137. Desierto

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Sabela no estaba para diplomacias, bien se le veía en la mirada que chispeaba sangre y el rictus de la boca, que era una agresividad poco agradable. Al final, solo quedaban dos opciones: pelear o huir. Alarico eligió la segunda, lo cual a mí me parecía preferible porque pese a lo que había sucedido entre nosotras, no deseaba ver cómo le hacían daño a la balura.

El mouro y la Zeltia del pasado atravesaron la puerta que nacía al final de aquel corredor, abierto por ventanas a través de las cuales se extendía el paisaje de un bosque comido por la niebla. Al otro lado de la susodicha puerta me encontré con unas vistas que contrastaban bastante con el anterior: se trataba de un desierto, el mismo en donde la sombra de mi supuesta madre me había acorralado con la poco maternal intención de pegarme un puñetazo.

Noté preocupación en el rostro de la Zeltia del pasado, miraba a su alrededor como quien se espera una sorpresa desagradable. Teniendo en cuenta que éramos la misma persona, lo más probable es que aquel escenario también le traía recuerdos de mamá.

—¿Cómo es posible que la puerta diera a este desierto? ¡Tú dijiste que era imposible salir del hotel! —preguntó ella, encarándose a Alarico con una expresión de enfado en el rostro.

—No te he mentido —le contestó el mouro —. Todo esto no es nada más que una ilsuión. 

La puerta por donde habían entrado permanecía cerrada, no me cabía la menor duda en que dentro de nada Sabela la atravesaría llevando la furia por bandera. De hecho, me extraña que todavía no hubiera llegado. ¿A qué esperaba?

—¡Pues ya podía elegir otro lugar! Aquí es donde pasé mi infancia junto al monstruo de mi madre. En cuanto pude, hui de ella porque era bastante insoportable vivir en aquellas condiciones —dijo Zeltia, confirmándome las suposiciones que me había hecho respeto a mamá.

—¿Y cómo huiste? —preguntó Alarico.

—Ya te dije, mi pulsera es una Reliquia que me permite teletransportarme a donde quiera. Así llegué a este hotel —dijo Zeltia y me pregunté dónde estaría la Reliquia de la que hablaba. Cuando me desperté en medio del bosque, lo único que tenía era el pijama junto a la ropa interior. Nada que, en principio, pudiera servirme para viajar a través del espacio.

—Eso suena muy interesante, ¿me puedes contar qué sitios has visto? —preguntó Alarico a la vez que observaba atento a mí yo del pasado. Aunque parezca raro, me sentí un poco celosa por la atención que le prestaba.

—Veamos... Mi primera parada fue la ciudad de Nebula. Había escuchado que era un sitio bastante deprimente, aunque a mí no lo pareció. ¿Estuviste alguna vez?

Alarico negó con la cabeza con una lentitud que me hablaba de tristeza.

—No, nunca he salido de esta zona. El hotel y sus alrededores es lo único que he conocido.

La boca de la otra Zeltia se curvó en un gesto amargo. Mismo sentimiento me transmitía el sitio por donde caminaban, a lo largo de una muralla medio derruida de una edificación que ya no existía más que en forma de ruinas.

—Visité a la Hermana, sabrás quién es, ¿no? Una mujer gigantesca que está de pie en el centro de la ciudad. No te puedes imaginar lo grande que es y, por si esto fuera poco, su piel brilla con una luz dorada, como si quisiera imitar el sol. Solo que mirarla no duele... Ella canta, una canción en una lengua que nadie conoce. Es muy bonita, deberías de escucharla —le dijo con entusiasmo la otra Zeltia y no podía dejar de pensar en lo diferente que era al compararla conmigo.

—Oí hablar de la Hermana, nunca tuve la oportunidad de escucharla —dijo Alarico y había tristeza en sus palabras. Creí entenderlo, debía de ser solitario y claustrofóbico vivir en el mismo lugar durante toda una vida sin poder escapar de las cuatro paredes de aquel hotel.

Por lo que comentó la Zeltia del pasado, mi experiencia fue semejante porque había vivido con una madre que tampoco me quería demasiado. Aunque en vez de malvivir en un hotel y sus alrededores, yo lo hice en un desierto.

—También viajé fuera de la Isla Caracola. ¿Sabes que hay una niebla negra rodeándola? Hay gente idiota que opina que más allá no hay nada, ¡pero eso no son más que tonterías! Al otro lado de la oscuridad, hay una infinidad de islas y muchas de ellas están habitadas. No somos más que una gota en un océano inmenso —explicó la otra Zeltia y sentí de nuevo las ansías insoportables de recuperar mis recuerdos, de volver a ser esa versión de mí.

—¡Cómo me gustaría visitar todos los lugares, Zeltia! Debe de ser emocionante y liberador. Yo lo único que he visto durante mi vida ha sido este hotel y de verdad que estoy cansado, cansado de los mismos lugares, de la misma gente imbécil... Esto es como vivir un día que se repite una y otra vez —se quejó Alarico.

No hubo más tiempo para charlas porque la puerta por donde la pareja había entrado se abrió con un fuerte golpe y de su interior salió una Sabela a la que le rechinaban los dientes. Al ver a Alarico, que permanecía apoyado contra la pared ruinosa, entrecerró los ojos.

—Mi querida balura, ¿no ves que lo mejor es solucionar este problema sin utilizar la violencia? —preguntó Alarico.

—No será necesario usar la violencia si te vienes conmigo, ¿vale? —dijo Sabela y se crujió los nudillos.

—Veo que es inútil razonar contigo. ¡Una pena! No eres nada más que una marioneta controlada por mi madre —dijo Alarico.

Sabela le contestó con un gruñido, me dio la impresión de que había dejado de lado las conversaciones y a partir de ese momento solo se conduciría a base de acciones. Se acercó con paso lento, pero rotundo, y en la mano llevaba aquel bate de madera capaz de romper huesos.

Alarico cogió de la muñeca a la otra Zeltia y ambos salieron corriendo a lo largo de aquel edificio derruido, giraron por la esquina encontrándose de inmediato una puerta. Una bastante rara, puesto que no se hallaba pegada a ninguna pared, sino que se levantaba en el aire en un claro desafío a la lógica.

Las 900 vidasWhere stories live. Discover now