrís?

-Claro -rió-. Vaya, si que es extraño esto.

-¿Qué cosa?

-Digo, ¿no? Nosotros empezamos muy mal. Malísimo -recalcó-. Pero creo que no nos habíamos conocido bien -le alcanzó nuevamente el dulce, esta vez abierto, y se volvió a colocar el hielo.

-Gracias. Y sí, lamento todo.

-No pasa nada -sonrió.


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