Capítulo 17

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—¿Una testigo? —después de haber llegado a su habitación aún algo nerviosa por haber sido llamada por las bestias y ver a sus amigos dragones entrar por la ventana, elizabeth se sentí en su silla favorita con meliodas a su lado que sonreía con suficiencia —¿Qué es eso? —

—Te sentaras junto a mi en el ritual, me vas a ayudar, me seguirás el juego...—se detuvo un poco para dejar su huella llena de tinta azul en el sobre que había recibido por parte del anciano y ver a la albina—Cosas así, zel estará a tu lado también por si tienes una duda le puedes consultar a él—el mencionado soltó un bufido no muy convencido y sacudió su nariz soltando algo de humo de esta misma, escupen fuego y eso aveces asustaba a elizabeth. Una vez meliodas estornudo cuando eran niños y en respuesta terminó quemando todo un mueble.

Resulta que el fuego de las bestias divinas no se extingue con agua como el fuego normal y sólo una bestia divina es capaz de apagarlo, ya adivinaran quien fue la que tuvo que pagar por los destrozos de aquel dragón pequeño.

—¿Estas seguro de que quieres que vaya? —el de ojos verdes la miro directamente sin comprender su pregunta, habían entregado una carta oficial y los ancianos la habían llamado. ¿Por qué dudaba? Sabía que él solía hacer bromas, pero jamás iba a bromear con algo que tuviera que ver con los ancianos del consejo—Parece algo muy importante y que me lleves a mi...no sé—oh, a eso se refería entonces.

—No es tan importante—explicó rápidamente, zeldris le gruño un poco por hacer menos a la gran ceremonia de mayoría de edad a lo que el mayor solo lo ignoro—Todas las bestias divinas lo celebran, es algo normal y yo no le veo lo importante—

—Oh—murmuró elizabeth

—No le hagas caso princesa, mi hermano es un loco que no sabe apreciar las tradiciones—se quejó el pequeño zeldris en un puchero sintiéndose ofendido por la actitud de su hermano. Nuevamente meliodas lo ignoro intentando no pelear enfrente de la albina (por más infantil que fueran sus peleas) metiendo su pata en la tinta azul nuevamente, elizabeth pasó a la siguiente carta colocando la huella de la bestia divina sobre el pulcro papel con una sonrisa.

—Entonces, ¿qué haces? —preguntó sintiéndose cómo sello al ser usado para colocar su pata en más de una carta. La mujer adulta soltó una risa que aceleró el corazón del dragón de escamas oscuras y luego simplemente pasó la carta para tomar una más y volver a colocar la huella del susodicho.

—Colocando mi sello personal a una carta que le voy a mandar a elaine—lo sabía, una gota de sudor frío cayó por su frente incapaz de seguir guardando la compostura, si antes lo sentía ahora más que nunca tenía la sensación de ser un sello de la princesa. Cambiando de tema repentinamente, la mujer hizo un puchero dejando en paz al dragón cuando la última carta fue marcada con tinta azul y lo miró con su ceño fruncido.

—Debiste de haberme avisado de esto antes—se quejo—¡Me sorprendió mucho que el emperador me llamara para ir al bosque de las bestias divinas!—

—Oh cielos—suspiró la bestia. Era horroroso, algunas veces, lo distraída que podía llegar a ser. Se dio un golpe mental intentando aguantar las ganas de no reír o de darle a ella un golpe en la cabeza, aún no se decidía bien cual de las dos hacer. Cuando ninguna de los dos opciones le gustó con el paso de los segundos, suspiro, la miró fijamente a los ojos y soltó las palabras que dejarían a la humana pensativa—Te lo dije—

—Imposible—dedujo, ella no tenía recuerdo de él queriendo decirle algo como eso.

—Si, lo dije, la semana pasada intente decírtelo—recordó, había llegado con una sonrisa intentando invitarla a lo que sería una cosa más que los mantendría unidos por siempre, pero antes de poder hacerlo la dulce princesa lo tomó fuerte, lo sentó y luego le colocó un listón azul igual al que ella tenía—Pero de no ser porque estabas demasiado ocupada diciendo lo lindo que me veía con ese listón azul, lo recordarias—la albina lo pensó largo rato, tratando de rebobinar sobre sí aquello era cierto, pero lo único que aparecía en su mente era la imagen de aquel pequeño dragón malhumorado con un listo azul y sus ojos incapaces de ocultar el enojo por ser tratado como muñeco. Así que era cierto. Se sintió tan apenada que soltó una risa nerviosa que arrancó el enojo del cuerpo de meliodas y luego se ruborizo hasta las orejas

Domando a una bestia encantadora (PAUSADA) Where stories live. Discover now